ROMA, 19 abril 2002 (ZENIT.org).- Por su interés e importancia, publicamos a continuación el documento «Dabru Emet (Decid la verdad) – Declaración judía sobre los cristianos y el cristianismo», redactado por cuatro catedráticos judíos, y firmado por más de doscientos rabinos y profesores de esa religión en todo el mundo.
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En los últimos años, se produjo un cambio espectacular y sin precedentes en las relaciones entre judíos y cristianos. Durante los casi dos milenios de exilio judío, los cristianos tendieron a caracterizar al judaísmo como una religión fracasada o, en el mejor de los casos, como una religión que preparó el camino para el cristianismo y encuentra en él su cumplimiento. Sin embargo, en las décadas que siguieron al Holocausto, el cristianismo cambió de una manera espectacular. Un número cada vez mayor de organismos eclesiales oficiales, tanto católicos romanos como protestantes, efectuaron declaraciones públicas para expresar su arrepentimiento por el maltrato de los cristianos hacia los judíos y el judaísmo. Esas declaraciones sostienen, además, que la enseñanza y la prédica cristianas pueden y deben ser reformadas en el sentido de reconocer la Alianza permanente de Dios con el pueblo judío y celebrar la contribución del judaísmo a la civilización mundial y a la misma fe cristiana.
Creemos que esos cambios merecen una respuesta meditada por parte de los judíos. Hablando sólo en nuestro propio nombre —somos un grupo de estudiosos judíos de tendencias diferentes—, creemos que ha llegado el momento de que los judíos reconozcan los esfuerzos que hacen los cristianos por valorar al judaísmo. Creemos que ha llegado el momento de que los judíos reflexionen sobre qué tiene que decir hoy el judaísmo acerca del cristianismo. Como primer paso, presentamos ocho breves enunciados sobre la forma en que los judíos y los cristianos pueden relacionarse entre sí.
Los judíos y los cristianos adoran al mismo Dios. Antes del surgimiento del cristianismo, los judíos eran los únicos que adoraban al Dios de Israel. Pero los cristianos también adoran al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el creador del Cielo y de la Tierra. Aunque el culto cristiano no es una opción religiosa viable para los judíos, como teólogos judíos nos alegramos de que, por medio del cristianismo, cientos de millones de personas hayan entrado en relación con el Dios de Israel.
Los judíos y los cristianos se remiten a la autoridad del mismo libro: la Biblia (que los judíos llaman «Tanakh» y los cristianos, «Antiguo Testamento»). Al buscar en él orientación religiosa, enriquecimiento espiritual y educación comunitaria, judíos y cristianos extraemos enseñanzas similares: Dios creó y sostiene el universo; Dios estableció una Alianza con el pueblo de Israel; la palabra revelada de Dios guía a Israel por una vida de rectitud; y Dios redimirá finalmente a Israel y a todo el mundo. Pero en muchos puntos, los judíos y los cristianos interpretan la Biblia de modo diferente. Esas diferencias siempre deben ser respetadas.
Los cristianos pueden respetar la reivindicación del pueblo judío sobre la tierra de Israel. El acontecimiento más importante para los judíos después del Holocausto fue el restablecimiento de un estado judío en la Tierra Prometida. Como miembros de una religión bíblica, los cristianos aprecian que Israel fue prometida —y otorgada— a los judíos como centro físico de la Alianza entre ellos y Dios. Muchos cristianos apoyan al Estado de Israel por razones mucho más profundas que las meramente políticas. Como judíos, aplaudimos ese apoyo. También reconocemos que la tradición judía prescribe la justicia para todos los no-judíos que residan en un Estado judío.
Los judíos y los cristianos aceptan los principios morales de la Torah. En el centro de los principios morales de la Torah está la inalienable santidad y dignidad de todos los seres humanos. Todos nosotros fuimos creados a imagen de Dios. Esta énfasis moral compartido puede ser la base de un mejoramiento de la relación entre nuestras dos comunidades. También puede ser la base de un vigoroso testimonio para toda la humanidad con el fin de mejorar la vida de nuestros semejantes y resistir frente a las inmoralidades y las idolatrías que nos dañan y nos degradan. Este testimonio es especialmente necesario después de los horrores sin precedentes del siglo pasado.
El nazismo no fue un fenómeno cristiano. Sin la larga historia de antijudaísmo cristiano y la violencia cristiana contra los judíos, la ideología nazi no habría podido imponerse ni llevarse a cabo. Demasiados cristianos participaron en las atrocidades nazis contra los judíos, o las consintieron. Otros cristianos no protestaron suficientemente contra esas atrocidades. Pero el nazismo en sí mismo no fue una consecuencia inevitable del cristianismo. Si el exterminio nazi de los judíos se hubiera terminado de consumar, su furia asesina se habría vuelto más directamente contra los cristianos. Reconocemos con gratitud a esos cristianos que arriesgaron o sacrificaron sus vidas para salvar judíos durante el régimen nazi. Teniendo esto presente, alentamos la continuación de los actuales esfuerzos de la teología cristiana para repudiar inequívocamente el desprecio hacia el judaísmo y el pueblo judío. Aplaudimos a los cristianos que rechazan esa enseñanza del desprecio, y no los culpamos por los pecados que cometieron sus antecesores.
La diferencia humanamente inconciliable entre judíos y cristianos no será resuelta hasta que Dios redima a todo el mundo, según las promesas de la Escritura. Los cristianos conocen y sirven a Dios a través de Jesucristo y la tradición cristiana. Los judíos conocen y sirven a Dios a través de la Torah y la tradición judía. Esa diferencia no será resuelta porque una comunidad insista en que interpreta la Escritura más correctamente que la otra, ni ejerciendo poder político sobre la otra. Los judíos pueden respetar la fidelidad de los cristianos a su revelación, del mismo modo en que esperamos que los cristianos respeten nuestra fidelidad a nuestra revelación. Ni el judío ni el cristiano deben ser presionados para aceptar las enseñanzas de la otra comunidad.
Una nueva relación entre judíos y cristianos no debilitará la práctica judía. Una mejor relación no acelerará la asimilación cultural y religiosa que, con razón, temen los judíos. No cambiará las formas tradicionales del culto judío, ni incrementará los matrimonios mixtos entre judíos y no-judíos, ni inducirá a más judíos a convertirse al cristianismo, ni creará una falsa combinación entre judaísmo y cristianismo. Respetamos al cristianismo como una fe que se originó dentro del judaísmo, y que sigue teniendo contactos significativos con él. No lo consideramos una extensión del judaísmo. Sólo si apreciamos nuestras propias tradiciones, podemos proseguir esta relación con integridad.
Judíos y cristianos deben trabajar juntos por la justicia y la paz. Los judíos y los cristianos reconocen, cada uno a su manera, que la situación de no-redención del mundo se refleja en la persistencia de la persecución, la pobreza, la degradación humana y la miseria. Aun cuando la justicia y la paz pertenecen en última instancia a Dios, nuestros esfuerzos conjuntos, unidos a los de otras comunidades de fe, contribuirán a instaurar el Reino de Dios que esperamos y anhelamos. Por separado y en conjunto, debemos trabajar para instaurar la justicia y la paz en nuestro mundo. En esta empresa, somos guiados por la visión de los profetas de Israel:
Sucederá en días futuros que el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios
de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus senderos. (Isaías 2, 2-3)
Tikva Frymer-Kensky, University of Chicago
David Novak, University of Toronto
Peter Ochs, University of Virginia
Michael Signer, University of Notre Dame
[Taducción del inglés realizada por Silvia Kot]