CIUDAD DEL VATICANO, 3 marzo 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ofreció este sábado uno de sus consejos más personales para afrontar las dificultades: la invocación «Jesús, en ti confío».
«Es un sencillo pero profundo acto de confianza y de abandono al amor de Dios –aseguró el Papa–. Constituye un punto de fuerza fundamental para el hombre, pues es capaz de transformar la vida».
«En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad», añadió.
El pontífice hizo esta recomendación al encontrarse en el Aula Pablo VI del Vaticano con los estudiantes del Seminario Romano Mayor, en el que se forman buena parte de los seminaristas de la diócesis del Papa.
«Jesús, en ti confío» es la invocación que enseñaba la joven mística polaca Faustina Kowalska (1905-1938), mensajera de la Misericordia Divina.
Juan Pablo II encomendó precisamente el 17 de agosto pasado el mundo a la Divina Misericordia al dedicar el nuevo santuario que surge en Lagiewniki, barrio de Cracovia, junto al convento donde vivió y murió santa Faustina.
«En el corazón de Cristo encuentra paz quien está angustiado por las penas de la existencia –siguió aclarando el Papa–; encuentra alivio quien se ve afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consuelo y de amor para quien recurre a El con confianza».
Los seminaristas y el coro diocesano de Roma recitaron para el Papa un «Oratorio» musical inspirado precisamente en el mensaje transmitido por la santa que conmovió al Papa, llevándole a recordar después espontáneamente junto a los seminaristas sus años de seminario clandestino en Cracovia, en plena ocupación nazi.
«En aquellos tiempos cuando era obrero, nunca habría podido pensar que un día, como obispo de Roma, habría hablado de esa experiencia con los seminaristas romanos», aseguró el Papa.
«En la fábrica –recordó–, durante mi turno de ocho horas, ya sea de día o de noche, me llevaba algunos libros. Mis colegas obreros se sorprendieron algo, pero no se escandalizaban. Es más, me dijeron: «Te ayudaremos, puedes descansar si quieres y nosotros trataremos de supervisar por ti»».
«De este modo pude presentar los exámenes ante mis profesores. Todo en clandestinidad: filosofía, metafísica…», siguió evocando.
«Pude constatar que la metafísica, la filosofía cristiana, me daba una nueva visión del mundo, una penetración más profunda de la realidad», afirmó.
«Con la metafísica, con la filosofía –concluyó–, encontré la clave, una clave de comprensión y de penetración del mundo. Una penetración más profunda, diría, última».