CARACAS, viernes, 9 enero 2004 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la intervención del presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela y arzobispo de Mérida, monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo —en la apertura de la 81º Asamblea Ordinaria de ésta—, sobre las circunstancias que atraviesa el país (Cf. Zenit, 7 enero 2004).
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ANTE LA REALIDAD NACIONAL
Enero 2002-Enero 2004
81° Asamblea Ordinaria del Episcopado Venezolano
PALABRAS DE APERTURA DE LA 81º ASAMBLEA ORDINARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL VENEZOLANA, A CARGO DEL EXCMO. MONS. BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO, ARZOBISPO METROPOLITANO DE MERIDA Y PRESIDENTE DE LA CEV.
Caracas, 5 de enero de 2004
Excmo. Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad en Venezuela
Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos
Invitados especiales
Representantes de los medios de comunicación social
Señoras y Señores
Iniciamos un nuevo año con la tradicional cita de la primera asamblea ordinaria del episcopado. Para todos un fraterno saludo de bienvenida. Lo hacemos con la alegría de la Navidad y la Epifanía, que nos invita a seguir la luz y la estrella que guía nuestras vidas, Cristo Jesús, hecho hombre en las entrañas de María Santísima. Y con la esperanza siempre renovada a la que nos invita Juan Pablo II: «Omnia vincit amor (Todo lo vence el amor). ¡Sí, queridos hermanos y hermanas de todas las partes del mundo, al final vencerá el amor! Que cada uno se esfuerce para que esta victoria llegue pronto. A ella, en el fondo, aspira el corazón de todos» (Mensaje Jornada Mundial de la Paz 2004).
SALUTACIONES Y RECUERDOS
En la persona del Sr. Nuncio Apostólico, Mons. André Dupuy, renovamos nuestra comunión con el Papa Juan Pablo II, con quien tuvimos la dicha de celebrar, en octubre pasado, sus bodas de plata como Pastor supremo de la Iglesia y expresarle la adhesión y afecto del pueblo creyente venezolano. Compartimos, además, con el Santo Padre, el dolor y la oración por el asesinato del Nuncio en Burundi y el sufrimiento, en particular, de tantos cristianos africanos, de las poblaciones, de toda condición y religión, afectadas por la reciente catástrofe natural en Irán y por la guerra y la violencia en el Medio Oriente El fruto de la intransigencia y el fanatismo es la muerte de inocentes. Paz a sus restos.
Damos la bienvenida al colegio episcopal a S.E. Mons. Louis Awad, Obispo del Exarcado Sirio-Católico Antioqueno en Venezuela quien nos acompaña por primera vez y a los recién nombrados obispos de Maturín, Puerto Cabello y Carora, SS.EE. Enrique Pérez Lavado, Ramón José Viloria Pinzón y Ulises Antonio Gutiérrez Reyes. Estamos seguros de que la rica experiencia personal y pastoral que traen consigo, la pondrán al servicio de las iglesias particulares a ellos confiadas y a esta Conferencia Episcopal. Dios mediante, el 7 y el 27 de febrero estaremos en Puerto Cabello y Coro, para imponerles las manos a los dos últimos, que los capacitará para continuar el misterio vivo de Cristo a favor de la Iglesia (cfr. Pastores Gregis 7). A la vez, despedimos, después de treinta y ocho años de servicio activo a esta Conferencia, a Mons. Eduardo Herrera Riera quien, como emérito de Carora, seguirá ejerciendo el ministerio en su terruño natal.
Durante el segundo semestre del 2003, una vez concluida la Asamblea de julio, fallecieron los venerados Hermanos Mons. Pío Bello Ricardo, Obispo Emérito de Los Teques el 27 de julio y Mons. Miguel Antonio Salas, Arzobispo Emérito de Mérida, el 30 de octubre. Fueron servidores insignes del Evangelio y sembradores de esperanza. Durante esta Asamblea los encomendaremos en la diaria Eucaristía.
LOS HORIZONTES DE ESTA ASAMBLEA
El cronograma de trabajo de esta 81ª Asamblea tiene como eje central la consideración de los planes de trabajo del Secretariado Permanente para el 2004, la jornada dedicada al Concilio Plenario de Venezuela y la reflexión sobre la realidad socio-eclesial, que dará como fruto la exhortación colectiva que saldrá a la luz pública al final de nuestras deliberaciones. Los demás puntos forman parte de la rutina de las asambleas, pues tocan aspectos que deben ser conocidos y aprobados por el plenario episcopal, o fueron propuestos para ser estudiados y analizados colegialmente. La Asamblea concluirá con una doble celebración: primero en Caracas, con la clausura del año centenario del nombramiento como Arzobispo de Mons. Juan Bautista Castro. Su figura se proyecta en su acción sacerdotal y episcopal, como fundador de familias religiosas, como intelectual, y como ejemplo de santidad, que lo propone como modelo de vida para todo creyente venezolano. Por último, en Guanare, el próximo domingo 11, se hará la clausura del Año Coromotano. Presidirá la Eucaristía el Emmo. Sr. Cardenal Rosalio José Castillo Lara, quien, junto con el episcopado en pleno, dará gracias a Dios por la acción fecunda de la peregrinación realizada por todos los rincones del país de la imagen veneranda de Nuestra Señora de Coromoto. Ha sido una experiencia de participación siempre multitudinaria, de gran devoción y de cariñoso afecto religioso por lo que representa la Madre de Dios para todo creyente venezolano. Esto ha sido lo principal y destacado, sólo empañado por las bochornosas escenas propiciadas por algunos desalmados que profanaron y decapitaron varias imágenes de María Santísima en diversos lugares del país e incendiaron el templo de la Virgen del Carmen en Los Teques. Acciones sencillamente delictivas y sacrílegas, definidas en el Catecismo de la Iglesia Católica como la profanación o trato indigno de los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, cosas y los lugares consagrados a Dios (n.2120). La reacción espontánea, cuasi-unánime, no se hizo esperar, y ha sido del rechazo más absoluto, propio de cualquier ser humano que se precie de respetarse a sí mismo al respetar a todo semejante y a los símbolos que forman parte de la propia identidad, personal y nacional , a través del patrimonio cultural y religioso. Por eso, pretender excusar o hasta justificar a quienes actúan delictualmente, o cruzarse de brazos para que queden en el olvido los actos e impunes estos fascinerosos, es complicidad, instigación a delinquir y menosprecio por las expresiones de las creencias, que constituyen el núcleo de la dignidad humana y de la conciencia popular más auténtica y arraigada. Por ello, en nombre de la fe de la mayoría de los venezolanos, rechazamos estos actos, nos duele el irrespeto a nuestros símbolos cristianos, y como ciudadanos exigimos, lo mismo que ante cualquier injusticia, oportuna clarificación de responsabilidades y sanción para los culpables, al tiempo que, como el Señor Jesús, damos la última palabra a la misericordia y al perdón, al cual pertenece la conversión y el propósito de enmienda.
ACENTOS ECLESIALES EN EL 2004
Este año 2004 tiene una significación particular en la vida de nuestra conferencia episcopal y, por ende, de toda la Iglesia que peregrina en Venezuela. En primer lugar, el calendario de actividades relativas al Concilio Plenario de Venezuela tiene una apretada agenda. Reuniones de comisiones, de provincias eclesiásticas y una larga sesión final, marcan un iter iniciado hace algunos años en un contexto diferente. Providencialmente, este instrumento y ejercicio de comunión eclesial se muestra hoy «particularmente necesario ante la exigencia de responder, con prontitud y eficacia, a los problemas que la Iglesia tiene que afrontar en los cambios rápidos de nuestro tiempo» (J.P. II, Pastores Gregis 59). Es, pues, este año que comienza, un tiempo fuerte que exigirá gran dedicación y esfuerzo de todas las comunidades eclesiales, para darle configuración y encarnación, proféticas
y renovadoras, al cuerpo de documentos que constituirán la base de la planificación pastoral en las próximas décadas. Más aún, es la ocasión privilegiada para formar y ejercitar en los auténticos valores, humanos y cristianos, de la verdad, la libertad, la justicia, la solidaridad y la paz, que son el mejor antídoto contra cualquier proyecto, globalizador o totalizante, que intente apoderarse de las conciencias más débiles, y la mejor contribución al proceso integral de reconciliación, reconstrucción y renovación institucional, ética y espiritual, que requiere y desea toda la comunidad nacional.
