CRACOVIA, 19 agosto 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II se despidió de Polonia en la tarde de este lunes confesando su tristeza, pero sin excluir una futura visita.
«Es una pena marcharse», confesó. «¡Quédate con nosotros!», le respondieron gritando las 20.000 personas que se reunieron en el aeropuerto internacional de Cracovia que lleva el nombre del pontífice.
La ceremonia se convirtió en una auténtica fiesta musical, en la que los cantos trataron de arrancar lágrimas al pontífice y de convencerle para que no se marchara. «Escucha tu corazón, vuelve aquí», cantó durante muchos minutos el coro.
El Papa Wojtyla, sin embargo, trató de superar la melancolía pensando en el futuro. «Muchos me han esperado. Muchos han querido encontrarse conmigo. No todos lo han logrado. Quizá la próxima vez...», dijo en su discurso.
El cardenal primado Józef Glemp, arzobispo de Varsovia, quien le despidió en nombre de los católicos del país, le invitó a volver para bendecir el Santuario de la Divina Providencia, cuando se concluyan las obras de construcción que ahora comienzan en la ciudad de la que es arzobispo.
«Aunque le hemos cansado, sabemos que le hemos alegrado», dijo por su parte el presidente de la República, Aleksander Kwaśniewski.
En su discurso de despedida, Juan Pablo II recordó a los pobres y desempleados, que pagan el precio de los cambios que vive Polonia, e invitó a los responsables de la gestión del Estado y a los ciudadanos a responder con «espíritu de misericordia, de fraterna solidaridad, de concordia y de atención al bien de la Patria».
«Espero que, conservando estos valores, la sociedad polaca --que desde hace siglos forma parte de Europa-- encuentre el lugar que le corresponde en la estructuras de la Unión Europea --, en la que no sólo no perderá su identidad, sino que además podrá enriquecer con su tradición a este continente y a todo el mundo», afirmó el obispo de Roma.
La entrada de Polonia en la Unión Europea ha sido motivo de debate en los últimos años en el país, especialmente en algunos sectores católicos.
«¡Jesús, en ti confío!», fueron sus últimas palabras en tierra polaca. «Que esta sincera confesión traiga alivio a las futuras generaciones en el nuevo milenio. ¡Que Dios, rico en misericordia, os bendiga!».
Poco después despegaba el Boeing 737 de la compañía polaca LOT que, tras dos horas de vuelo, debía llevarle al aeropuerto de Roma. El pontífice debía dirigirse directamente a la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
Concluyó así la visita internacional número 98 de este pontificado, octavo viaje oficial a Polonia, (o noveno, si se tiene en cuenta la visita de unas horas realizada en 1995 al margen de su peregrinación a la República Checa).
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