CIUDAD DEL VATICANO, 9 mayo 2003 (ZENIT.org).- El pontificado de Juan Pablo II se podría resumir en una frase: El camino de la Iglesia es el hombre –sin distinción alguna–, a quien anuncia la verdad que le hace plenamente libre, Cristo.
Así lo reconoció este viernes el mismo Papa al encontrarse con los participantes en el Congreso internacional que ha comenzado la serie de celebraciones de sus 25 años de pontificado, que culminarán el próximo 16 de octubre.
La iniciativa fue convocada por la Pontificia Universidad Lateranense, que reúne del miércoles al sábado en Roma a representantes de la Iglesia católica de todo el mundo, así como a intelectuales y periodistas para analizar las aportaciones más específicas del pontificado de Karol Wojtyla.
El simposio las ha sintetizado en un lema que constituye al mismo tiempo su tema central: «La Iglesia al servicio del hombre».
En su encuentro con los participantes, el Papa reconoció que la formulación es acertada, pues refleja el pensamiento central de su primera encíclica, que marcaría el desarrollo de su ministerio como obispo de Roma, la «Redemptor hominis» (4 de marzo de 1979).
«La Iglesia no puede abandonar al hombre, cuya «suerte», es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo», decía en el número 14 de esa encíclica programática.
«Este hombre –añadía el primer Papa polaco de la historia– es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención».
Por este motivo, afirmó el Papa al dirigirse a sus huéspedes: «el mensaje del Evangelio se dirige al hombre de toda raza y cultura para que se convierta en su faro de luz y de salvación en las diferentes situaciones en las que tiene que vivir».
«Este perenne servicio a la «verdad» del hombre apasiona a cuantos se preocupan de que se conozca cada vez mejor y perciba, conscientemente, el deseo de encontrar a Cristo, plena realización del hombre».
Aquí está el secreto, aseguró, para encontrar «nuevas vías para la evangelización de las culturas».
«Cristo es la verdad que libera a cuantos lo buscan con sinceridad y perseverancia –concluyó–. Él es la verdad que la Iglesia proclama incansablemente de diferentes maneras, difundiendo el único Evangelio de salvación hasta los extremos confines de la tierra e inculturándolo en las distintas regiones del mundo».