«El trabajo del traductor es siempre un arte difícil», constató el Papa al reunirse con traductores y editores de diferentes confesiones cristianas.
«Una buena traducción se basa en tres pilares –añadió–: un conocimiento profundo de la lengua y del mundo cultural de origen; una buena familiaridad con la lengua y el contexto cultural que recibirá el texto. Y para coronar la obra con éxito, un dominio adecuado de los contenidos y del significado de lo que se traduce».