CIUDAD DEL VATICANO, 11 abril 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II hizo un llamamiento este jueves a los responsables políticos y económicos a tomar medidas solidarias creativas para que la globalización no aumente la diferencia entre privilegiados y desfavorecidos.
«Corresponde en primer lugar a los responsables políticos y económicos hacer todo lo posible para que la globalización no tenga lugar en detrimento de los más desfavorecidos, de los más débiles, ampliando la brecha entre ricos y pobres, entre naciones pobres y naciones ricas», exhortó el Papa.
El Santo Padre hizo su propuesta al recibir a los miembros de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, que esta semana se han reunido en el Vaticano para continuar un proceso de reflexión que afronta desde hace más de un año sobre democracia y globalización, prestando particular atención a la solidaridad.
Para el sucesor de Pedro, como ya ha explicado en varias ocasiones en el pasado, la globalización es un hecho, con sus aspectos «positivos» –dijo este jueves– y con sus «amenazas inquietantes», en particular la «agravación de desigualdades entre economías poderosas y economías dependientes».
Esta constatación, añadió, «invita a pensar de manera renovada en la cuestión de la solidaridad».
El obispo de Roma consideró que «corresponde a la esfera política regular los mercados, someter las leyes de los mercados a la de la solidaridad para que las personas y las sociedades no sean sacrificadas por los cambios económicos a todos los niveles y sean protegidas de los impulsos ligados a la desreglamentación de los mercados».
El Papa Wojtyla alentó a los «agentes de la vida social, política, y económica a adentrarse en los caminos de la cooperación entre personas, entre empresas, y naciones para que la gestión de nuestra tierra esté al servicio de las personas y de los pueblos, y no sólo del lucro».
Para alcanzar este objetivo, propuso tomar «a escala planetaria» «decisiones colectivas dirigidas a aplicar, a través de un proceso que favorezca la participación responsable de todos los hombres, llamados a construir juntos su futuro».
«La promoción de modelos democráticos de gobierno permite hacer que el conjunto de la población se interese en la gestión de la cosa pública («res publica»), basándose en una concepción correcta de la persona humana», añadió el Santo Padre.
«La solidaridad social supone salir de la simple búsqueda de intereses particulares, que deben ser evaluados y armonizados en función de una jerarquía de valores equilibrados», aclaró.
La clave de futuro, por tanto, consiste en «educar a las jóvenes generaciones en un espíritu de solidaridad y en una auténtica cultura de la apertura a lo universal y a la atención de todas las personas, independientemente de su raza, cultura o religión».
En esta perspectiva, señaló, «el alargamiento progresivo de la vida humana, la solidaridad entre las generaciones debe convertirse en objeto de gran atención, prestando particular atención a los miembros más débiles, los niños y las personas ancianas».
El Papa concluyó con un deseo: «¡Que la humanidad de hoy, en su camino hacia una mayor unidad, solidaridad y paz, trasmita a las generaciones futuras los bienes de la creación y la esperanza en un futuro mejor!».
La Pontificia Academia de Ciencias Sociales fue fundada por Juan Pablo II el 1 de enero de 1994. Su objetivo, dice su estatuto, es «promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales, económicas, políticas y jurídicas a la luz de la doctrina social de la Iglesia».
El número de sus Académicos Pontificios, también nombrados por el Papa, no puede ser ni inferior a 20 ni superior a 40. Son elegidos por su alto nivel de competencia en alguna de las diversas disciplinas sociales.
El presidente es Edmond Malinvaud, profesor del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos de París.