CIUDAD DEL VATICANO, 20 marzo 2003 (ZENIT.org).- La revelación bíblica constituye una clave decisiva para superar la crisis de la figura del padre que se experimenta en estos momentos, afirma el arzobispo Paul Josef Cordes.
El prelado alemán, presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, a quien Juan Pablo II ha encomendado la coordinación de las instituciones de ayuda de la Iglesia católica en el mundo, ha dedicado un libro a afrontar el problema: «El eclipse del Padre», publicado en español e italiano, y que más tarde será publicado inglés.
Se trata de una investigación que toma en cuenta fenómenos sociológicos, cambios del derecho, tendencias psicológicas y pedagógicas, así como los replanteamientos del nuevo feminismo.
La crisis de la figura del padre, originada por el cambio de la relación entre sexos, de la concepción de la autoridad, y de otros factores, es analizada por monseñor Cordes a la luz del Evangelio, en donde Jesús revela quién es verdaderamente el Padre.
–Parecería que la cultura actual ofusca la fuerza de esta verdad fundamental del Evangelio.
–Monseñor Cordes: Este punto central del Nuevo Testamento fue puesto algo en la sombra por el lenguaje de san Agustín, que usa más frecuentemente otros términos: Dios, el Omnipotente, el Creador. Frente al mundo pagano, se daba el problema de evitar que se confundiera al Dios del Nuevo Testamento con Zeus, padre de los dioses y de los hombres. Por eso, en ocasiones se prefería evitar la palabra «Padre».
Es una tendencia que es llevada al exceso por Lutero, que tenía una relación tan conflictiva con su padre, que no era capaz de utilizar esta palabra ante Dios. En su primera Misa, cuando tuvo que utilizar la expresión «Padre», quería huir. Un presbítero que le asistía tuvo que detenerle.
Sigmund Freud, por último, ha dado un golpe ulterior a la idea de padre en nuestra cultura, haciendo del mito de Edipo la clave de su antropología. Hoy, por tanto, la dificultad de la relación padre-hijo, nos invita a descubrir en todo su alcance la revelación de que Dios es nuestro Padre.
–¿Hay signos de los tiempos que apuntan hacia esta dirección?
–Monseñor Cordes: Susan Faludi, periodista famosa por haber promovido el feminismo con un libro de éxito en Estados Unidos, hace unos diez años quiso analizar la condición del varón y al final de su investigación admitió: yo quería escribir un libro sobre los hombres y al final ha salido un libro sobre los padres. Descubrió que muchos hombres sufrían todavía por la ausencia del padre vivida en su infancia. Por este motivo, le criticaban, le odiaban. El único camino para recuperar su identidad de hombres era perdonar al padre y perdonarse a sí mismos, pero esto no era posible sin abrirse a la fe en un Dios Padre.
–El rechazo de esta apertura es, quizá, la causa profunda de muchas situaciones de problemas familiares.
–Monseñor Cordes: En mi libro evoco la figura de Pedro de Bernardone, padre de san Francisco de Asís, que no quería aceptar la voluntad de Dios sobre su hijo, pues había proyectado sobre él su imagen. A esta situación se le contrapone la experiencia de Abraham que, frente a la orden de sacrificar al hijo, aprende a través del sufrimiento a ser padre, a no dudar del amor de Dios.
–Pero, ¿qué tiene que ver esto con los hombres de hoy?
–Monseñor Cordes: Es una lección para aceptar que el papel del padre es diferente al de la madre. La paternidad como vocación no se limita al amor tierno por el hijo. No busca su complacencia, concediéndole todo lo que quiere. Obviamente tampoco es animadversión emotiva contra él. Es algo diferente: es responsabilidad. Por esto, es necesario tener el valor de preservar la propia autoridad. Un hijo hoy es una posibilidad maravillosa para superar el egoísmo, que en general es mucho más fuerte en el hombre que en la mujer.
–En ocasiones hay heridas muy difíciles de curar…
–Monseñor Cordes: Si uno no ha vivido en su propia vida la auténtica dimensión de la paternidad, puede encontrar a través de la paternidad espiritual aquello que le ha faltado en su vida. Como dice el Papa, la influencia de las normas éticas no es suficiente, tenemos necesidad de testimonios que, influenciándonos, nos dejen ser libres. Como prueba, en un libro cuenta la influencia que tuvo sobre él, a los 19 años, y sobre sus compañeros, su catequista, Jan Tyranowski [un sastre de Cracovia]. Karol Wojtyla dice: no sabíamos por qué era tan atrayente. Sus palabras no eran originales, pero nos tocaban. Su vida interior daba peso a sus palabras, explicaba cada uno de sus comportamientos, atraía a pesar de todas sus reservas y resistencias.