La integración no significa negar el pasado, sino comprenderlo; afirma el Papa

Explica el papel de la universidad en la «purificación de la memoria»

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 17 febrero 2004 (ZENIT.org).- En los numerosos procesos de integración social que tienen lugar en tiempos de globalización, Juan Pablo II ha alertado del grave riesgo de negar el pasado, y propone más bien comprenderlo y «purificar la memoria».

Para lograr este objetivo, el pontífice considera que las universidades tienen un papel decisivo.

Así lo explicó este martes al recibir en el Vaticano el doctorado «honoris causa» que le entregó la Universidad polaca de Opole por haber contribuido a restablecer el reconocimiento estatal de la Teología en las universidades de ese país tras la caída del régimen comunista.

En el discurso que pronunció en la ceremonia, el obispo de Roma dejó claro ante todo que la Iglesia «alienta los procesos de la unificación en virtud de la fe común, los valores comunes espirituales y morales, la misma esperanza y la misma caridad que sabe perdonar».

Por su parte –añadió–, la Universidad ofrece en este sentido los instrumentos de «la profundización en el patrimonio de la cultura, del tesoro del saber nacional y universal, y del desarrollo de las diferentes ramas de la ciencia, que no son accesibles sólo a los que comparten el mismo credo, sino también a quienes tienen convicciones diferentes».

«Si hablamos de integración de la sociedad, no podemos entenderla en el sentido de anular las diferencias, de unificar la manera de pensar, de olvidar la historia –marcada con frecuencia por acontecimientos que creaban divisiones–», afirmó.

La integración debe basarse, por el contrario, en «una búsqueda perseverante de esos valores que son comunes a los hombres, que tienen raíces diferentes, historias diferentes, y por lo tanto, una propia visión del mundo y de las referencias a la sociedad en la que les ha tocado vivir».

«La universidad, al crear las posibilidades para el desarrollo de las ciencias humanísticas –aseguró–, puede ser de ayuda para una purificación de la memoria, que no olvide los errores y las culpas, pero que permita perdonar y pedir perdón».

De este modo, explicó, se puede «abrir la mente y el corazón a la verdad, al bien y a la belleza, valores que constituyen una riqueza común y que deben ser cultivados y desarrollados concordemente».

«Las ciencias también pueden ser útiles en la obra de la unión –aclaró–. Parece que incluso, gracias al hecho de que están libres de las premisas filosóficas y especialmente de las ideológicas, pueden realizar esta tarea de una manera más directa».

«Sí, es posible manifestar diferencias en referencia a la evaluación ética de las investigaciones y éstas no pueden ser ignoradas», reconoció, pero «si los investigadores reconocen los principios de la verdad y del bien común» se abrirán a un conocimiento del mundo en virtud de las mismas fuentes.

El Santo Padre puso un ejemplo de actualidad, la mención de las raíces cristianas de Europa, debate que ha tenido lugar en el seno de la Convención que ha preparado el borrador de Tratado constitucional europeo.

«Si son signos de éstas [la raíces cristianas] las catedrales, las obras de arte, la música y la literatura, en cierto sentido hablan en silencio –afirmó–. Las universidades, por el contrario, pueden hablar en voz alta. Pueden hablar con el lenguaje contemporáneo, comprensible para todos».

«Sí, esta voz puede que no sea acogida por aquellos que han quedado ensordecidos por la ideología del laicismo de nuestro continente, pero esto no exime a los hombres de ciencia, fieles a la verdad histórica, de la tarea de dar testimonio a través de una sólida profundización en los secretos de la ciencia y de la sabiduría, crecidas en el fértil terreno del cristianismo», concluyó.

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ZENIT Staff

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