MADRID, 3 mayo 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Juan Pablo II en la ceremonia de bienvenida, en la que participaron los Reyes de España; el presidente del Gobierno español, José María Aznar; los cardenales y obispos españoles; así como autoridades políticas y civiles.

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Majestades,
Señores Cardenales,
Señor Presidente y distinguidas Autoridades,
Señores Obispos,
Queridos hermanos y hermanas:

1. Con intensa emoción llego de nuevo a España en mi quinto viaje apostólico a esta noble y querida nación. Saludo muy cordialmente a todos, a los que están aquí presentes y a cuantos siguen este acto a través de la radio o de la televisión, dirigiéndoles con mucho cariño las palabras del Señor resucitado: «La paz sea con vosotros».

Deseo para cada uno la paz que sólo Dios, por medio de Jesucristo, nos puede dar; la paz que es obra de la justicia, de la verdad, del amor, de la solidaridad; la paz que los pueblos sólo gozan cuando siguen los dictados de la ley de Dios; la paz que hace sentirse a los hombres y a los pueblos hermanos unos con otros.

¡La paz esté contigo, España!

2. Agradezco a Su Majestad el Rey don Juan Carlos I su presencia aquí, junto con la Reina, y muy particularmente las palabras que me ha dirigido para darme la bienvenida en nombre del pueblo español. Agradezco también la presencia del Presidente del Gobierno y demás Autoridades civiles y militares, manifestándoles mi aprecio por la colaboración prestada para la realización de los distintos actos de esta visita.

Saludo con afecto al Senor Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, a los Señores Cardenales, a los Arzobispos y Obispos, a los sacerdotes, personas consagradas y demás fieles que forman la comunidad católica, casi dos veces milenaria, de este País: ¡Sois el pueblo de Dios que peregrina en España! Un pueblo que a lo largo de su historia ha dado tantas muestras de amor a Dios y al prójimo, de fidelidad a la Iglesia y al Papa, de nobleza de sentimientos, de dinamismo apostólico. Gracias a todos, pues, por esta cordial acogida.

3. Mañana tendré la dicha de canonizar a cinco hijos de esta tierra. Ellos supieron acoger la invitación de Jesucristo: «Seréis mis testigos» proclamándolo con su vida y con su muerte. En este momento histórico ellos son luz en nuestro camino para vivir con valentía la fe, para alentar el amor al prójimo y para proseguir con esperanza la construcción de una sociedad basada en la serena convivencia y en la elevación moral y humana de cada ciudadano. Con vivo interés sigo siempre las vicisitudes de España. Constato con satisfacción su progreso para el bienestar de todos. El proceso de desarrollo de una nación debe fundamentarse en valores auténticos y permanentes, que buscan el bien de cada persona, sujeto de derechos y deberes, desde el primer instante de su existencia y acogida en la familia, y en las sucesivas etapas de su inserción y participación en la vida social.
Esta tarde, me reuniré con los jóvenes y espero con ilusión ese momento que me permitirá entrar en contacto con aquellos que están llamados a ser los protagonistas de los nuevos tiempos. Tengo plena confianza en ellos y estoy seguro que tienen la voluntad de no defraudar ni a Dios, ni a la Iglesia, ni a la sociedad de la que proviene.

4. En estos momentos trascendentales para la consolidación de una Europa unida, deseo evocar las palabras con las que en Santiago de Compostela me despedía al finalizar mi primer viaje apostólico por tierras españolas en noviembre de 1982. Desde allí exhortaba a Europa con un grito lleno de amor, recordándole sus ricas y fecundas raíces cristianas: «¡Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Aviva tus raíces!». Estoy seguro de que España aportará el rico legado cultural e histórico de sus raíces católicas y los propios valores para la integración de una Europa que, desde la pluralidad de sus culturas y respetando la identidad de sus Estados miembros, busca una unidad basada en unos criterios y principios en los que prevalezca el bien integral de sus ciudadanos.

5. Imploro del Señor para España y para el mundo entero una paz que sea fecunda, estable y duradera, así como una convivencia en la unidad, dentro de la maravillosa y variada diversidad de sus pueblos y ciudades.

¡Que por la intercesión de la Virgen Inmaculada y del Apóstol Santiago Dios bendiga a España!