LAGOS (NIGERIA), 11 mayo 2002 (ZENIT.org).- Los ataques del 11 de septiembre dirigieron la atención de Occidente al mundo islámico como no había ocurrido antes. Lo que rápidamente aprendieron los occidentales es que el Islam es un fenómeno complejo, sin una autoridad centralizada y con raíces amplias en culturas y naciones.

Lo que sí está claro, sin embargo, es que hay tensiones, dentro del Islam, entre los que rechazan al resto del mundo y los que buscan algún tipo de conciliación con otras culturas y creencias. Un ejemplo es Nigeria.

El mes pasado, los fiscales musulmanes nigerianos en el estado de Zamfara pidieron que se aplicara la pena de muerte a dos hombres, acusados de convertirse del Islam al cristianismo, informaba la agencia británica Ananova el 24 de abril. Lawali Yakubu y Ali Jafaru fueron acusados de unirse al Movimiento de la Gran Comisión, un iglesia evangélica internacional con gran presencia en Nigeria.

Algunos días después, el periódico de Lagos Daily Champion informaba que los dos hombres se salvaron de la sentencia de muerte, gracias al juez que presidía el tribunal islámico.

El juez, Alhaji Awal Jabaka, explicó que, mientras el Corán y algunos otros libros islámicos estipulan la muerte para cualquier musulmán que se convierta a otra religión, el código de la sharia (ley islámica) local no tiene disposición alguna para tal castigo, según divulgaron los medios.

Las disputas sobre la ley islámica en Nigeria se extienden a nivel nacional, observaba el boletín de abril de Compass Direct. El ministro de justicia, Kanu Agabi, declaró ilegal e inconstitucional el sistema legal islámico actualmente vigente en 12 Estados del norte. Agabi hizo esta declaración el 18 de marzo en una carta dirigida a los gobernadores de Estado que han puesto en ejecución la Shariah.

Decía que, aunque el gobierno federal aprecia los motivos de los gobernadores a la hora de imponer el código legal islámico, no deberían permitir que su “celo por la justicia y la transparencia minen la ley fundamental de la nación, que es la constitución”. Agabi añadía: “Un tribunal que impone castigos discriminatorios está burlándose deliberadamente de la constitución”.

Sus declaraciones despertaron las críticas del secretario general del Consejo Supremo de Asuntos Islámicos de Nigeria. Lateef Adegbite afirmó que, al declarar la ley islámica inconstitucional, el gobierno se volvía coercitivo y dictatorial.

Los kamikaze provocan divisiones
Otro tema de división se centra en los kamikaze (suicidas con bombas) del conflicto palestino-israelí. Ahmed al-Tayeb, el nuevo mufti de Egipto, apoyó a los suicidas, informaba el 5 de abril el Financial Times. Su predecesor, Farid Nasser Wassel, también elogió a los suicidas con bombas palestinos --sin importar sus blancos-- llamándoles “mártires”.

Tayeb, que fue designado para su cargo directamente por el gobierno de Mubarak, es la segunda autoridad religiosa de Egipto. Su autoridad sólo es sobrepasada por Muhammed Sayyid Tantawi, moderado, jeque de Al-Azhar, la mezquita-universidad más importante.

Previamente, Tantawi, designado también por el gobierno, había dictaminado que todos los ataques sobre civiles estaban prohibidos. Recibió el apoyo del mulá más anciano de Arabia Saudí, Abdul Aziz Al ash-Sheikh, quien dictaminó que la mayor parte de los ataques kamikaze llevados a cabo por palestinos y otros son de naturaleza suicida.

El Islam, cualquiera que sea la corriente, prohíbe explícitamente el suicidio. Solamente Dios puede dar o quitar la vida. Por eso, los ataques están prohibidos, según Al ash-Sheikh.

