SAN SEBASTIÁN, 16 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Javier Elzo, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, ha hablado recientemente en la Facultad de Teología de Granada de fundamentalismos religiosos y nacionalismos, definiendo al fundamentalismo como asesino por definición porque excluye siempre al que piensa distinto.
En esta entrevista concedida a Zenit, Elzo, quien ha sido públicamente amenazado por el grupo terrorista vasco ETA, desgrana su pensamiento sobre el nacionalismo totalitario y apuesta por una Europa cosmopolita en la que la Iglesia sea un referente para este mundo transcultural y globalizado.
–Usted ha definido los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos como «identidades asesinas» El binomio nacionalismo-fundamentalismos religioso, ¿es letal por definición?
–Elzo: La expresión de «identidades asesinas» es de Amin Maalouf, pero la hago mía sin problemas. Todo fundamentalismo, religioso o nacionalista, es letal por necesidad, pues excluye radicalmente al que no piense como él.
Por la violencia incluso, si fuera preciso, en un contexto de pluralidad nacional o religiosa, lo que cada día es más habitual dada la movilidad geográfica de un mundo globalizado.
–Una cosa es ser nacionalista y la otra ser terrorista, ¿por qué se da la tendencia perversa que asocia nacionalismo con terrorismo?
–Elzo: Porque hay nacionalistas que justifican el terrorismo y porque hay antinacionalistas (o nacionalistas excluyentes de otra nación) a los que les viene bien esa situación de nacionalistas que justifiquen el terrorismo para así atacar el nacionalismo democrático.
–El reciente documento de los obispos españoles sobre la valoración moral del terrorismo ataca a los nacionalismos totalitarios e idólatra. ¿Qué hace que un nacionalismo se vuelva excluyente y totalitario?
–Elzo: A veces la historia (lo que explica, pero no justifica) pero, sobretodo, situar la patria «sobre todo», es decir, sobre las personas concretas.
Cuando se hace de la patria o de la nación la primera y última razón de la existencia el riesgo de la idolatría y de la exclusión del diferente está a la vuelta de esquina. La historia reciente debería servirnos de maestra pero nadie escarmienta en cabeza ajena. A veces ni en la propia.
–¿Estaría de acuerdo en afirmar que el nacionalismo bien entendido conduce a la buena convivencia y a la paz social?
–Elzo: El nacionalismo, concretamente en el caso vasco, lo entiendo, en negativo, como un empeño de un pueblo pequeño, de escasos tres millones de personas, divididos en dos estados, en no diluirnos en la historia, manteniendo nuestra especificidad.
En positivo, en aportar, desde la voluntad de ser nosotros mismos, nuestra aportación a la historia de los pueblos desde nuestra propia idiosincrasia, sin exclusión de nadie, más bien acogiendo con los brazos abiertos a los que vengan a hacer su historia personal con nosotros.
La formula política-jurídica que para eso haya que adoptar me parece secundario, pero entre la independencia como un nuevo Estado y la autonomía en el mismo plano de otras regiones españolas (y en su caso francesas) que manifiestan menor voluntad y conciencia de ser un pueblo con identidad propia, aunque múltiple, posturas ambas perfectamente legítimas en un ámbito de no violencia y de opciones exquisitamente democráticas, hay otras intermedias que cabría ensayar si hay, de verdad, voluntad de resolver el contencioso vasco.
–¿Cree viable una Europa de las naciones?
–Elzo: Soy un acérrimo defensor de una Europa unida, con un presidente y un Consejo con capacidad ejecutiva y con un Parlamento con capacidad legislativa donde haya estados cosmopolitas, multinacionales y que garanticen la coexistencia de las identidades nacionales y religiosas mediante el principio de la tolerancia constitucional.
Todo esto subrayando la necesidad de combinar la capacidad de autodeterminación de los pueblos y de las naciones cuando haya Estados multinacionales como es el caso español, por ejemplo, con la responsabilidad por los demás, por los extranjeros, dentro y fuera de las fronteras de Europa.
Sostengo con el sociólogo de Munich Ulrich Beck «una Europa cosmopolita que obtenga la fuerza política precisamente de la lucha abierta al mundo contra el terrorismo, pero también de la afirmación y de la moderación de la pluralidad nacional europea, (que) incluyendo sus extremistas menos intransigentes, podría ser o convertirse en una utopía del todo realista».
Una Iglesia católica, luego universal, pero presente en las iglesias particulares, luego con sus idiosincrasias propias, podría ser un excelente referente para este mundo globalizado, interdependiente y transcultural en el que, ineluctablemente, estamos entrando a pasos agigantados.