CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 29 enero 2004 (ZENIT.org).- La tendencia a ampliar las declaraciones de nulidad matrimonial dejando al margen la verdad objetiva implica una distorsión de todo el proceso, advirtió Juan Pablo II este jueves al recibir a miembros del Tribunal de la Rota Romana.
La Iglesia católica considera que el matrimonio es indisoluble (para toda la vida), pero puede establecer, siguiendo un riguroso proceso, que en ocasiones haya matrimonios que no nunca fueron válidos por razones contempladas por el Código de Derecho Canónico (de edad, bajo rapto o violencia, incapacidad mental…).
La referencia teleológica a la verdad es lo que debe guiar en su actuación a todos los protagonistas de este proceso, a pesar de la diversidad de sus papeles, subrayó el Papa ante prelados auditores, oficiales y abogados de la Rota Romana.
La Rota Romana es el Tribunal de Apelación de la Santa Sede que juzga en segunda instancia las causas de tribunales eclesiásticos. En estos momentos, estas causas son en gran parte recursos sobre sentencias de declaración de nulidad de matrimonios presentadas a Roma.
Constatando que existe un escepticismo «más o menos abierto sobre la capacidad humana de conocer la verdad sobre la validez de un matrimonio», el Santo Padre subrayó la necesidad de «una renovada confianza en la razón humana, tanto en lo relativo a los aspectos esenciales del matrimonio como en lo que concierne a las circunstancias particulares de cada unión».
El obispo de Roma puso de relieve que «a menudo, el verdadero problema no es tanto la presunción [de validez del matrimonio], sino la visión en conjunto del matrimonio mismo, y por lo tanto, el proceso de establecer la validez de su celebración. Este proceso es esencialmente inconcebible fuera del horizonte de la búsqueda de la verdad».
«La tendencia a ampliar instrumentalmente las nulidades, olvidando el horizonte de la verdad objetiva, conlleva una distorsión estructural de todo el proceso» –subrayó el pontífice–: la instrucción pierde su carácter incisivo puesto que el resultado está predeterminado.
«La investigación misma de la verdad –prosiguió–, a la cual el juez está gravemente obligado de oficio y para cuya consecución necesita de la ayuda del defensor del vínculo y del abogado, se resolvería en una consecución de formalismos privados de vida»; incluso la sentencia «perdería o atenuaría gravemente su tensión constitutiva hacia la verdad».
«Conceptos clave como los de certeza moral o de libre apreciación de la prueba se quedarían sin su punto de referencia en la verdad objetiva, que se renuncia a buscar o bien se considera inaprensible», añadió.
Finalmente, Juan Pablo II advirtió que «una consideración auténticamente jurídica del matrimonio requiere una visión metafísica de la persona humana y de la relación conyugal».
Sin ella, «la institución matrimonial se convierte en una simple superestructura extrínseca, fruto de la ley y del condicionamiento social, limitadora de la persona en su libre realización», constató.
«Es necesario volver a descubrir la verdad, la bondad y la belleza de la institución matrimonial, que siendo obra del mismo Dios a través de la naturaleza humana y de la libertad del consentimiento de los cónyuges, sigue siendo una realidad personal indisoluble, vínculo de justicia y de amor, unido desde siempre al designio de salvación y elevado en la plenitud de los tiempos a la dignidad de sacramento cristiano», concluyó el Santo Padre.