MADRID, 3 mayo 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II llamó a más de 700.000 jóvenes españoles (algunas fuentes hablaban de «más de un millón»), reunidos en la vigilia del sábado por la tarde en la base aérea de Cuatro Vientos, a ser «operadores y artífices de la paz».
«La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz –lo sabemos– es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior», afirmó en su discurso.
El Santo Padre reiteró la llamada a la paz, realizada horas antes, en su primera intervención a su llegada a España: «Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen».
Otra de las fuertes llamadas del Papa fue a la nueva evangelización, en la que los laicos especialmente, «tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas».
El Papa invitó a los jóvenes a descubrir su vocación, especialmente la llamada al sacerdocio, de la que ofreció un emotivo testimonio personal.
«Deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes –confesó–: si sientes la llamada de Dios que te dice: «¡Sígueme!», no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida».
«Os doy mi testimonio –añadió–: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo».
En otro momento del discurso se refirió a la misión de Europa y a la nueva evangelización: «así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu».
«Una Europa fiel a sus raíces cristianas –subrayó–, no encerrada en sí misma sino abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente de estar llamada a ser faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos».
Para Juan Pablo II, «el drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma».
Por ello, exhortó los jóvenes a «formar parte de la «Escuela de la Virgen María». Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora».