CIUDAD DEL VATICANO, 24 abril 2002 (ZENIT.org).- La relación de todo hombre y mujer con Dios es una relación de amor, en la que es posible incluso percibir la melancolía divina por la respuesta humana, explicó este miércoles Juan Pablo II.
En este diálogo, no faltan los contrastes, ocasionados por el pecado; sin embargo, «la última palabra» de Dios «no es nunca el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón», añadió el pontífice al encontrarse con varios miles de peregrinos en la plaza de San Pedro del Vaticano.
El pontífice dedicó su tradicional audiencia general a comentar el Salmo 80, composición bíblica poética que sorprende por el tono de cariño con el que Dios busca el amor del hombre: «Escucha, pueblo mío… ¡Ojalá me escuchases Israel!…».
Continuó así la serie de intervenciones que en este año el obispo de Roma está dedicando a meditar sobre los Salmos y cánticos del pueblo judío, presentes en el Antiguo Testamento, que se han convertido en motivo diario de oración para los cristianos.
El Salmo escogido este miércoles tiene dos elementos fundamentales. Por una parte, como subrayó el Papa, destaca «el don divino de la libertad, que se ofrece a Israel, oprimido e infeliz».
El texto bíblico hace referencia a la liberación de la esclavitud del pueblo judío de Egipto, pero es al mismo tiempo símbolo de la liberación plena que Dios ofrece a todo hombre y mujer, añadió el sucesor de Pedro.
El otro elemento decisivo de este salmo es la constatación de que «la religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción inerte».
«Es, más bien, un diálogo, una palabra seguida por una respuesta, un gesto de amor que pide adhesión», aclaró.
«El Señor le invita, ante todo, a observar fielmente el primer mandamiento, apoyo de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y el rechazo de los ídolos», subraya.
«Por desgracia –siguió explicando–, Dios tiene que constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino en el desierto, al que alude el Salmo, está lleno de estos actos de rebelión y de idolatría, que alcanzan su culmen en la representación del becerro de oro».
De este modo, en la última parte del Salmo, explicó Karol Wojtyla, se puede percibir «un tono melancólico».
«Esta melancolía está inspirada en el amor y ligada a un vivo deseo de colmar de bienes al pueblo elegido», insistió, recordando las promesas de felicidad que Dios hace a Israel. «El Señor trata evidentemente de obtener la conversión de su pueblo, una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor generoso».
Esta relación de amor, dijo después haciendo una lectura cristiana del Salmo, encuentra su cumbre en la salvación traída por Cristo.
«Como siempre sucede en la historia de la salvación –concluyó el Papa–, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador no es nunca el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón».
«Dios no desea juzgar y condenar, sino salvar y liberar a la humanidad del mal» y la liturgia es «el lugar privilegiado en el que se puede escuchar el llamamiento divino a la conversión y a regresar al abrazo de Dios».