Sin embargo, un reportaje del 15 de abril, en el periódico israelí Ha’aretz, indicaba que Tantawi apoyaba los suicidas con bombas en algunas circunstancias. “Sigo afirmando que ningún musulmán debería pensar en arrojarse en medio de niños o mujeres, pero sí contra los agresores, contra los soldados que sabotean, matan y atacan”, decía Tantawi a los periodistas.

Mientras, el embajador saudí en el Reino Unido elogió a los suicidas palestinos y criticó a los Estados Unidos, en un poema publicado en un periódico de Londres, según informaba el Washington Times el 16 de abril. “Tú has muerto para honrar la palabra de Dios”, escribía Ghazi Algosaibi en “Los Mártires”, un pequeño poema que apareció en la portada del diario en lengua árabe, Al Hayat, de propiedad saudí.

Aquel mismo día, Reuters informaba que los líderes religiosos musulmanes de Irak habían decretado que los suicidios con bombas de los palestinos contra los israelíes eran un acto virtuoso de jihad, o guerra santa. “Los clérigos musulmanes en Irak bendicen estos actos suicidas y piden a todos los clérigos musulmanes que apoyen y respalden a los luchadores con sus fatwas”, decía el decreto.

El 1 de mayo, Reuters informaba que el líder supremo de Irán, Ayatollah Ali Khamenei, elogiaba los suicidas con bombas que han quitado docenas de vidas israelíes. “Los palestinos están soportando presiones y la dureza de su resistencia se manifiesta en las operaciones de búsqueda de martirio, que hacen temblar al enemigo”, afirmaba Khamenei. “Sacrificarse uno mismo por la religión y el interés nacional es lo máximo del honor y la bravura”.

Divisiones culturales
El 9 de abril, el Wall Street Journal presentaba un ejemplo gráfico de la división entre el mundo islámico y otras culturas. Para mantener en funcionamiento su economía, Arabia Saudí emplea a 5,4 millones de extranjeros, un cuarto de su población total. Al mismo tiempo, citando su estatus de hogar de los dos lugares más santos del Islam, el reino proscribe la práctica pública de cualquier otra religión.

Esta exclusión de otras religiones llega hasta el punto de pedir a casi todos los no musulmanes que, una vez muertos, sean enviados al extranjero para ser enterrados. Los saudíes temen que, el entierro en el reino conduzca a un estímulo de las creencias extranjeras. Más de un cuarto de la fuerza de trabajo extranjera de Arabia Saudí es no musulmana, informaba el Journal. Los trabajadores van desde hindúes y budistas tailandeses, a cristianos filipinos.

Pero el Islam es mucho más que Arabia Saudí. El antiguo presidente indonesio, Abdurrahman Wahid, en un artículo publicado en el periódico australiano The Age, el 10 de abril, indicaba: “La mayoría de los musulmanes se oponen con dureza a los actos de violencia, sean de la naturaleza que sean, llevados a cabo en nombre de la religión. En consecuencia, nos hiere que constantemente se vea el nombre del Islam, ‘la religión de la paz’, unido al del terrorismo internacional”.

Sin embargo, el ex-líder de la nación islámica más poblada admitía que, “dentro del mundo musulmán, tenemos grupos que justifican la violencia porque consideran que defienden al Islam de la tiranía del Occidente incivilizado”.

Wahid pidió reformas de la ley islámica, como el que se ponga fin a la pena de muerte para los musulmanes que se conviertan a otros credos. También recomendaba que la próxima generación no adopte un método simplista y formulista de pensar sobre su fe; precisaba que adaptar documentos de reinos del desierto de los siglos VII y VIII a las circunstancias modernas es una “tarea sutil de interpretación”.

Por todo esto, cualquier juicio sobre el Islam ha de considerar las arenas movedizas de su doctrina y de su interpretación. Los factores políticos deben ser tenidos en cuenta al calibrar la hostilidad musulmana hacia Occidente, especialmente hacia los Estados Unidos. Todo esto exige un diálogo informado y continuo entre las culturas islámica y occidental.