CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 20 febrero 2004 (ZENIT.org).- La comunión eclesial no puede reducirse a un concepto sociológico, afirma el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Para comprender la relación entre Iglesias particulares y la Santa Sede, para comprender la colegialidad en la Iglesia o el papel de las conferencias episcopales se requiere comprender el significado teológico de esta comunión, añade en esta entrevista concedida al semanario italiano «Famiglia Cristiana» (n. 6, 2004).
En la misma, el cardenal alemán afronta algunas de las cuestiones fundamentales de su nuevo libro, «La comunión en la Iglesia» («La comunione nella Chiesa»), publicado en Italia por Ediciones San Paolo.
–¿Qué es la comunión en la Iglesia?
–Cardenal Ratzinger: En la primera Carta de Juan encontramos una definición que ofrece una visión sumamente completa de la comunión. San Juan dice que lo que se nos ha dado con la fe, con el ser cristiano, es ante todo la comunión con Dios, con el Dios Trinidad, que en sí mismo es comunión. Esta es la belleza que nos ofrece la revelación: Dios es comunión y por ello puede dar comunión. El hombre, con la comunión con Dios, entra en comunión con todos los demás hombres que viven en la misma comunión. Aquí se encuentran la línea vertical y la horizontal y se convierten en una única realidad. El Dios Trinitario, que es comunión, crea la comunión humana más amplia y profunda. La comunión con Cristo crea este lazo entre Dios y el hombre. Esta comunión se encarna, por así decir, en el sacramento de la Eucaristía, con el que nos unimos al cuerpo del Señor. De este modo nace la Iglesia: es una comunión de comuniones, es decir, existe como realidad eucarística.
Cada comunidad eucarística está en presencia de Cristo en su totalidad. Esto exige que una comunidad no se contraponga, en nombre de un Cristo «suyo», a las demás, porque sólo hay un Cristo. De este modo se comprende la importancia de que todas las Iglesias sean una Iglesia única, porque Cristo es único. Me parece que, desde un primer momento, la constitución misma de la Iglesia está hecha de esta unidad y multiplicidad. Como puede verse, la comunión en la Iglesia es un hecho teológico, no sociológico. Quien transforma el concepto de comunión en un concepto meramente sociológico comete un error.
–Pero esta comunión, ¿tiene consecuencias sociales?
–Cardenal Ratzinger: Ciertamente. Basándonos en este fundamento, en un concepto teológico de comunión, surge una visión social más profunda. Dios es Dios de todos y Cristo busca a todos. La comunión en Cristo se traduce en responsabilidad con los demás. Del hecho de ser cristianos, del seguimiento de Cristo, surge el compromiso por el bien de todos y por la eliminación de aquello que destruye la red de las relaciones sociales.
–¿Cómo se traduce este concepto de comunión eclesial en las relaciones que se dan entre la Curia romana y las Iglesias locales?
–Cardenal Ratzinger: Ampliaría la cuestión: no se trata sólo de cultivar relaciones correctas entre la Curia romana y las Iglesias locales, sino también y sobre todo de favorecer la unidad y la multiplicidad que es la Iglesia. Las Iglesias locales deben vivir sus especificidades culturales e históricas integrándolas en la unidad del conjunto, abriéndose a la aportación fecunda de las demás Iglesias, de manera que ninguna emprenda caminos que las demás no reconocen. La Curia romana, que ayuda al Santo Padre en su servicio a la unidad, tiene la función de promover esta compenetración entre las Iglesias locales para que las diversidades se conviertan en una realidad polifónica, en la que viven unidad y multiplicidad.
–En la relación entre el «centro» y la «periferia», entre la Santa Sede y las diferentes Iglesias locales, ¿qué importancia tiene el principio de subsidiariedad?
–Cardenal Ratzinger: Es un concepto técnico que exigiría una discusión más detallada para definir su significado. Se puede aceptar en el sentido de que la atención por la unidad no debe apagar los carismas de las Iglesias locales: es más, debe alentarlos y ponerlos al servicio de la única Iglesia. Por una parte, el servicio central de la Curia romana no debería ocuparse de aquello que puede hacerse mejor en una parte concreta de la Iglesia; por otra, sin embargo, las Iglesias locales no deberían vivir de manera autónoma, sino orientarse a enriquecer la unidad, porque Cristo es uno.
–Pongamos un ejemplo que le afecta. Si se dieran dudas sobre la ortodoxia de un teólogo, ¿no debería atenderlo el episcopado de la Iglesia local a la que pertenece el teólogo, antes de la intervención de la Congregación de la que usted es prefecto?
–Cardenal Ratzinger: Aquí, en la Congregación, nos sentimos felices cuando un obispo o la Conferencia episcopal interesados afrontan problemas de este tipo. Pero con frecuencia nos dicen que se trata de cuestiones que van más allá de los límites de la Iglesia local, entran en el debate de la Iglesia universal, y quieren ser ayudados.
–¿Se quitan la responsabilidad de encima?
–Cardenal Ratzinger: No, no me atrevería a decir algo así. Nosotros siempre alentamos a los obispos a que tomen en sus manos las soluciones de problemas como el que acaba de citar, pero en un mundo cada vez más globalizado esto resulta sumamente difícil.
–¿Qué pasos ha dado la colegialidad episcopal tras el Vaticano II?
–Cardenal Ratzinger: Se han dado grandes progresos. Pienso en el desarrollo de las visitas «ad limina». Recuerdo la primera que realicé, en 1977. Desde hacía poco tiempo era arzobispo de Munich. Todo consistió en un encuentro con el prefecto de la Congregación de los Obispos, una visita a las basílicas y la audiencia con Pablo VI. Ahora los obispos se encuentran con todas las Congregaciones y Consejos. Se da un diálogo vivaz y fecundo. Y los obispos dan las gracias por esto: por una parte, es posible comprender mejor lo que sucede en las diferentes áreas geográficas y culturales; y, por otra, los obispos pueden afrontar juntos las soluciones que quieren dar a los problemas y también comprender mejor lo que dice el Magisterio. Le pongo otro ejemplo: los contactos regulares que tenemos con las presidencias de las conferencias episcopales así como las visitas recíprocas. De este modo crece la comprensión mutua. Además, no hay que olvidar los sínodos de los obispos. En definitiva, se da un continuo intercambio entre el centro y la periferia que da vivacidad al compromiso común por la única Iglesia.
–Las conferencias episcopales, ¿no deberían valorarse más como un medio de colegialidad?
–Cardenal Ratzinger: Distinguiría entre pequeñas conferencias, con diez o quince miembros, y grandes conferencias, con más de doscientos obispos, quizá. En el primer caso, la conferencia episcopal puede ser realmente un instrumento de coordinación, de visión común, de ayuda recíproca y también de corrección fraterna, cuando es necesaria. En el caso de las grandes conferencias, cuando en las asambleas se encuentran kilos de papel que hay que leer, órdenes del día con decenas de puntos para discutir, creo que es realmente imposible un diálogo profundo. Se da también el riesgo de que las discusiones y las soluciones sean tomadas con antelación por las oficinas, por la burocracia. En el caso de las grades conferencias, el debate debería limitarse quizá a pocos argumentos relevantes, y descentralizar el resto a cada Iglesia local. Es importante que las conferencias sean un instrumento flexible.
–Usted ha mencionado el sínodo como uno de los progresos de la colegialidad. ¿Le gusta el actual método de las asambleas sinodales?
–Cardenal Ratzinger: Diría, aunque es una opin
ión totalmente personal, que es un método algo ritualizado. Garantiza un ritmo ágil de las sesiones de trabajo, pero tiene la desventaja de que no es posible una auténtica discusión entre los obispos que participan. Es necesario salvaguardar ciertamente la rapidez del trabajo, pero hay que encontrar también espacios para una real y fecunda discusión.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. La segunda parte de esta entrevista se publicará el domingo 22 de febrero].