CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 21 enero 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención pronunciada por Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles que tuvo lugar en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.
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1. «Mi paz os doy» (Cf. Juan 14, 27). La semana de oración y reflexión por la unidad de los cristianos de este año está centrada en las palabras pronunciadas por Jesús en la Última Cena. Se trata, en un cierto sentido, de su testamento espiritual. La promesa hecha a los discípulos encontrará su realización plena en la resurrección de Cristo. Al aparecerse en el Cenáculo a los once, les dirigirá en tres ocasiones el saludo: «Mi paz os doy» (Juan 20, 19).
El don ofrecido a los apóstoles no es, por tanto, una «paz» cualquiera, sino la misma paz de Cristo: «mi paz», como Él dice. Y para darse a entender explica de manera más sencilla: «os dejo la paz», «no os la doy como la da el mundo» (Juan 14, 27).
El mundo anhela la paz, tiene necesidad de paz –hoy como ayer–, pero con frecuencia la busca con medios inadecuados, en ocasiones incluso con el recurso a la fuerza o con el equilibrio de potencias contrapuestas. En estas situaciones, el hombre vive con el corazón turbado por el miedo y la incertidumbre. La paz de Cristo, sin embargo, reconcilia los espíritus, purifica los corazones, convierte las mentes.
2. El tema de la «Semana de oración por la unidad de los cristianos» ha sido propuesto este año por un grupo ecuménico dela ciudad de Alepo, en Siria. Esto me lleva a recordar la peregrinación que tuve la alegría de realizar a Damasco. En particular, recuerdo con gratitud la cálida acogida que me ofrecieron los dos patriarcas ortodoxos y el greco-católico. Aquel encuentro sigue siendo un signo de esperanza en el camino ecuménico. El ecumenismo, sin embargo, como recuerda el Concilio Vaticano II, no es auténtico si no se da una «conversión interior. En efecto, los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma, de la abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad» (decreto sobre el ecumenismo «Unitatis redintegratio», 7).
Se experimenta cada vez más la exigencia de una profunda espiritualidad de paz y de pacificación, no sólo en cuantos están comprometidos directamente en el trabajo ecuménico, sino en todos los cristianos. La causa de la unidad, de hecho, afecta a todo creyente, llamado a formar parte del único pueblo de los redimidos por la sangre de Cristo en la Cruz.
3. Es alentador constatar que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se está extendiendo cada vez más gracias a oportunas iniciativas que tocan los diferentes ámbitos del compromiso ecuménico. Entre estos signos de esperanza menciono con gusto el crecimiento de la caridad fraterna y el progreso registrado en los diálogos teológicos con las diferentes iglesias y comunidades eclesiales. En ellos, ha sido posible alcanzar, con diferentes grados y características, importantes convergencias sobre temas que en el pasado fueron motivo de fuertes controversias.
Teniendo en cuenta estos signos positivos, es necesario no desalentarse ante las antiguas y nuevas dificultades que se encuentran, sino afrontarlas con paciencia y comprensión, contando siempre con la ayuda de Dios.
4. «Donde hay caridad y amor, allí está Dios»: así reza y canta la liturgia en esta semana, reviviendo el clima de la Última Cena. De la caridad y del amor mutuos manan la paz y la unidad de todos los cristianos que pueden ofrecer una contribución decisiva para que la humanidad supere las razones de las divisiones y de los conflictos.
Junto a la oración, queridos hermanos y hermanas, sintámonos además intensamente estimulados a esforzarnos por ser auténticos «agentes de paz» (Cf. Mateo 5, 9) en los ambientes en los que vivimos.
Que en este camino de reconciliación y de paz nos ayude y acompañe la Virgen María, que en el Calvario fue testigo del sacrificio redentor de Cristo.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, un sacerdote colaborador del Papa resumió con estas palabras la intervención del Papa en castellano].
Queridos hermanos y hermanas:
Este año, la semana de oración y reflexión por la unidad de los cristianos tiene como lema las palabras de Jesús en la Última Cena: «Os dejo mi paz». Pero esta paz no es «como la que da el mundo», que a menudo se busca con medios equivocados, como es el recurso a la fuerza. Ésta produce miedo e inseguridad en el ser humano. En cambio, la paz de Cristo reconcilia a las personas y purifica los corazones.
El Concilio Vaticano II recuerda que no se da un auténtico ecumenismo «sin la conversión interior. Porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de la mente, de la negación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad» («Unitatis redintegratio», 7).
[A continuación el Papa dirigió este saludo a los peregrinos de lengua castellana].
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los peregrinos de tres parroquias de Alhama (Murcia) y a los venidos de México. A todos os invito a «trabajar por la paz» en vuestro propio ambiente.
Muchas gracias.