En segundo lugar, este año 2004 conmemoraremos el centenario de la primera reunión que, en propiedad, puede llevar el título canónico de «conferencia episcopal». En efecto, desde el viernes veinte de mayo hasta el domingo treinta y uno de julio de 1904, estuvieron reunidos los Excmos. Sres. Juan Bautista Castro, nuevo Arzobispo de Caracas, Antonio María Durán, Obispo de Guayana, Felipe Neri Sendrea, Obispo de Calabozo, Antonio Ramón Silva, Obispo de Mérida, Francisco Marvez, Obispo del Zulia y el Ilmo. Mons. Águedo Felipe Alvarado, Vicario Capitular de Barquisimeto. Durante sus sesiones falleció, el 31 de mayo, el para entonces Arzobispo de Caracas, Mons. Críspulo Uzcátegui. Se reunieron en cumplimiento de lo decretado por el Concilio Plenario Latinoamericano (Roma, 1899) y en un ambiente, nada fácil, de suspicacias y tensiones por parte del gobierno. Fruto de esta reunión fue la publicación de la «Instrucción Pastoral» que unificó criterios y directrices para el trabajo pastoral en todo el país. Durante las reuniones de las comisiones episcopales, en el mes de abril, tendremos oportunidad de rememorar este importante hito de nuestra vida eclesial. A ese respecto, invitamos a las universidades católicas, seminarios y casas de formación, vida consagrada y movimientos laicales, a aprovechar esta efemérides para preparar diversos actos litúrgicos, académicos y culturales, que permitan conocer mejor de dónde venimos como Iglesia y cuál es nuestra misión en el hoy de nuestra patria.
En tercer lugar, en febrero próximo, la Iglesia de nuestro continente festejará los 25 años de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, de la que surgió, como fruto maduro, el llamado «documento de Puebla»: proceso, acontecimiento y texto que ha marcado profundamente la vida eclesial de todos nuestros países. Su segunda parte, dedicada a la evangelización, recoge el cuerpo principal de doctrina y criterios: la evangelización da a conocer a Jesús como el Señor que da sentido a todas las aspiraciones y realizaciones humanas, pero las cuestiona y las desborda infinitamente (n.352-353); la evangelización ha de calar hondo en el corazón del hombre y de los pueblos, por eso su dinámica busca la conversión personal y la transformación social (n.362); para que la evangelización sea auténtica y viva debe basarse en la Palabra de Dios contenida en la Biblia y en la Tradición viva de la Iglesia; todos participamos de la misión profética de la Iglesia, pero su discernimiento, es decir, el juicio de su autenticidad y la regulación de su ejercicio, corresponde a la autoridad de la Iglesia (n.372,377).
Se hace urgente entre nosotros, pastores y laicos, releer a Puebla para discernir mejor las interpretaciones y propuestas que pretenden cobijarse bajo el nombre de cristianas, cuando son, en realidad, manipulaciones simplistas harto conocidas, lejanas a lo que la Iglesia ha creído y profesado desde siempre. Ese discernimiento es tanto más necesario cuanto se siente en el ambiente la pretensión de un acelerado proceso de ideologización que busca cambiar la manera de ser y de pensar de los venezolanos.
En esta misma línea, el capítulo dedicado a la evangelización, liberación y promoción humana, es de gran utilidad para el momento que vivimos. Allí se nos recuerda: «reconocemos los esfuerzos realizados por muchos cristianos de América Latina para profundizar la fe e iluminar con la Palabra de Dios las situaciones particularmente conflictivas de nuestros pueblos. Alentamos a todos los cristianos a seguir prestando este servicio evangelizador y a discernir sus criterios de reflexión y de investigación, poniendo particular cuidado en conservar y promover la comunión eclesial, tanto a nivel local como universal» (n.470). No basta llamarse cristiano para reclamar la autenticidad de su interpretación. La evangelización es liberadora cuando todos los bienes y riquezas del mundo sirven efectivamente a la utilidad y provecho de todos y cada uno de los hombres y los pueblos (n.491) y nos libera de los ídolos de la riqueza y del poder (n.493-506). Resulta iluminadora, y siempre actual, la doctrina de Puebla sobre las ideologías y la política. En efecto, es una tentación, considerar una política determinada como la primera urgencia, como una condición previa para que la Iglesia pueda cumplir su misión. Es identificar el mensaje cristiano con una ideología y someterlo a ella, invitando a una «relectura» del Evangelio a partir de una opción política. Ahora bien, es preciso leer lo político a partir del Evangelio y no al contrario (n.559). Por ello, la misión de la Iglesia en medio de los conflictos que amenazan al género humano y al continente latinoamericano, frente a los atropellos contra la justicia y la libertad, frente a la injusticia institucionalizada de regímenes que se inspiran en ideologías opuestas y frente a la violencia terrorista, es inmensa y más que nunca necesaria (n.562).
