CIUDAD DEL VATICANO, 26 mayo 2003 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha pedido a la Iglesia ortodoxa que comprenda las necesidades espirituales de los 500.000 católicos del país que numéricamente no pueden constituir un «peligro» para la Ortodoxia.
El arzobispo Jean-Louis Tauran, secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, hizo pública esta petición en una entrevista concedida el domingo al diario italiano «Il Corriere della Sera», comentando las críticas de «proselitismo» lanzadas contra Roma por el Patriarcado ortodoxo de Moscú.
«Es una actitud que me entristece mucho –comenta el arzobispo francés–. Ante todo porque con la Iglesia ortodoxa tenemos un patrimonio común espiritual considerable y, en segundo lugar, porque soy testigo directo del deseo, es más, del ansia de Juan Pablo II de poder contribuir a remendar el desgarre del cisma que separa desde hace siglos a nuestras dos Iglesias».
Monseñor Tauran considera que, en parte, la situación actual se debe al hecho de que los responsables de la Iglesia ortodoxa rusa consideran a la Iglesia católica en Rusia como una «iglesia de extranjeros».
Sin embargo, recuerda el prelado, en el territorio existían estructuras católicas consolidadas, como la arquidiócesis de Mohiley, erigida en 1773, y las diócesis de Tiraspol y Vladivostok.
Los católicos en Rusia, explica, «son ciudadanos rusos (no «extranjeros») y, por tanto, tienen derecho a la atención pastoral, como todos los católicos esparcidos en el mundo y como todos los cristianos ortodoxos en Rusia y en cualquier otro lugar».
Por lo que se refiere a la acusación de proselitismo, monseñor Taruan explica que esta palabra en general significa «ganarse seguidores de otra religión, utilizando métodos engañosos o fraudulentos».
Por el contrario, afirma, la actividad pastoral del Papa y de los obispos católicos manifiesta «el gran respeto que la Iglesia católica experimenta por la Ortodoxia rusa».
«Creo que ha llegado el momento en que se le reconozca al Papa el derecho-deber de asegurar a los hijos de la Iglesia católica en Rusia y en los países limítrofes las estructuras ordinarias propias», afirma. Para lograrlo, considera que en un futuro podría «nacer un acuerdo entre las dos Iglesias, en los territorios en los que la historia las ha puesto en contacto».
«Esto ayudará también a superar esa actitud psicológica de «ciudadela asediada» que impide a la Iglesia ortodoxa, que tanto sufrió en los años del comunismo, ofrecer a Europa y al mundo la contribución de sus grandes riquezas espirituales», concluye.