MADRID, 12 febrero 2003 (ZENIT.org).- El obispo de Córdoba, monseñor Javier Martínez, viajó este martes a Israel acompañado por el obispo auxiliar de Zaragoza, monseñor Alfonso Milián Sorribas, y por una delegación de Caritas española para conocer sobre el terreno la situación que viven los palestinos en Tierra Santa, y, más concretamente, las comunidades cristianas hermanas.

Han sido los Obispos de Tierra Santa los que han hecho esta invitación a los Obispos de la Conferencia Episcopal Española para compartir con ellos la grave situación de las familias cristianas, pedir su colaboración, y ser sostenidos en la esperanza.

Ofrecemos esta entrevista, realizada momentos antes de que monseñor Martínez volara a Tel Aviv, hecha pública por el obispado de Córdoba

--Sabemos que, después de dos fallidos intentos, finalmente viaja a Tierra Santa en estos momentos de máxima tensión e incertidumbre. ¿Puede decirnos cuál es el objetivo del viaje?

--Monseñor Martínez: El objetivo del viaje es conocer su situación. Son los obispos de la Iglesia en Tierra Santa quienes han pedido la visita, y nosotros acudimos como gesto de comunión y de apoyo a una Iglesia, que siendo minoritaria, sin embargo juega un papel esencial de mediación entre el mundo israelita y el mundo musulmán. Sin embargo, se siente fácilmente olvidada por sus hermanos de Occidente. Ya es difícil, en cualquier caso, ser cristiano dentro de un pueblo enfrentado a muerte entre musulmanes y judíos... En la medida también en que en Oriente se vincula - de una manera especialmente simplista - mundo Occidental y cristianismo, los primeros que sufren, o que pueden sufrir, las consecuencias de un eventual conflicto en Medio Oriente serían los cristianos del Medio Oriente, no sólo en Palestina, sino en todo el Medio Oriente, también en Irak; evidentemente, y sobre todo, en Irak.

--¿Qué papel está desempeñando la Iglesia ante el posible conflicto?

--Monseñor Martínez: La Iglesia, desde hace mucho tiempo, está haciendo en todo el mundo todo lo que está en sus manos desde su ámbito especifico, que no es el ámbito propio de los gobiernos. Ha sido muy profundo el trabajo realizado durante estos años para hacer más conscientes a los cristianos de sus propias responsabilidades en los ámbitos educativos, cultural y político, en orden a preservar la paz. Hemos sido invitados a volver la mirada a Aquel, el Único, que hace posible la paz, que hace capaz al hombre de ser misericordioso. ¿Cómo podrían resolverse realmente los conflictos entre los hombres sin la experiencia de la misericordia? Y se han abierto múltiples espacios de diálogo con todos los grupos religiosos, muy especialmente con el musulmán. Todavía está cercano el valiente testimonio del Papa en su viaje a Tierra Santa, y su capacidad de diálogo con judíos y musulmanes. ¡Pero no son los religiosos quienes desencadenan la guerra!. Como ha dicho siempre el Santo Padre, «una guerra es siempre una derrota de la humanidad», y la humanidad ha sufrido ya muchas... ¡y el Medio Oriente ha sufrido ya muchas!

--¿Cuál es la situación de los cristianos en Tierra Santa?

--Monseñor Martínez: Llevan trece siglos viviendo en situaciones de extrema dificultad, y sosteniéndose. Los occidentales van a Tierra Santa de peregrinos y muy pocas veces caen en la cuenta de que si los santuarios que visitan están abiertos es porque hay cristianos que viven allí, que son de allí, que los cuidan, como nosotros cuidamos nuestros templos... ¿Cómo pueden ellos mantener sus comunidades, y sus templos abiertos, cuando se hace la vida casi insostenible para ellos? De eso muy pocos cristianos occidentales son conscientes...

--¿Cómo vamos a poder ayudarles?

--Monseñor Martínez: Lo primero que hemos de tener en cuenta es que no vamos como salvadores de nadie. Vamos como hermanos. Tenemos mucho que aprender de ellos. Ojalá aprendiéramos en Occidente a vivir como viven los cristianos del Medio Oriente, que llevan ocho siglos de persecución sosteniendo su fe. Sabemos que la Iglesia cristiana en Israel, que es mayoritariamente palestina, vive unas circunstancias extraordinariamente difíciles. Encontraremos modos de hacer juntos este trecho tan difícil del camino de la Iglesia. Y no sólo pensando en el bien de la Iglesia, sino –y sobre todo- en el cumplimiento de su misión propia en el conflicto gravísimo que viven los hombres en Oriente medio desde hace ya demasiados años. Su misión es ser instrumento de paz.