No desperdiciemos la oportunidad de esta efemérides para analizar la realidad venezolana actual a la luz de la enseñanza de Puebla, que tanto bien ha hecho a los pueblos latinoamericanos. De nuevo, la insistencia en un proceso formativo integral es uno de los goznes sobre los que debe descansar el esfuerzo eclesial durante el presente año.
LA ESPERANZA QUE CONSTRUYE
Nuestra visión de fe en la acción creadora, redentora y plenificadora de Dios en la historia, así como en la dignidad y capacidad de humanización de toda persona, interpelan nuevamente nuestra misión de pastores, al inicio de este año 2004 y con mirada retrospectiva al camino recorrido, en 2003, como individuos y como comunidad eclesial y nacional. Se impone, pues, una interpretación de conjunto, global, dentro de la cual adquieren significación y valor las parcialidades, lo sectorial. Esa totalidad hay que considerarla desde las raíces más hondas de lo humano, que son éticas y espirituales, de paso, las propias y específicas de la Iglesia. La sociedad venezolana pretende ser llevada a un proceso de cambios socio-económicos, jurídico-político, culturales y hasta religiosos, auto-denominado revolucionario, riesgoso y subversivo de todas las estructuras existentes. Parece que no debiera llamarse auténticamente venezolano, sino quien fuese oficial y previamente definido con algunos adjetivos de retórica nacionalista anacrónicamente trasplantada, suscitadora de reacciones también potencialmente excluyentes. Todo ello lleva, peligrosamente, a una polarización ajena a lo que debe ser una democracia integral, abierta al pluralismo de opciones y al respeto de la diferencia y la disidencia. La historia no lejana, propia y ajena, nos recuerda y enseña, que el autoritarismo, teñido de seudolegalidad, demagógico y excluyente, es generador de pobreza, Fanatismo y violencia. Esta pugna política, esterilizante e inútil, anhela, sin embargo, como respuesta y solución, cauces racionales, pacíficos, constitucionales, de libertad, justicia y desarrollo, en respuesta a la gravísima crisis en torno al desempleo, la inseguridad personal y jurídica, el brote de enfermedades, la falta de atención escolar, la reducción del horizonte de oportunidades, la incertidumbre por la generalización de la sospecha y el miedo, la concentración en una mentalidad de seguridad y defensa por la progresiva militarización de sectores de la vida civil.
En esta
difícil coyuntura, la Iglesia toda no debe ni puede quedarse callada, paralizada por una «prudencia»… demasiado humana, o amedrentada por los ataques y calumnias. Su palabra y su acción, en particular las de la jerarquía, pero fundamentalmente de todos los fieles laicos, de promover como específicamente cristiano la dignidad humana como base de todos los derechos y deberes, es parte esencial de su tarea. La Iglesia se solidariza con todo lo que humanice de verdad y permanentemente, hágalo quien lo haga, pero sin alienar su deber de denuncia profética ante todo lo que es ambigüedad y manipulación. Como cristianos, no podemos perder de vista la presencia especial de Nuestro Señor Jesucristo en este momento de nuestra historia. Al dejarnos interpelar por su palabra y su ejemplo, nosotros y todos los venezolanos de buena voluntad, no vacilamos en colocarnos al servicio de las aspiraciones de liberación y justicia, de autonomía y unidad, de cooperación y solidaridad, que palpitan en el alma de nuestro pueblo, desde las entrañas de nuestro ser nacional. Es un servicio que exige respeto por la verdad histórica, como también por la dignidad de cada venezolano que la construye y recoge la herencia de quienes nos han precedido.
