SOFÍA, 24 mayo 2002 (ZENIT.org).- El apretón de manos entre el Papa de Roma y el patriarca de Sofía se convirtió este viernes en uno de los acontecimientos ecuménicos más importantes de los últimos años.

El líder de la Iglesia ortodoxa búlgara, cercana a la Iglesia hermana rusa, que en años anteriores no veía con buenos ojos la visita de Juan Pablo II, dispensó este viernes una solemne acogida a su visitante de Roma.

«Vengo con sentimientos de estima por la misión que la Iglesia ortodoxa de Bulgaria está realizando, y pretendo testimoniar respeto y aprecio por su compromiso a favor de estas poblaciones», dijo el Papa al saludar a Su Santidad Maxim, de 87 años bien llevados.

Después del apretón de manos de los dos líderes religiosos, la mayoría de los 12 metropolitas búlgaros besaron la mano del Papa. El clima era mucho más cálido que el que en días pasados se esperaban los expertos.

De hecho, el patriarca Maxim sorprendió a católicos y ortodoxos al participar este jueves en la ceremonia de bienvenida del pontífice, a pesar de que su presencia no estaba prevista en el programa.

En representación del patriarca y del Santo Sínodo pronunció las palabras de bienvenida el metropolita ortodoxo Simeón, encargado de los fieles de Europa occidental, quien le había acogido previamente en la catedral ortodoxa de San Alexander Nevski.

«Nosotros, los cristianos, tenemos que salvar juntos al mundo amenazado por el materialismo salvaje», dijo el metroplita.

«Nosotros le estimamos, Santidad, y le consideramos como un apóstol», añadió antes de intercambiar con el Papa un abrazo de paz.

El sucesor del apóstol Pedro le respondió constatando que este encuentro es «signo de un progresivo crecimiento de la comunión eclesial».

«Ahora bien --añadió--, esto no nos debe hacer olvidar una franca constatación: Cristo Señor ha fundado la Iglesia una y única, pero nosotros, hoy, nos presentamos ante el mundo divididos, como si Cristo mismo estuviera dividido».

«Esta división no sólo contradice abiertamente la voluntad de Cristo --afirmó--, sino que es un escándalo para el mundo y daña a la santísima causa de la predicación del Evangelio a toda criatura».

Era un día importantísimo: la fiesta nacional de los santos Cirilo y Metodio, día de la cultura y las letras búlgaras. Los dos hermanos, creadores del alfabeto cirílico, partieron desde estas tierras en el siglo IX para evangelizar a los pueblos eslavos.

El Santo Padre propuso a los dos santos, a quienes al inicio de su pontificado proclamó compatronos de Europa, como senda para alcanzar la unidad entre la Iglesia ortodoxa y católica: fueron enviados a la evangelización por el patriarca de Constantinopla, pero autentificaron su misión visitando al Papa.

Para los cristianos de hoy, añadió, son como «un puente espiritual entre la tradición oriental y la tradición occidental, que ambas confluyen en la única gran tradición de la Iglesia universal».

Cuando Juan Pablo II se despidió del patriarca Maxim, a las afueras del palacio patriarcal, unos doce católicos, gritaron con entusiasmo: «¡Unidad, unidad!».