ROMA, 22 febrero 2003 (ZENIT.org).- Con el aumento de las posibilidades de una guerra en Irak, las presiones sobre la Iglesia aumentan. Algunos observadores han criticado los repetidos llamamientos a la paz realizados por el Papa, miembros de la Curia Romana y las Conferencias Episcopales, como injustificadas interferencias, mero pacifismo, o incluso sutil antiamericanismo. Sin embargo, sometidas a un análisis profundo, ninguna de estas acusaciones queda en pie.
¿Cómo interpretar las declaraciones de Juan Pablo II? En una entrevista aparecida el 10 de febrero en el periódico italiano La Stampa, el cardenal Sergio Sebastiani, que ha sido nuncio en Turquía durante 10 años, explicaba que la Iglesia está proponiendo un plan detallado para hacer frente a la situación. Las intervenciones del Santo Padre, afirmaba, se dirigen a exhortar a las partes implicadas a que reflexionen sobre las consecuencias de sus acciones, en particular las que podrían afectar a los civiles iraquíes.
Preguntado por el entrevistador si se corre el riesgo de que el Vaticano sea percibido por los Estados Unidos como hostil, el cardenal Sebastiani replicaba que el escándalo real se daría si el Papa no hubiera hablado para intentar parar el conflicto.
Sobre la cuestión Vaticano-Estados Unidos, Giorgio Ruini, editorialista de L’Osservatore Romano afirmaba que «categóricamente excluye» los intentos de presentar la posición del Papa como antiamericana. Cualquier intento de unir las declaraciones de Juan Pablo II al sentimiento antibélico y antiamericano de algunas organizaciones sería una traición de las intenciones del Santo Padre, afirmaba Ruini en el diario Il Messaggero el 10 de febrero.
Ruini explicó que es vital mantener unidos los conceptos de paz y justicia. En este sentido la posición del Vaticano no es del todo «pacifista», afirmaba Ruini, sino más bien a favor de una «pacificación» de la situación. Tal pacificación implicaría remover las causas del conflicto, agregó.
Tal requisito exige que Irak colabore plenamente con los inspectores de la ONU, explicaba el cardenal Roger Etchegaray, el emisario especial del Papa enviado a Bagdad la semana pasada. Advirtió que la guerra sería una auténtica catástrofe, informaba el periódico italiano La Repubblica el 10 de febrero.
Distinguir principios
Los líderes de la Iglesia reconocen abiertamente los peligros a la seguridad provocados por el terrorismo, así como la naturaleza reprobable del régimen de Sadam Huseín. Sin embargo se apresuran a puntualizar la necesidad de evitar confundir la lucha contra el terrorismo con la acción militar en Irak.
Una carta escrita a George Bush por el presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, el obispo Wilton Gregory, observaba que el año anterior su antecesor en el cargo le había dicho al jefe del ejecutivo norteamericano que «el uso de la fuerza contra Afganistán estaría justificado, si se hiciera de acuerdo con las normas de la guerra justa y como parte de un esfuerzo más amplio, principalmente no militar, para ocuparse del terrorismo».
Mons. Gregory continuaba: «Creemos que Irak es un caso diferente. Dado los precedentes y los riesgos en juego, consideramos difícil justificar una extensión de la guerra contra el terrorismo a Irak, faltando evidencias claras y adecuadas de la implicación iraquí en los ataques del 11 de septiembre o en un ataque inminente de naturaleza grave».
Su carta indicaba más adelante que «los Estados Unidos y la comunidad internacional tienen dos graves obligaciones: proteger el bien común contra cualquier amenaza iraquí a la paz y hacerlo de manera conforme con las normas morales fundamentales». La carta continuaba explicando cómo un acción militar no satisfaría las normas morales que gobiernan el uso de tal fuerza.
¿Reclutar para Bin Laden?
Algunos observadores objetan que estos argumentos se basan en un mero desconocimiento práctico de los temas militares y, por lo tanto, no es una cuestión de competencia de los obispos. Sin embargo, los puntos resaltados por el Papa y los obispos se repiten por doquier.
Por ejemplo, un análisis del 9 de febrero realizado por Michael Dobbs en el Washington Post observa que muchos miembros de la comunidad política extranjera, de los senadores y de los más altos oficiales militares consideran que, «aunque la administración Bush pueda demostrar que Huseín es un hombre malvado con sus malvadas armas, incluso así, debería reconocer que todavía no ha comprobado de manera convincente que significa un peligro inminente para la paz y la seguridad de los Estados Unidos que sólo puede desactivarse con la guerra».
Con respecto a la lucha contra el terrorismo, David Gardner, en un artículo de opinión del 27 de enero en el Financial Times, advertía que una guerra en Irak «proveería al señor Osama Bin Laden con la base de apoyo que le fue denegada tras el ataque a las torres gemelas y el Pentágono. Un ataque a Irak es la mejor oficina de reclutamiento imaginable para la rama integrista del Islam, una ideología que se codea con el fascismo».
Otra opinión interesante es la de un soldado convertido en capellán. Gary Stone ha servido durante 33 años en el ejército australiano, primero como un oficial de infantería, y luego, en los últimos siete años, como capellán. Escribiendo el 12 de enero en el periódico diocesano de Brisbane, The Catholic Leader, hacía notar que uno de sus destinos tuvo que ver con dirigir un contingente de pacificación en la frontera Irán-Irak en 1989-90.
«He visto, sentido, incluso ‘olido’ la maldad que emana del régimen de Sadam Huseín», escribía Stone. Apoyó en 1991 la guerra para liberar Kuwait, y considera que la lucha contra la actividad del terrorismo es moralmente justificable. Sin embargo, defiende que un ataque contra Irak «puede unirse a la guerra contra el terrorismo sólo de manera muy tenue».
Stone continuaba: «Mi gran temor es que una acción unilateral contra Irak, por parte de los Estados Unidos y de sus aliados –como nosotros–, inflará mucho las filas de los fundamentalistas islámicos y aumentará las fuerzas del mal de manera que sea extremadamente difícil contenerlas».
Habla el Papa
Que Juan Pablo II en manera alguna abriga sentimientos antiamericanos resulta obvio por sus declaraciones a consecuencia de los ataques del 11 de septiembre. En su discurso pronunciado dos días después ante James Nicholson, entonces nuevo embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede, el Papa recordaba: «En mi reciente encuentro con el presidente Bush, acentué mi profunda estima por el rico patrimonio de valores humanos, religiosos y morales que históricamente ha caracterizado el carácter americano».
Y añadía: «En mis visitas pastorales a Estados Unidos y, sobre todo, en mi visita a Denver en 1993 para la celebración del Día Mundial de la Juventud, pude ser testigo personalmente de las reservas de generosidad y de bondad presentes en la juventud de vuestro país».
Sin embargo, el Papa también se ha mostrado igualmente firme en su rechazo a la guerra. «La guerra en sí misma es un ataque contra la vida humana al traer como consecuencia sufrimiento y muerte», declaró al cuerpo diplomático ante el Vaticano el 13 de enero. La guerra, explicó Juan Pablo II, «es siempre una derrota para la humanidad». Como alternativa proponía recurrir a «la ley internacional, al diálogo honesto, a la solidaridad entre estados, al noble ejercicio de la diplomacia».
A un mundo aquejado por el miedo al terrorismo, la Iglesia envía una doble advertencia: Una nueva guerra en Irak no sólo sería moralmente injustificable, sino que probablemente empeoraría la situación.