CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 22 febrero 2004 (ZENIT.org).- El mayor desafío que afronta la Iglesia en estos momentos es la dificultad para creer en un ambiente social en que el relativismo se ha convertido en algo espontáneo, afirma el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En esta segunda parte de su entrevista (la primera se puede leer en Zenit, 20 de febrero de 2004), el purpurado alemán afronta cuestiones de debate como el concepto de «pueblo de Dios», las celebraciones litúrgicas «creativas» o la posibilidad de que los divorciados que han vuelto a casarse puedan acercarse a comulgar.
La entrevista, concedida al semanario italiano «Famiglia Cristiana» (n. 6, 2004), toca algunos de los argumentos del nuevo libro del cardenal Ratzinger «La comunión en la Iglesia» («La comunione nella Chiesa»), publicado en Italia por Ediciones San Paolo.
–Su libro me da a entender que usted no tiene una particular preferencia por aplicar a la Iglesia el concepto de pueblo de Dios…
–Cardenal Ratzinger: No es verdad. El concepto de pueblo de Dios es un concepto bíblico. Más bien, no me gusta el uso arbitrario de este concepto, que, por el contrario, en la Sagrada Escritura, tiene una definición bastante clara. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios es Israel, sobre todo porque acepta la llamada y la elección de Dios, porque entra en la voluntad de Dios. No es un concepto estático, sino dinámico: es pueblo de Dios como pueblo judío, pero su ser pueblo de Dios tiene que renovarse siempre en el dinamismo de su relación con Él. Esto es fundamental en el Antiguo Testamento.
–¿Y en el Nuevo?
–Cardenal Ratzinger: En el Nuevo Testamento, en casi todos los pasajes este concepto indica a Israel, y tan sólo en dos o tres textos a la Iglesia. De este modo, se entiende que la Iglesia entra en la elección de Israel, participa en este ser pueblo de Dios. Pero también aquí, no se trata de una propiedad adquirida: la Iglesia se convierte en pueblo de Dios al seguir la línea de esta elección. Sin embargo, al concepto de Antiguo Testamento se le añade una nueva manera de integrarse en la voluntad de Dios: es la comunión con Cristo. Hay un fundamento teológico y después una concreción cristológica, pero sobre todo se da un dinamismo vital que prohíbe enorgullecerse: «nosotros somos pueblo de Dios». Tenemos siempre que convertirnos en pueblo y sólo en ese movimiento es válido el concepto. Si lo consideramos, por el contrario, como un modelo profano, no bíblico, la visión de la Iglesia queda seriamente comprometida.
–En el libro, usted es severo con quien utiliza la liturgia de manera sólo comunicativa, como medio de educación de los fieles. ¿Por qué?
–Cardenal Ratzinger: Quiero precisar que la liturgia es comunicativa y pastoral. Me opongo a quienes piensan que sólo es comunicativa si se transforma en espectáculo, en una especie de «show», reduciendo a muy poco esa gran obra de arte que es la liturgia, cuando se celebra bien y con participación interior. En los últimos veinte años la práctica dominical en Alemania se ha reducido en un 70%o. Los fieles no se sienten involucrados en celebraciones «creativas» que no les dicen nada. Con demasiada frecuencia se trata la liturgia como una cosa de la que uno puede disponer según su capricho, como si fuera nuestra propiedad exclusiva. Pero de este modo acabamos corrompiéndola.
–La propuesta de un ayuno eucarístico [no comulgar, n.d.r.], a la que parece aludir, ¿no va en contra de la tendencia de las exhortaciones de muchos pontífices, a partir de san Pío X?
–Cardenal Ratzinger: No. Ya hice esta propuesta hace quince o veinte años. La primera vez, en el contexto de la celebración del Viernes Santo, día de ayuno. Encontramos las raíces de este ayuno en el Evangelio de Marcos: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Marcos, 2, 20). Y ya en el siglo I surge el ayuno del Viernes Santo, expresión de nuestra «compasión» con Cristo, que murió en la cruz por nosotros.
La segunda vez que hablé de esto fue al afrontar el argumento de los divorciados que se han vuelto a casar, dado que hoy en día son casi los únicos que no pueden acceder a la comunión. Cada uno de nosotros debería meditar sobre si tiene que asociarse, al menos en alguna ocasión, a esta situación de exclusión. De este modo, les ofreceremos un signo de solidaridad y tendremos una oportunidad más de profundizar en nuestra vida espiritual. Constato que muchas veces en los funerales, en las bodas, en muchas otras circunstancias, se va a comulgar como si fuera simplemente una parte del rito: es una cena y hay que comer. Pero de este modo, se deja de vivir la profundidad espiritual de este acontecimiento, que es siempre un gran desafío para cada uno de nosotros. Estoy ciertamente de acuerdo con los grandes Papas cuando dicen que tenemos necesidad de la comunión eucarística porque sólo el Señor nos da lo que no podemos alcanzar por nosotros mismos. Precisamente porque somos insuficientes, tenemos necesidad de su presencia. Sin embargo, tenemos que evitar un ritualismo superficial, que degrada este gesto, y tratar de profundizar en su grandeza.
–A propósito de los divorciados que se han vuelto a casar, ¿cree que la situación de exclusión para recibir la comunión seguirá en pie?
–Cardenal Ratzinger: Si el primer matrimonio era válido y viven en una unión opuesta al vínculo sacramental, queda en pie la exclusión. Me parece necesario, sin embargo, ampliar la discusión para no reducir toda la realidad dolorosa de esta condición únicamente al acceso a la comunión. Es necesario ayudar a estas personas a vivir en la comunidad parroquial, a compartir su sufrimiento, mostrarles que son amados y que pertenecen a la Iglesia y que la Iglesia sufre con ellos. Creo que tiene que extenderse esta responsabilidad común, ayudarse recíprocamente y que unos lleven los pesos de los otros, de manera muy fraterna.
–¿Cuáles son los problemas de la Iglesia que más le preocupan en estos momentos?
–Cardenal Ratzinger: Yo diría simplemente la actual dificultad para creer. El relativismo, que ya es espontáneo para el ser humano de nuestro tiempo. Hoy en día parece un gesto de soberbia, incompatible con la tolerancia, pensar que hemos recibido realmente la verdad del Señor. Sin embargo, parece que para ser tolerantes tienen que considerarse iguales a todas las religiones, a todas las culturas. En este contexto, creer es un acto que se hace cada vez más difícil. Se asiste de este modo a la pérdida silenciosa de la fe, sin grandes protestas, en gran parte de la cristiandad. Esta es la preocupación mayor. Entonces es importante preguntarnos cómo podemos volver a abrir las puertas a la presencia del Señor, a la revelación que hace de Él la Iglesia, en esta oleada de relativismo. Entonces, sí que abriremos incluso una puerta a la tolerancia, que no es indiferencia, sino amor y respeto por el otro, ayuda recíproca en el camino de la vida.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]