CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 29 enero 2004 (ZENIT.org).- La impaciencia es una gran tentación contra el ecumenismo, afirma el secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el obispo Brian Farrell, LC.
Al concluir la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos, el prelado irlandés ha trazado en esta entrevista concedida a Zenit un balance del estado en el que se encuentra la búsqueda de la plena unidad entre los discípulos de Cristo.
–¿En qué estado se encuentra en estos momentos la búsqueda de la unidad entre los cristianos, separados en diferentes confesiones?
–Monseñor Farrell: Hay luces y sombras. Se pueden constatar logros ecuménicos significativos a nivel de parroquias, diócesis, asociaciones. Se están promoviendo todo tipo de actividades y de cooperación.
En general, se ha llegado a la convicción de que no hay marcha atrás en el camino de la búsqueda de la unidad que Cristo desea para sus seguidores. Hay un nuevo interés en el ecumenismo «espiritual», es decir, en la oración por la unidad y en la purificación de la imagen que las comunidades tienen unas de otras.
Hay también sombras. Algunos se desalientan por el hecho de que este camino lleva tanto tiempo. No siempre es fácil involucrar a los jóvenes, que quizás no conocen por experiencia cómo han cambiado las relaciones entre los cristianos divididos en las últimas décadas.
Además, y esto es importante, después de que los diferentes diálogos ecuménicos se centraran en los numerosos aspectos que tienen en común los cristianos, estamos afrontando ahora las diferencias más profundas entre las Iglesias, y esto requiere un esfuerzo más paciente y profundo. La impaciencia es una gran tentación contra el ecumenismo.
–¿Cómo son las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas?
–Monseñor Farrell: Se han dado enormes progresos en los últimos años en la mejoría de las relaciones y en la cooperación con las diferentes Iglesias ortodoxas de manera individual.
Prácticamente con la mayoría de ellas se da un contacto regular y un intercambio de ideas. Hay frecuentes visitas de delegaciones. Es imposible hacer la lista de todas ellas.
Se da un creciente esfuerzo para afrontar juntos los desafíos comunes, especialmente en Europa. Por desgracia, todo esto en ocasiones es obscurecido por la insistencia de los medios de comunicación en las tensiones y malentendidos que en algunos casos pueden y deben existir.
En la nueva situación en la que se encuentra Europa del Este tras la caída del comunismo, la presencia católica es más visible, y en ocasiones es percibida como una amenaza por la Ortodoxia. Ellos tienen un concepto más amplio del proselitismo que el que tenemos en Occidente, y esto genera tensiones. Esto se da particularmente en muchos de los acontecimientos que rodean el resurgimiento de la Iglesia greco-católica en Ucrania.
Sólo con un amor fraterno, que excluye la rivalidad y la competición, y con un auténtico intercambio de dones podemos superar estas serias dificultades.
Otro signo importante es el del gran esfuerzo que se ha hecho por ambas partes por comenzar el diálogo teológico internacional entre la Iglesia católica y todas las Iglesias ortodoxas juntas, que se había estancado en estos últimos años. El comité de coordinación del diálogo se reunirá dentro de poco para sugerir el camino que hay que seguir.
–¿Cómo son las relaciones con las Antiguas Iglesias de Oriente?
–Monseñor Farrell: Se trata de Iglesias que quedaron fuera de la influencia del Imperio Romano y que desarrollaron sus propias tradiciones en aspectos teológicos y eclesiásticos: los coptos, los asirios ortodoxos, la Iglesia apostólica armenia, la Iglesia ortodoxa de Etiopía, la Iglesia Malankar. El Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos ha comenzado con estas Iglesias un nuevo diálogo teológico.
Está teniendo también en estos momentos el diálogo con la Iglesia Asiria de Oriente. Estas Iglesias están presentes de manera particular en el Oriente Medio. En la actual situación de conflictos y divisiones, los líderes de las Iglesias de Oriente son conscientes de la necesidad de reforzar su cooperación a nivel pastoral y social. A nivel ecuménico tienden cada vez más a trabajar juntos, como una familia de Iglesias.
Después de un encuentro preparatorio con representantes de estas Iglesias aquí en Roma el año pasado, la primera sesión de diálogo tiene lugar esta semana en El Cairo. La Santa Sede estará presente, representada por el cardenal Walter Kasper, y se espera que este encuentro pueda, ante todo, reforzar las formas de cooperación y comunión ya existentes.
