NAIROBI, martes, 24 febrero 2004 (ZENIT.org).- Este martes, el cardenal Renato Martino –presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz— ha dado un toque de atención a la comunidad internacional ante la situación de África, «martirizada por sangrientos conflictos, devastadoras epidemias y por la asfixiante deuda exterior».
«Es reprobable –denunció el purpurado– que hoy nuevamente algunos países y grupos organizados sigan sacando provecho del comercio de armas, que alimenta áreas de conflicto en África y provoca tragedias humanas así como inmensos desastres ecológicos, con el efecto de retrasar o interrumpir el camino a la paz y el desarrollo del continente».
En estos términos intervino en el Congreso Internacional –sobre los «Problemas contemporáneos para un desarrollo integral y sostenible»– abierto este martes en Nairobi (Kenia) por iniciativa del Instituto de Servicio Social de la Universidad Católica de África Oriental.
De acuerdo con un comunicado del dicasterio que preside, el purpurado definió igualmente como inaceptable la pretensión de grupos terroristas que pretenden restablecer la justicia y la paz a través de la violencia ciega, sin dudar en destruir vidas humanas inocentes.
Igualmente rechazó la «utilización escandalosa» de los niños-soldado por parte de Estados y grupos armados, puesto que «destruye el futuro de la juventud, mata el futuro mismo del mundo».
En cuanto a la pandemia del Sida, «plaga del siglo o del milenio, con las desastrosas consecuencias demográficas, sanitarias, económicas y sociales bien conocidas en muchos países africanos», el cardenal Martino reclama una solidaridad más amplia de la comunidad internacional, en particular sosteniendo el acceso a los fármacos con precios sostenibles.
El prelado renovó igualmente el llamamiento para una reducción, si no la supresión, de la deuda exterior de los países africanos más pobres, recordando las numerosas iniciativas de su dicasterio al respecto.
Esta operación hay que considerarla –indicó— en el contexto global de la lucha contra la pobreza, objetivo por el cual la comunidad internacional se ha comprometido formalmente con promesas, lamentablemente no mantenidas, y que ya no pueden ser descuidadas.
«Si se quiere acelerar el desarrollo de África –advirtió también el purpurado–, es absolutamente necesario que se revisen las reglas del comercio internacional de forma que consientan a los países africanos el acceso a los mercados de las naciones ricas, cuyo proteccionismo constituye un gran obstáculo a los productos de los pueblos en vías de desarrollo».
Recordó además que «es necesario combatir a toda costa el afro-pesimismo y dar confianza a los africanos, ya que África no es sólo el continente de las malas noticias, como a menudo es presentado».
En este sentido, subrayó que «si hasta ayer la historia del continente ha sido ampliamente modelada por los extranjeros, el África de mañana dependerá en gran parte de los esfuerzos de los propios africanos».
Durante 16 años observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, en su intervención en Nairobi –titulada «La Iglesia y los organismos internacionales»– el purpurado no excluyó que en el futuro próximo la Santa Sede pueda pasar del estatus de observador al de miembro de la ONU, y recalcó la urgencia de una reforma de este organismo que le permita desarrollar plenamente su papel en la escena internacional.
La difusión de la Doctrina Social de la Iglesia en África está entre los objetivos de la visita que el cardenal Martino realiza en Kenia del 23 al 27 de febrero. De ahí su participación en el congreso conmemorativo del décimo aniversario de la fundación del prestigioso Instituto de Servicio Social (ISS) de la Universidad Católica de África Oriental en Nairobi.
De las instituciones de la Iglesia Católica en la región, el ISS se encarga de la formación de los sacerdotes, religiosos y laicos en la comprensión de la Doctrina Social de la Iglesia con vistas a un compromiso concreto en la sociedad africana.
El domingo pasado el cardenal Martino visitó en Nairobi el suburbio de Kibera –el segundo mayor de África, según «Catholic Information Service for Africa»–, donde vive la parte más pobre de la ciudad: 700.000 personas de una población de 3 millones.
Allí pidió el respeto hacia la dignidad de los residentes y manifestó su pesar porque «estas personas, que son seres humanos como nosotros, no tienen viviendas adecuadas, escuelas u otros medios». «Debemos ayudarles a que se conviertan en protagonistas de su propio futuro», indicó.