MURCIA, 27 noviembre 2003 (ZENIT.org-Veritas).- Lejos de ser una «estructura de poder», la Iglesia tiene una concepción sacramental querida por Cristo, y por ello carece de potestad «para conferir el sacerdocio a la mujer», explicó este jueves el obispo Gerhard Ludwig Müller, de la diócesis alemana de Regensburg, en la Universidad Católica de Murcia (España).

En su lección inaugural en la apertura del curso académico de la Universidad, el prelado abordó este aspecto que suscita actualmente conflicto en cuanto al papel de la mujer en la Iglesia Católica.

Aseguró «que la actitud de la Iglesia no se basa en una desconfianza en las capacidades de las mujeres», sino que «se trata de un asunto importante que afecta a la constitución divina de la Iglesia».

«Todo cristiano católico –afirmó-- tiene derecho a la información sobre qué motivo real se da en la sustancia del sacramento del orden --de la que tampoco el magisterio eclesiástico puede disponer-- para que la Iglesia (en la persona del obispo) no pueda administrar el sacramento del orden a mujeres bautizadas que viven en comunión plena con la Iglesia Católica».

«Esto significa que el obispo está atado no sólo por una disposición de orden disciplinar –subrayó monseñor Müller--. En el plano teológico, esto indica que a un rito sacramental eventualmente realizado no correspondería efecto sacramental-espiritual alguno y que la acción de la ordenación sería ineficaz ante Dios».

Ante esto, afirmó, «tiene poco sentido esperar que el Espíritu Santo dé la “solución” en un tiempo futuro».

«Todo observador atento puede percibir, al menos en algunos países de Europa occidental, una especie de cisma eclesial mental», constató el prelado.

«Precisamente en el tema “mujeres en la Iglesia” es patente un “estado de ánimo” resentido que ofrece muy pocas oportunidades para establecer un diálogo franco y una argumentación objetiva –constató--. Bajo el único techo organizativo de la Iglesia Católica cohabitan hoy dos eclesiologías que parecen ya incompatibles entre sí».

Según Müller, «la idea --teológicamente correcta-- de que nosotros somos la comunidad de los que creen en Cristo y formamos así su Iglesia, parece haber cedido su puesto a la opinión de que la Iglesia es propiedad nuestra y de que su Credo --cual si de un programa de partido se tratara-- debe ser aprobado siempre de nuevo por asambleas de delegados tomando como pauta su grado de atracción para los electores».

Para monseñor Müller, estas diferencias dentro de la Iglesia en ciertas cuestiones ha llegado a un límite: «No se trata de saber quién tiene razón o se hace con ella al final, sino de conocer lo que contiene la revelación, a la que el hombre se abre y somete en la fe por la fuerza del Espíritu de Dios».