–¿Cómo son las relaciones con la Comunión Anglicana?
–Monseñor Farrell: Como todos saben, este último año ha sido particularmente intenso en este sentido. La primera visita del nuevo arzobispo de Canterbury, el doctor Rowan Williams, al Papa fue un auténtico éxito en la consolidación de la naturaleza especial de las relaciones entre anglicanos y católicos, y en la preparación del terreno para entablar contactos más frecuentes y «casi institucionales».
De todos modos, las dificultades internas a la Comunión Anglicana tendrán necesariamente serias consecuencias para las relaciones ecuménicas. Ahora la Comunión Anglicana tiene que aclarar la manera en que quiere mantenerse unida, en cuanto Comunión.
Nuestro diálogo teológico continuará, pero el otro instrumento oficial del diálogo anglicano-católico, la Comisión Internacional Anglicano-Católica para la Unidad y la misión (IARCCUM, por sus siglas en inglés) no se encontrará como institución, sino que trabajará a través de una subcomisión especial para sacar a la luz, a partir de declaraciones ya aprobadas, los principios eclesiológicos que deberían ser de ayuda en estos omentos.
Como usted puede ver, lejos de fragilizar nuestro diálogo, este momento de desafío ha dado una nueva intensidad a nuestro intercambio ecuménico.
–¿Cómo son las relaciones con las comunidades surgidas de la Reforma?
–Monseñor Farrell: Desde la firma solemne de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación en Augsburgo, en 1999, las relaciones entre católicos y luteranos y otras comunidades surgidas de la Reforma han seguido desarrollándose y mejorándose. Hay encuentros anuales y toda una serie de discusiones y conversaciones.
Un repaso de los últimos años muestra la importancia que ha alcanzado esa comunión espiritual en la oración y en el culto. Los encuentros humanos y las discusiones teológicas contribuyen a afirmar el objetivo de la unidad plena y visible de la Iglesia.
Representantes de la Federación Luterana Mundial y del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos se encuentran regularmente al menos una vez al año para entablar consultas entre los miembros directivos de ambos organismos, alternadamente en Roma y Ginebra, sobre todas las cuestiones apremiantes que afrontan sus relaciones.
La Comisión Conjunta Internacional para el Diálogo Católico-Metodista celebró su trigesimoquinto aniversario en 2002, y comenzó una nueva y prometedora fase de diálogo. Los metodistas están analizando la posibilidad de ratificar oficialmente los acuerdos alcanzados por la Declaración Conjunta de la Doctrina de la Justificación entre la Iglesia católica y la Federación Luterana Mundial.
Con la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas el diálogo avanza en la actual tercera fase, buscando los fundamentos bíblicos y teológicos de nuestro testimonio común en el mundo. Se da también toda una serie de conversaciones prometedoras con los menonitas con la Alianza Bautista Mundial (y) los Discípulos de Cristo.
Desde 197
2, se ha dado un diálogo internacional católico-pentecostal con grupos de líderes y comunidades del pentecostalismo clásico. Esto permite afrontar los mutuos malentendidos y aprender a entender mejor los matices de las expresiones de los otros y las maneras de vivir el mensaje cristiano.
Se da un constante contacto e interacción entre el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra.
–En todo este trabajo, ¿cuál es la motivación que mueve estos esfuerzos?
–Monseñor Farrell: Como puede ver, el mundo ecuménico es sumamente amplio y variado. La imagen global de este mundo es de logros y progresos. Sabemos que la unidad será un don de Dios y no un logro humano.
Es importante regresar al corazón del movimiento ecuménico, al impulso que le ha apoyado e inspirado desde el inicio, y desarrollar con estos cimientos una nueva energía y un nuevo compromiso a favor del auténtico diálogo.
Al inicio del movimiento ecuménico fue crucial el ecumenismo espiritual que inspiró la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos y que la sigue sosteniendo. El ecumenismo de vida y amor debe renovarse a todos los niveles, desde la teología hasta la actividad pastoral.
Si la cooperación ecuménica pudiera crear cada vez más «lugares de encuentro de unidad en la diversidad», se abriría un campo de intenso aprendizaje y de acción; ofrecería la experiencia de una comunión reconciliadora y enriquecedora como camino para profundizar en los lazos que unen a los cristianos, en virtud de su bautismo común y de la fe en el único Señor Jesucristo.