MILAN, 13 diciembre 2001 (ZENIT.org–Avvenire).- Samir Khalil, sacerdote de origen egipcio y profesor en la Saint Joseph University de Beirut y en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, islamólogo de fama mundial, se dice sinceramente admirado de la intuición profética contenida en la petición de ayuno lanzada por Juan Pablo II.
–¿Cómo ha recibido la propuesta del Papa un árabe como usted, que ha convivido toda la vida en las buenas y en las malas con el mundo musulmán?
–Samir Khalil: En un momento en el que se tiende a subrayar lo que divide, Juan Pablo II parte de lo positivo que se encuentra en cada hombre y en cada tradición religiosa. Sabe que el ayuno, remitiendo a las cosas esenciales, obliga tanto a los cristianos como a los musulmanes a redescubrir que la vida pertenece a Otro y que sólo profundizando esta conciencia pueden hacerse capaces de construir una paz duradera, fundada en la justicia. Cuando en cambio se pierde esta conciencia, prevalecen las razones de la fuerza y sale ganando quien quiere usar la religión para fines políticos o para dar motivaciones nobles al terrorismo.
El Papa recuerda que «la paz o la violencia brotan del corazón del hombre, sobre el que sólo Dios tiene poder». Y que «convencidos de esto, los creyentes adoptan desde siempre contra los más graves peligros las armas del ayuno y de la oración».
Utiliza el término «armas», ¿comprende? Armas, no habla de palabras vagas, vacías.. Podrá parecer una utopía y en cambio considero que es profundamente realista: ningún cambio del mundo puede ser duradero si no parte del corazón del hombre, y el ayuno es un instrumento formidable para esto. Esto no significa negar la necesidad del recurso a la fuerza para detener el terrorismo sino reafirmar que una nueva convivencia internacional no puede fundarse sino en la centralidad de la persona.
–¿Cómo se vive el ayuno del Ramadán en los países musulmanes?
–Samir Khalil: Es uno de los cinco pilares de la fe islámica, un acto público de sumisión a Alá con un fuerte valor colectivo. Pero detrás de una postura aparentemente compacta han crecido pequeñas y grandes traiciones. La tradición prevé que se acompañe con la oración y la lectura del Corán pero esto se hace cada vez más menos; en cambio se pone siempre cada vez más el acento sobre lo que se hace después del anochecer: cenas, fiestas, diversiones.
En Egipto, por ejemplo, en este periodo hay una escalada de importación de productos alimenticios, el consumo aumenta, las televisiones multiplican la programación nocturna. En resumen, parece que lo que sucede tras el anochecer se está convirtiendo en algo más importante que el ayuno y el
Ramadán ha sido reducido a un mes de fiesta…
Los fundamentalistas critican esta desviación consumista y mundana y subrayan el valor político del Ramadán como gesto fuerte de la «umma» (la comunidad transnacional de los fieles). Y en estos años han multiplicado las llamadas «cenas de la misericordia» ofrecidas a los pobres que son al mismo tiempo signos de la solidaridad entre hermanos de fe y ocasión de propaganda y de denuncia de la incapacidad de los gobiernos para resolver los problemas de la gente. Una incapacidad que, acusan, nace de la traición del Corán y de la «ley islámica». Y así también este aspecto de la tradición musulmana se convierte en política.
–Curiosamente el ayuno parece ser un elemento más importante en la espiritualidad de las Iglesias orientales…
–Samir Khalil: La Iglesia copta (presente particularmente en Egipto) practica el ayuno cerca de 200 días al año. En comparación el Ramadán es algo ligero… Y justamente de la práctica del ayuno deriva su fuerza espiritual, pero no lo hacen nunca con ostentación, hasta el punto de que los musulmanes a menudo no saben ni siquiera que los cristianos están ayunando. Con su llamamiento el Santo Padre ha tocado un punto fundamental de la espiritualidad cristiana, lamentablemente un poco olvidado por ustedes, los occidentales.
–Entre los cristianos hay quien expresa cierta perplejidad sobre la oportunidad de proponer una jornada de ayuno justo en el periodo de Ramadán y denuncia los peligros de una desviación sincretista.
–Samir Khalil: Sobre todo hay que aclarar que este gesto asume significados diversos en las dos tradiciones religiosas: para los musulmanes es un pilar de la fe y tiene una dimensión pública, para los cristianos es un acto totalmente libre y de santificación personal, hasta el punto de que el Evangelio pide practicarlo en secreto.
Pero Juan Pablo II ha querido partir del hecho de que el ayuno es un elemento significativo para ambos y pide redescubrir el significado de la purificación y de lo esencial de la existencia. El ayuno no es sólo la renuncia a alimento sino a algo a lo que se está especialmente apegado: por ejemplo la televisión, el tabaco u otra cosa… Renunciando a lo que sólo en apariencia es irrenunciable se nos educa a descubrir lo esencial, lo que cuenta de verdad.
Es algo muy distinto de un Ramadán católico: el Papa permanece fiel a la tradición bíblica pero al mismo tiempo evoca algo que tiene un gran significado para musulmanes y judíos. No propone dudosos acercamientos «enmascarados», exhorta a profundizar en las respectivas tradiciones. Está convencido de que las razones de un diálogo de verdad se pueden encontrar sólo en Dios y considera que ésta es también la modalidad más eficaz para detener las desviaciones fundamentalistas que agitan al Islam y para aislar a quienes dan motivaciones religiosas al terrorismo.
–Considera que este llamamiento pueda abrir brecha entre los musulmanes en un momento en el que se acentúa la desconfianza respecto a Occidente, considerado enemigo del Islam?
–Samir Khalil: Justamente ayer, al acabar un debate en televisión, un exponente musulmán me ha confiado que el Papa ha dado en el blanco del corazón de muchos islámicos. Con este gesto son acallados justamente quienes en el mundo musulmán gritan que el enemigo del Islam es el binomio Occiente-cristianismo. El jefe de la Iglesia exhorta a sus fieles a realizar un gesto de penitencia y oración en el viernes, que es central en la tradición cristiana pero también en el periodo sagrado del Islam, el Ramadán. Es un testimonio elocuente de una realidad: el cristianismo no puede ser reducido a las estrategias políticas de Occidente. Es al mismo tiempo una invitación a reencontrarse en un terreno que es más alto y más profundo que las divisiones políticas y militares. Es algo muy distinto a una utopía espiritual, esto es realismo: el verdadero cambio del mundo no puede prescindir de la conversión del corazón de cada uno. Estoy convencido de que el ayuno nos ayudará a comprenderlo un poco más.