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Pastores Gregis al referirse a los retos actuales del obispo, señala: «Ante estas situaciones de injusticia, y muchas veces sumidos en ellas, que abren inevitablemente la puerta a conflictos y a la muerte, el Obispo es defensor de los derechos del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Predica la doctrina moral de la Iglesia, defiende el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural; predica la doctrina social de la Iglesia, fundada en el Evangelio, y asume la defensa de los débiles, haciéndose la voz de quien no tiene voz para hacer valer sus derechos. No cabe duda de que la doctrina social de la Iglesia es capaz de suscitar esperanza incluso en las situaciones más difíciles, porque, si no hay esperanza para los pobres, no las habrá para nadie, ni siquiera para los llamados ricos»…»Es obvio que, ante este cuadro dramático, resulta urgente un llamamiento a la paz y un compromiso a favor suyo»…»En esta situación la Iglesia sigue anunciando la paz de Cristo, que en el sermón de la montaña ha proclamado bienaventurados a «los que trabajan por la paz» (n.67).
Necesitamos proclamar, a tiempo y a destiempo, la visión cristiana del hombre y trabajar, ante todo por salvaguardar la dignidad humana en todas sus dimensiones y por promover su creciente dignificación, luchando por el bien común como creación de las mejores condiciones posibles para la vida personal, familiar y colectiva. La dignidad del hombre no puede ser efectivamente reconocida y promovida, sin el respeto a la libertad fundamental e inalienable de cada persona; sin la paz, la del corazón, y la exterior de convivir en serenidad y seguridad con los otros individuos como conciudadanos; y sin la solidaridad política y económica que no excluya ni margine a nadie (véase, Documento de la Comisión de Episcopados de la Comunidad Europea, «La responsabilidad de los católicos y el proyecto de la unión europea», en Ecclesia 3170(2003) 1373).
Para ello, hay que volver a la cordialidad, al corazón, para reanimarlo. La espiritualidad del adviento, de espera confiada, es una asignatura permanente para todo creyente. Y se hace más necesaria en situaciones conflictivas. Porque siempre que nos ponemos en actitud de espera, aparecen el cansancio y las dudas. Hay que aprender a esperar en la premura y la desesperanza. Luchando contra los miedos que paralizan. En la alegría de buscar obtener no nuestras metas personales, sino las que nos sorprenden con el bien de los demás, cuando nos alcanza el Dios de la fraternidad con fuerza irresistible. Hay que rebelarse contra la lectura de la historia mal hecha, seducida secretamente por el poder, que pone el mal en los demás y ofrece – o reclama – como virtud lo que no es capaz de llevar adelante. El mundo de la pobreza, la injusticia, la exclusión, la violencia claman a nuestro corazón humano y creyente. Dios nos abre el corazón para entrar en nuestro interior, curar nuestras heridas, disipar los temores y hacer nacer la aurora de la esperanza en medio de la oscuridad y el cansancio.
Hoy estamos más seguros de lo que podemos alcanzar como nación. Por eso soportamos los rigores de esta larga incertidumbre en que se nos ha convertido el presente. Se aprecia entre nosotros que el Señor de la historia, Jesús el Señor, nos acompaña como pueblo a reconocer las causas de nuestros fracasos. Es un pueblo que ha crecido, y sabe mejor, hoy que ayer, reconocer a los impostores y los falsos profetas. El liderazgo que nuestro pueblo requiere y está dispuesto a aceptar será auténtico y legítimo si emerge de esta nueva conciencia que hemos alcanzado como nación. De otra manera, carecerá de convencimiento y de fortaleza, de verdadera autoridad para inspirar la unidad y la reconciliación, que es el único clima en el que el aprendizaje de los últimos años podrá fecundar los surcos de libertad, justicia, prosperidad y fraternidad.
PROPUESTAS PASTORALES: EL CAMINO A RECORRER
Por eso, todo lo que proponemos a continuación, debe estar signado pr la recuperación de la conciencia y la práctica efectiva de la misión sanante, de nuestras comunidades cristianas. Jesús no separó nunca el anuncio, la proclamación del Reino, de la acción sanadora. Promover el Reino exige y lleva consigo la tarea de liberar al ser humano de las fuerzas del mal, potenciando una vida sana y saludable. En primer lugar, hay que hacer un esfuerzo supremo por promover la reconciliación entre toda la familia venezolana. No nos dejemos llevar por la fatalidad de que tenemos que aceptar la intolerancia, la exclusión, el odio y la violencia, como la única forma de vivir. Hay que superar la antítesis de vencedores y vencidos, y el complejo de que somos pobres, simple y llanamente, porque otros nos robaron nuestra riqueza. Cada una de nuestras comunidades cristianas debe ser fuente de salud integral, de experiencia de fe compartida, de relaciones de amistad fraterna, de celebración gozosa de los sacramentos y de la vida. Esto es posible, desde nuestra perspectiva de Iglesia:
1.- Convocando a todos los católicos y a todas las expresiones religiosas a una sistemática campaña por la reconciliación: en la oración personal y comunitaria. En pequeños grupos y masivamente. Retomemos la plegaria que compusimos en abril del 2002 «la oración por Venezuela». Las parroquias y comunidades religiosas, de manera particular las contemplativas, están llamadas a promover iniciativas de oración, recogimiento, discernimiento, con el trasfondo doctrinal de la reconciliación. Recordemos las experiencias de paz y reconciliación promovidas y reconocidas, en diversas partes del mundo, por las comunidades de Sant’Egidio.
