SOFIA, 21 mayo 2002 (ZENIT.org).- Bulgaria, que tras grandes retrasos en la transición post-comunista acelera ahora su apertura a Occidente con un gesto esperado por la población, la visita de Juan Pablo II del 23 al 26 de mayo.
La visita internacional número 96 es sumamente significativa para el Papa Wojtyla, que acaba de cumplir 82 años. De todas las naciones ortodoxas del Este europeo, la búlgara ha sido siempre la más cercana a Rusia. Mantiene también históricas relaciones con Roma, pues de aquí salieron Cirilo y Metodio, enviados por el Papa a evangelizar el mundo eslavo.
Con este viaje el Papa realiza una nueva etapa de acercamiento a las Iglesias ortodoxas, después de haber visitado Rumanía, Georgia, Grecia y Ucrania.
La visita ha sido promovida con convicción por las autoridades políticas de Sofía. El año pasado se había incluso constituido una comisión a favor de la visita del Papa que había organizado una petición popular suscrita por decenas de miles de personas.
La iniciativa fue lanzada por Solomon Passy, ex presidente del Club Atlántico y ahora ministro de Asuntos Exteriores. «Experimenté esta iniciativa como si fuera una misión mía», dice orgulloso.
La Iglesia ortodoxa ha expresado su postura: «No estamos preocupados por la visita del Papa. Es un visitante ilustre y lo acogeremos como se merece», declaró con tono distante al diario «24 Horas» el patriarca Maxim, jefe de la Iglesia autocéfala de Bulgaria.
Uno de los actos más importantes de la visita del Papa tendrá lugar precisamente el 24 de mayo, cuando celebre la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, ofreciéndoles un homenaje floreal en la plaza de la catedral ortodoxa de San Alexander Nevski de Sofía, y visitando después en su sede al patriarca Maxim y al Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa búlgara.
Al inicio del año se produjo un intercambio epistolar entre Juan Pablo II y Maxim que hasta entonces había mantenido reservas sobre la oportunidad de la visita papal.
En noviembre de 2000, recibiendo en Sofía al cardenal Edward I. Cassidy, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, se dijo netamente contrario porque «la presencia del Papa en Sofía habría podido favorecer las divisiones de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria y reforzar a los disidentes».
Este choque interno había estallado a la caída del comunismo, con un sector la Iglesia ortodoxa que acusaba a obispos de connivencia con el pasado régimen y escarnecía a Maxim, que ahora tiene casi noventa años, elegido Patriarca en el lejano 1971 por presión del partido, llamándolo «Marxism».
En 1996, con la salida de una decena de obispos del Sínodo, el cisma se hizo oficial y, para aumentar la confusión entre los fieles, los disidentes se presentaron con el mismo nombre de la Iglesia ortodoxa búlgara.
Les guiaba el metropolita Innokentij, apoyado por algunos políticos de la Unión de las Fuerzas Democráticas. Con el pasar del tiempo, ha perdido apoyos: cinco obispos han vuelto con el Patriarca legítimo y ahora la contienda se reduce prácticamente a la posesión de las iglesias.
Significativamente el Papa no se encontrará con el metropolita disidente Innokentij. Las autoridades han decidido no invitarlo en los momentos de encuentro con el Papa.
Probada por las diatribas internas, la Iglesia ortodoxa convive sin embargo pacíficamente con la Iglesia católica en el país. «Las relaciones son muy buenas», confirma el metropolita Neofit, según el cual «en Bulgaria no hay ningún proselitismo por parte de los misioneros de Roma».
La búlgara es la más pequeña de las comunidades católicas del Este de Europa, 80.000 fieles, es decir el 1% de la población. Una presencia enraizada y respetada por los ortodoxos desde los tiempos de las persecuciones bajo el Imperio Otomano.
Y tampoco en los años del comunismo hubo conflicto entre las dos Iglesias, en parte quizá porque los bienes confiscados los católicos no fueron dados a los ortodoxos. Incluso la pequeña comunidad greco-catolica siguió existiendo en la Bulgaria comunista. Perseguida pero no eliminada.
«Muchos ortodoxos vienen a Misa aquí –cuenta el párroco de la iglesia de San José, el padre capuchino Krzystof Kurzov–. Hay un clima de comprensión recíproca. Se dan mucho los matrimonios mixtos. Y muchos ortodoxos ya me han pedido poder participar en el encuentro con el Papa».