ROMA, 25 mayo 2003 (ZENIT.org).- «La Santa Sede es una potencia, pero una potencia moral», aclaró este sábado el arzobispo Jean-Louis Tauran, secretario de las Relaciones con los Estados de la Santa Sede durante la conclusión del congreso «Iglesia y Orden Internacional» celebrado en la Universidad Pontificia Gregoriana.
La Santa Sede como potencia moral tiene «si así puede decirse, una estrategia: dar voz a la conciencia de las personas y de los pueblos, constituyendo una especie de corpus moral internacional», añadió el prelado francés.
«La razón de ser de la Santa Sede en el seno de la comunidad de naciones es ser la voz que la conciencia espera, sin disminuir por esto la aportación de demás tradiciones religiosas», afirmó.
Le escuchaban en la misma mesa, entre otros, el arzobispo anglicano emérito de Canterbury, Lord George Carey de Clifton, el metropolita ortodoxo de Francia, Emmanuel, que representaba el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla; y el obispo luterano Béla Harmati, presidente de la Iglesia Luterana Evangélica de Hungría, en representación de la Federación Luterana Mundial.
Tauran en su intervención subrayó los principios que defiende y promueve la Santa Sede: «el carácter central de la persona humana y de sus derechos, la promoción humana, la defensa de la paz y el aprecio de la democracia».
En este sentido, Tauran consideró que en estos momentos «la paz y la convivencia civil están amenazadas por expresiones distintas de un poder totalitario, por la obsesión por la seguridad, la ideología y por la búsqueda de privilegios para algunas categorías de ciudadanos».
En relación al desarme, Tauran dijo que «la Santa Sede, potencia desarmada por excelencia, ha alentado siempre los esfuerzos conducidos para conseguir el desarme» y citó algunos de los tratados a los que ha adherido, como el de no proliferación nuclear firmado en Moscú en 1971 o el reciente contra las minas antipersonales de 1997.
«Durante la crisis iraquí, la Santa Sede ha dicho que no comparte el principio de la «guerra preventiva», y ha solicitado el respeto de la Carta de las Naciones Unidas, en particular del capítulo VII, que establece los criterios de comportamiento en caso de amenaza o de agresión a la paz», explicó Tauran.
Monseñor Tauran recordó que «la Santa Sede ha defendido siempre la libertad de conciencia y religión, no solo como libertad de culto sino también como posibilidad para los creyentes a participar en la vida social y política del país del que son ciudadanos».
En síntesis, concluyó, «la Santa Sede se opone a cualquier visión unidimensional del hombre y propone una visión abierta a su componente individual, social y trascendente».
El congreso ahondó en las posibilidades de las Iglesias y comunidades cristianas para contribuir en la promoción de un orden internacional más justo.