VARSOVIA, martes, 27 enero 2004 (ZENIT.org).- Este martes, la celebración en varios países de Europa --Alemania entre ellos-- del «Día de la Memoria» de los seis millones de judíos víctimas del Holocausto, recuerda también el testimonio de los «justos» que, contrarios al proyecto de exterminio, arriesgaron sus vidas, entre ellos muchos cristianos, como hizo Irena Sendler --el «ángel del gueto de Varsovia»-- al poner a salvo a 2.500 niños judíos.

La fecha se eligió recordando el 27 de enero de 1945, cuando el ejército soviético llegó al campo de concentración de Auschwitz, pocos días antes abandonado por las SS alemanas, liberando a los últimos supervivientes de la locura nazi.

Irene Sendler, católica polaca que actualmente tiene noventa y tres años, no había cumplido treinta cuando en 1939 empezó a dedicarse a proteger judíos. La llamaban «el ángel del gueto de Varsovia» y salvó a 2.500 niños de la persecución nazi, una actividad que le costó torturas y la condena a muerte, de la que finalmente pudo escapar.

En 1940, los nazis decidieron cerrar el gueto de Varsovia; medio millón de judíos corrían peligro de morir de hambre. Según relata Sendler, los niños sufrían malnutrición y las enfermedades se extendieron: «Era un infierno; niños y mayores morían por la calle a cientos, bajo la silenciosa mirada del mundo entero».

Gracias a un antiguo profesor suyo, que estaba al cargo de la Oficina Sanitaria del Ayuntamiento, consiguió pases de entrada como enfermera para ella y un grupo de amigas. Utilizando los fondos del Ayuntamiento y de organizaciones humanitarias judías, Sendler introdujo alimentos, carbón y ropa.

Cuando en 1942 comenzó la «operación Reinhard» --la deportación de todos los judíos del gueto de Varsovia a los campos de exterminio--, Irena Sendler, junto a otras personas reunidas en el «Zegota» --«Consejo para ayuda a los judíos»--, comenzó clandestinamente a sacar niños del gueto para confiarlos a parejas cristianas que fingían ser sus padres.

«Buscamos direcciones de familias con niños y fuimos a sus casas, proponiéndoles que se llevaran a los pequeños fuera del gueto para confiarlos a familias polacas o a orfanatos bajo identidad falsa», recuerda.

De esta forma, comenzó el gran salvamento. La mayoría de los niños eran trasladados en ambulancia. Les escondían en el fondo, cubiertos de trapos ensangrentados o metidos en sacos. Otros huyeron en camiones de basura. Los mayores eran llevados a la iglesia del gueto: entraban judíos y salían con padres cristianos a quienes eran después confiados.

Para lograr reunir a los niños judíos con sus verdaderos padres, Irena Sendler compiló cuidadosamente un registro con la auténtica filiación judía de cada niño y la de emergencia, y la enterró en frascos de cristal –que contenían los nombres de 2.500 niños-- en el patio de un conocido.

En octubre de 1943, Sendler ya había salvado a 400 niños, pero fue denunciada por una traición. Detenida y torturada, sufrió la fractura de un brazo y de ambas piernas; sin embargo nunca dijo una palabra. Fue condenada a muerte, pero antes de ser fusilada, la organización judía «Zegota» pago una fuerte suma a un oficial de la Gestapo.

De esta forma, Irena Sendler pudo huir, aunque oficialmente fue dada por muerta. Antes del final de la guerra, logró salvar a otros 2.000 niños judíos.

En 1965, el memorial del Yad Vashem le otorgó la medalla de los justos, pero el régimen comunista polaco de entonces le impidió viajar. Fue en 1983 cuando Sendler obtuvo permiso para ir a Jerusalén.

La historia de Irena Sendler se entrelaza con la de 19.700 «justos entre las naciones» que realizaron actos heroicos para salvar a judíos amenazados por la persecución. Casi todos estos justos son católicos.