En el primer párrafo de la crónica, por un «lapsus mentis» poníamos fecha del jueves. Enviamos la versión corregida de la noticia.
BAKÚ, 22 mayo 2002 (ZENIT.org).- Por primera vez en la historia del cristianismo, un obispo de Roma pisó este miércoles las tierras de Azerbaiyán para afirmar en un país de mayoría islámica que nadie pude justificar la violencia en nombre de Dios.
En la ceremonia de bienvenida, celebrada en su aeropuerto internacional de Bakú, el presidente de la República independizada de la Unión Soviética en 1991, Heidar Aliev, subrayó la importancia histórica del viaje internacional número 96 de este pontificado para el entendimiento entre creyentes de diferentes religiones.
Con 130 católicos, la República azerí es una de las naciones del mundo con el menor número de católicos; sin embargo, el Papa Karol Wojtyla ha querido demostrarles con este largo viaje y con sus 25 horas de estancia que ellos también forman parte a pleno título de la Iglesia universal.
Desde la «ciudad del viento», como es conocida Bakú, el pontífice hizo un sentido llamamiento decisivo en el escenario que se ha creado tras los atentados del 11 de septiembre: «Nadie tiene derecho a invocar a Dios para encubrir sus propios intereses egoístas».
El presidente Aliev dio la bienvenida al jefe de la Iglesia al pie del avión y le acompañó en el pase de revista a la guardia de honor, que fue realizado por el Papa desde una plataforma móvil para evitarle ulteriores esfuerzos.
«Urge el compromiso de todos por la paz –afirmó el Papa en su discurso en ruso–. Pero debe ser una paz auténtica, fundada en el respeto recíproco, en el rechazo del fundamentalismo y de toda forma de imperialismo, en la búsqueda del diálogo como único instrumento válido para superar las tensiones, sin precipitar a naciones enteras en la barbarie de un baño de sangre».
Las religiones «no pueden y no deben convertirse en un trágico pretexto de contraposiciones que tienen su origen en otros motivos», siguió diciendo en su saludo inicial que después de la introducción, leída por el Papa, fue concluido también en ruso por uno de los sacerdotes que colaboran con él en la Secretaría de Estado del Vaticano.
«Aquí, a las puertas de Oriente, no lejos de lugares en los que sigue teniendo lugar el cruel e insensato fragor de las armas, quiero elevar mi voz, en el espíritu de los encuentros de Asís», dijo el sucesor de Pedro en una ceremonia caracterizada por la solemnidad.
La atmósfera no era la de la fiesta popular que ha caracterizado otras bienvenidas pontificias: estaban presentes más bien las autoridades políticas, el cuerpo diplomático presente en la República, y el séquito pontificio que llegó de Roma en un avión de la compañía Alitalia.
«Pido a los responsables de las religiones que rechacen toda forma de violencia, como una ofensa al nombre de Dios, y que se conviertan en promotores incansables de paz y de armonía, de respeto de los derechos de todos y de cada uno», dijo el jefe de la Iglesia católica a los presentes.
El pontífice no se olvidó de los emigrantes y refugiados de todo el Cáucaso para quienes pidió la «solidaridad internacional» con el objetivo de que recuperen «la esperanza en un futuro de prosperidad y de paz en su tierra y de origen y entre sus seres queridos».
Cientos de miles de estos refugiados fueron provocados por el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán surgido por el enclave de Nagorno Karabaj, poblado en su mayoría por poblaciones armenias. El alto al fuego se alcanzó en 1994.
Azerbaiyán perdió casi el 20 por ciento de su territorio y debe acoger a 750 mil refugiados provocados por el conflicto. Juan Pablo II había visitado precisamente Armenia el año pasado.
Las últimas palabras de su discurso de llegada se dirigieron a los poquísimos católicos del país: «Los cristianos de todo el mundo miran con sincera simpatía a estos hermanos suyos en la fe, convencidos de que, a pesar de que numéricamente son pocos, pueden ofrecer una contribución significativa al progreso y a la prosperidad de la patria, e un clima de libertad y de recíproco respeto».
«Estoy seguro de que las dificultades dramáticas, experimentadas también por la comunidad católica en tiempos del comunismo, serán recompensadas por el Señor con el don de una fe viva, de un compromiso moral ejemplar, y de vocaciones locales para el servicio pastoral y religioso», concluyó.
Tras la ceremonia de bienvenida, Juan Pablo II participó en un homenaje a los caídos por la independencia de Azerbaiyán y después se encontró con el presidente Aliev en una visita de cortesía en el palacio presidencial.
Por último se encontró en el mismo palacio presidencial con los representantes de las religiones presentes en Azerbaiyán, así como con los exponentes de la política, de la cultura y el arte.
En la tarde de mañana, jueves, partirá rumbo a Bulgaria.