MADRID, 5 marzo 2003 (ZENIT.org).- Monseñor Ramón del Hoyo López, obispo de Cuenca (España), cree que es aún posible evitar la guerra en Irak, a pesar de que EE UU sigue enviado a miles de soldados al Golfo, porque «se están dando pasos para la paz a todos los niveles; se elevan oraciones desde todos los rincones de la tierra».
–Irak cuenta con misiles de largo alcance y diversas armas químicas. ¿Es entonces moralmente lícita una guerra preventiva?
–Estimo a título personal que la guerra no es inevitable y que no es base suficiente un juicio de intenciones para su declaración. Se requiere la verdad y la justicia y el conocimiento contrastado propio de la libertad humana. El Catecismo de la Iglesia Católica, bajo el epígrafe «la defensa de la paz» señala las condiciones estrictas de una legítima defensa –mediante la fuerza militar– para su legitimidad moral. El juicio sobre estas condiciones pertenece, en todo caso, a quienes están al cargo del bien común. Pienso que los organismos internacionales deben tutelar la paz, muy por encima de todo, aun en la situación presente, y levanto mi pancarta a favor de los pobres que sufrirían, más que nadie, las consecuencias de una guerra. Sus gritos de sufrimiento interpelan también nuestra «conciencia preventiva».
–Si no es lícito, ¿cómo se podría frenar a Sadam Husein, respetando los límites de la moral, para evitar que emplee ese armamento?
–Desde el cumplimiento del derecho internacional y la justicia, desde el respeto a la vida y solidaridad, desde el diálogo leal de una diplomacia eficaz en aras de la seguridad mundial, desde la verdad y no desde hipótesis. ¿Entenderá Sadam Husein estos principios básicos? ¿Cómo hacérselo entender? Se están dando pasos para ello a todos los niveles, se elevan oraciones desde todos los rincones de la tierra, ¿por qué no tener esperanza?
–¿No puede ser ingenuo pedir más tiempo para «agotar todas las posibilidades para evitar la guerra»? ¿No es darle tiempo a Sadam para que se prepare?
–Agotar todas las posibilidades para evitar la guerra, lejos de calificarlo de «ingenuo» lo considero prudente, justo y necesario. Seríamos todos culpables de nuestra indiferencia práctica en momentos como estos, porque la guerra nunca favorece el bien de la comunidad humana y, a la larga, siempre destruye. Lo que precisa la paz mundial es la unión de fuerzas de todos los Estados contra la barbarie terrorista.
–Casi todas las condenas han ido dirigidas principalmente a George Bush. Sin embargo, ¿el verdadero causante del problema no es Sadam Husein? ¿no es él quien pone en peligro el equilibrio internacional con su patente belicismo?
–Una herida mal curada termina abriéndose de nuevo. Busquemos los remedios eficaces y profundos. Deben preceder siempre los mecanismos y fases de diálogo a todos los niveles. Aplicar la fuerza es un último recurso, si se comprobara necesario para el bien común internacional, por las Naciones Unidas y con todas las condiciones y cautelas de su Carta y de los principios, que hago míos, del Catecismo de la Iglesia Católica. El 11 de septiembre y el terrorismo en general pesan también, y mucho, en las conciencias de todos, más para los ciudadanos de los Estados Unidos de América del Norte, sumidos en el temor injusto en estos momentos. Nadie lo ignora. Pero desde mi cultura cristiana no me apoyo en la ley del Talión, sino en la del amor, diálogo y perdón, aún reconociendo que la legítima defensa no solo puede ser un derecho sino un deber en casos extremos y concretos.