Conclusiones del Congreso «Hacia una nueva cultura cristiana»

Print Friendly, PDF & Email

Celebrado en la Universidad Católica de Murcia del 23 al 24 de noviembre

Share this Entry
Print Friendly, PDF & Email

MURCIA, 26 noviembre 2001 (ZENIT.org).- «Evangelizar a las personas a través de las culturas, y a las culturas a través de las personas». Este es el desafío que lanzó el Congreso Internacional «Evangelización y cultura para el tercer milenio», que se celebró entre el 23 y el 24 de noviembre.

El encuentro, en el que participaron algo más de mil personas, fue organizado por la Universidad Católica San Antonio de Murcia, que le dio la acogida, y por el Consejo Pontificio de la Cultura, cuyo presidente es el cardenal Paul Poupard.

El «ministro» de Cultura de Juan Pablo II, inauguró las sesiones y pronunció la conferencia conclusiva en la que respondió a una pregunta muy común entre los cristianos: «¿ es posible vivir la fe en la cultura del mundo actual postmoderno?».

«Nuestros tiempos no son mejores ni peores que otros –respondió el purpurado galo–, pero cada generación vive con la convicción de que su época ha sufrido un deterioro general».

«Si es verdad que los índices de criminalidad y terrorismo han aumentado en los últimos cincuenta años, también es cierto que nuestro tiempo ha traído una serie de ventajas, como el desarrollo de avances científicos y tecnológicos, y respeto a la libertad individual a los Derechos Humanos», recalcó Poupard.

Agregó que «los cristianos de hoy siguen muriendo martirizados por no haberse sometido a ídolos como el dinero, el sexo o la ideología del Estado», e insistió en que «el cristiano, si cae en la tentación, acaba olvidando que está llamado a salvar al mundo».

El Congreso se clausuró con la lectura de unas conclusiones que fueron leídas Fr. Fabio Duque, subsecretario del Consejo Pontificio para la Cultura. Las publicamos a continuación.

CONCLUSIONES

Han sido dos días de trabajos intensos y de variadas y ricas aportaciones teóricas, intelectuales y vitales acerca de cómo es posible generar nuevas y fecundas síntesis entre la fe de nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia y las culturas de los hombres y mujeres que pueblan este mundo nuestro, mil veces bendito, a pesar del pecado y del hombre, por la infinita bondad de Nuestro Dios y Señor.

No es posible, pues, recoger en estas pocas palabras todas las propuestas y sugerencias que se nos han hecho a cuantos hemos asistido, bajo el auspicio del Consejo Pontificio de la Cultura y la Universidad Católica San Antonio, a las variadas e interdisciplinares sesiones del congreso.
Vaya por delante, pues, la seguridad de que las conclusiones que paso a leerles solo alcanzan a reflejar pálida y escuetamente cuanto aquí se ha expresado durante estos dos días.

1º) La naturaleza humana es una naturaleza racional de la que surge su constitutiva vocación a buscar la verdad del mundo, de sí mismo y de Dios. Esa vocación es cumplida por el ser humano cuando dispone su razón para dirigir la vida y la creación por las sendas del bien según el juicio recto de su conciencia.

La herida del pecado debilita la inteligencia y la voluntad, de modo que ni tan siquiera los fines propios de su naturaleza se le hacen plausibles sin el don de la gracia que, a su vez, no solo consuma a la naturaleza, sino que la cura y eleva hacia sí misma y hacia Cristo, alfa y omega del hombre y del Universo. Así, el ser humano se descubre como constitutivamente dependiente y necesitado de Dios. La libertad del hombre es la heteronomía respecto de Dios.

2º) El Magisterio de la Iglesia, siempre ha señalado, como indica Su Santidad Juan Pablo II en la Encíclica «Fides et Ratio» que «la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica y la verdad que proviene de la Revelación no se confunden, ni una hace superflua la otra». La fe no sólo no es irracional, sino que es el punto más elevado para la razón y para la cultura. En efecto, por la fe, la razón y la cultura se reconocen a sí mismas como insuficientes en orden a saciar su anhelo más profundo, el que sólo se resuelve por la aceptación de una verdad histórica que llega hasta nosotros como un dato revelado por Dios y que requiere nuestra libre aceptación: la Buena Nueva de la Salvación.

3º) La crisis de la cultura lleva aparejada una crisis en la fe, porque como decía santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein: «Quien busca la verdad busca a Dios, aunque no lo sepa». Cuando la cultura traiciona su religación constitutiva a la verdad, se abre inevitablemente una sima entre cultura y fe, y se eliminan las posibles instancias críticas hacia la cultura predominante, dejando al hombre abandonado a una acumulación de información que carece de unidad y sentido.