2.- En el campo educativo, en todos los niveles, desde las instancias eclesiales existentes, convocamos a sus directivos a fortalecer su identidad católica e intensificar el trabajo específicamente evangelizador, a retomar colectivamente los problemas cotidianos de sus instituciones, pero más allá, a plantear iniciativas nuevas o complementarias: de calidad educativa, promoción y mejoramiento, actualización de antiguos programas de alfabetización, y otros, de los que hemos sido excluidos.
3.- El sector salud en el que tradicionalmente la Iglesia tiene muchos servicios, es hoy día, uno de los campos en los que sufre más la población venezolana por el crónico e insuficiente servicio hospitalario y el deplorable estado de la seguridad social. Reaparecen enfermedades erradicadas, y a las necesidades reales se pretende responder, más allá de buenas voluntades y solidaridades personales, con la presencia masiva, impuesta e irregular, de médicos extranjeros. Urge aquí, revisar lo existente, evaluar nuevos proyectos vía CARITAS o Pastoral de la Sal
ud y reiterar nuestra colaboración a todos los niveles.
4.- La formación permanente en el campo de lo socioeconómico desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, ha tenido exitosas experiencias, pero que abarcan un universo pequeño. A través de los convenios con organizaciones internacionales, europeas y americanas, es posible y deseable, potenciarlas y ampliar su radio de acción. Este punto compete, en primer lugar, a este plenario episcopal.
5.- En el inmenso espectro de los derechos humanos tenemos organizaciones eclesiales o cercanas a la Iglesia que prestan un invalorable servicio. El seguimiento de la realidad política, legislativa, judicial, electoral, al igual que de las crecientes denuncias por la falta de poderes autónomos y al servicio de la población, impone la actualización de las vicarías de derechos humanos y algunas comisiones de consultores especializados que ayuden a proteger a los ciudadanos.
6. El camino constitucional hacia el Referendo Revocatorio aparece como la senda democrática, plagada de obstáculos, pero idónea para restablecer la concordia en la convivencia nacional. El Consejo Nacional Electoral tiene una responsabilidad histórica ineludible. Relegitimar los poderes públicos y abrir espacios políticos para un futuro donde quepamos todos los venezolanos sin excepción es la esperanza de la mayor parte de la población. Los próximos meses son cruciales para que encontremos la senda que nos permita superar la exclusión y la politiquería, y para dedicarnos a trabajar por el bien de los más pobres y desposeídos. Esta tarea, cívica en sí, forma parte integral del deber cristiano, como ciudadanos y creyentes, de contribuir a la paz, la solidaridad y el desarrollo de la comunidad nacional, según nuestra perspectiva propia, de dignificación personal, de vigencia del bien común y de evangelización de la cultura, es decir, de hacer presente y eficaz el Reino de Dios, el Evangelio, en nuestra vida concreta.
CONCLUSIÓN
Este breve elenco forma parte de las inquietudes cotidianas de la pastoral de la Iglesia. Al evocarlas de nuevo, no pretendemos otra cosa, sino que se constituyan en horizonte privilegiado de atención para avanzar en lo que Juan Pablo II llama «nueva fantasía de la caridad que ha de promover no tanto y no sólo la eficacia de la ayuda prestada sino la capacidad de hacerse cercano a quien está necesitado, de modo que los pobres se sientan en cada comunidad cristiana como en su propia casa» (Pastores Gregis, 73).
Llega la hora de concluir. Iniciamos esta alocución con el antiguo principio: «Todo lo vence el amor». Es lo que bajo la protección maternal de María de Coromoto, pedimos para toda Venezuela, y para esta Asamblea 81ª que declaramos instalada.