4º) La pretensión de reducir la realidad a lo matematizable no solo nos conduce al nihilismo que elude la pregunta por los fines, el para qué, sino que dificulta a la razón y al corazón del hombre el acceso a la verdad y el sentido del mundo y de sí mismo. Mediante el progreso científico-tecnológico, el hombre ha incrementado su poder para consumar la creación pero, obnubilado por ese afán de dominación, corre el riesgo de convertir ese supuesta consumación en una profanación de su propio ser y del sentido del universo.

5º) Este cientificismo se ha manifestado también en el ámbito económico, en el que el incremento del beneficio y la reducción de costes han sustituido a la búsqueda del bien común. Los cambios económicos que actualmente percibimos, y en especial la globalización, deben ir acompañados de una profundización en la pregunta por el porqué, por los fines. Inevitablemente esta pregunta apela a una mayor atención por los bienes del ser humano, que debe ser considerado siempre como un fin en sí mismo y no como un medio al servicio de los estados o los movimientos especulativos.

6º) Como se ha señalado en este Congreso Internacional, los movimientos artísticos contemporáneos reflejan en no pocos casos la ausencia de sentido que reduce al mundo y a las obras del hombre a insignificancia nihilista. Pero el arte, como todo lo bello, es penetrable por la fe de Cristo que nos enseña a amar apasionadamente el mundo y a transfigurarlo mediante nuestro trabajo en gloria de Dios y bien para lo hombres. Comprender la belleza artística como Epifanía es tanto como colaborar con Aquel que todo lo atraerá hacia sí, y hacia su Padre, el Dios bendito y creador.

7º) El reto moral que nos plantea la cultura del nuevo siglo ha sido expresado en muchas de las ponencias que hemos escuchado. Este reto sólo puede ser asumido por nuestra cultura apelando a la capacidad transformadora de nuestros jóvenes, a la intensidad y sinceridad de sus compromisos y a la fuerza con que sus corazones acogen a Cristo. Su protagonismo radica en la prontitud para promover el cambio de una «contracultura de la muerte» por una «civilización del amor». Nuestra sociedad, que desea prepararlos cada vez más en su crecimiento personal, debe acompañarles en su discernimiento del mal tras sus múltiples máscaras. En ellos está depositado no sólo nuestro futuro, sino también nuestro presente.

8º) No podemos dejar de hacer referencia, en estos días, al necesario diálogo interreligioso. Es nuestro deber trabajar con entusiasmo y fe en el Señor para que la herida histórica de la separación de los cristianos llegue a su fin cuanto antes. Es también nuestro deber conducirnos como hermanos con los hombres que, de buena voluntad y con el corazón abierto a la verdad, profesan otras religiones, sin por ello esconder el carácter revelado de la verdad y el mensaje del que es depositaria la Iglesia: el auténtico Camino hacia la Verdad y la Vida.

9º) Inspirados en el número 53 de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, Gaudium et Spes, cabe afirmar que la cultura es todo y sólo aquello que ayuda al ser humano a ser plenamente hombre; esta era una intuición latente en todas las intervenciones de nuestros ponent
es. Y nos sirve para no dejarnos llevar fácilmente de la moda con la cual todo lo llamamos cultura: Todo lo que atente contra la dignidad humana, consciente o inconscientemente, no es cultura ni merece ese nombre, sino más bien el de su perversión: la barbarie que separa al hombre de sí mismo, de los demás y de Dios.

10º) En estos días se ha hecho patente la posibilidad, siempre nueva y vieja, como el Evangelio, de generar nuevas síntesis entre Fe y Cultura. Hemos tenido a grandes hombres en este Templo, que han puesto toda su capacidad racional a nuestro servicio y, a la vez, se han mostrado llenos de fe, de una fe que nos han transmitido al decirnos, una y otra vez, que toda su intensa búsqueda de la verdad, el bien y la belleza les ha llevado, en todos los casos, a una y la misma certeza: la Fe no inculturada es una fe no suficientemente asumida ni vivida, y la cultura sin Fe es un signo que no significa, un camino que no conduce a buen puerto.

11º) Como conclusión de este Congreso se nos ha invitado a «pasar a los bárbaros» de nuestro tiempo, a esas inmensas muchedumbres de hombres y mujeres de las que también nosotros formamos parte, y que aguardan, sin saberlo, la bendita esperanza en una vida nueva capaz de dar sentido también a ésta, con sus dolores y penurias, pero también con sus gozos y esperanzas nobles y humanas que son también cristianas. De ahí que debamos evangelizar a las personas a través de las culturas, y a las culturas a través de las personas.

Fr. Fabio Duque Jaramillo, OFM
Subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura

Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }