CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 29 febrero 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II reza en este mes de marzo por el respeto de los derechos de los indígenas y por la colaboración misionera en África.

Así lo presenta el Apostolado de la Oración, encargado de comunicar las intenciones que el Papa asume todos los meses para ofrecer sus oraciones y sacrificios junto a miles de fieles, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos.

Todos los meses, escoge dos intenciones, una general y otra específicamente misionera.

La «intención general» de marzo dice textualmente: «Para que, respetando las tierras, las culturas, las tradiciones y los derechos de los indígenas en todo el mundo, se instaure una verdadera armonía entre ellos y las sociedades donde viven».

La situación de los indígenas constituye una de las preocupaciones que el Papa ha recordado en los viajes que ha realizado en estos 25 años a países en los que estas comunidades constituyen parte activa.

El 24 de febrero, al encontrarse con el nuevo embajador de México ante la Santa Sede, exigió: «es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico».

Además, el Papa todos los meses propone una intención misionera de oración. En marzo su enunciado dice así: «A fin de que en África, valorizando la diversidad de carismas, crezca lo colaboración entre los Institutos misioneros y las Iglesias locales».

El cardenal Francis Arinze, prefecto de la Congregación vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha publicado un comentario a esta intención en la agencia Fides en la que subraya la importancia de esta intención.

«Cada Iglesia particular o diócesis en África --subraya el purpurado nigeriano-- atraviesa problemas y desafíos que no pueden ser afrontados de forma adecuada si las diversas formas apostólicas presentes en una diócesis no se armonizan y se unen a nivel operativo y de proyectos».

Al mismo tiempo, subraya, «evitar la duplicación de esfuerzos y el consiguiente desarrollo de programas paralelos entre las diversas instituciones eclesiales y diocesanas permite intensificar la colaboración entre los institutos misioneros y la diócesis».

En la promoción de la colaboración entre las diócesis y los institutos misioneros, el papel del obispo diocesano «es de capital importancia», reconoce el cardenal Arinze.

Pues, como señala el Concilio Vaticano II, «es deber del obispo, como rector y centro de unidad en el apostolado diocesano, promover, dirigir y coordinar la actividad misionera, pero de modo que se respete y favorezca la actividad espontánea de quienes toman parte en la obra (“Ad gentes divinitus”, 30)».

También recuerda el purpurado que «todos los misioneros, incluso los religiosos exentos, están sometidos al obispo en las diversas obras que se refieren al ejercicio del sagrado apostolado» (o.c).

«En el respeto del carisma de cada instituto misionero --recalca--, tanto si ha sido fundado en el país en cuestión como si proviene de otro lugar, el obispo encontrará la forma para que cada uno pueda dar lo mejor de sí mismo».

«Después de todo --prosigue--, el obispo es el padre espiritual de todo el pueblo de Dios en la diócesis».

Además, el cardenal Arinze recuerda que «la experiencia de la Iglesia ha llevado a la publicación de líneas maestras que faciliten en una diócesis y un instituto misionero la elaboración de un documento escrito de colaboración», indicaciones que «pueden ayudar a canalizar las energías apostólicas y prevenir tensiones evitables».

«De este modo se puede crear un clima en el que se puede ofrecer un excelente testimonio de Jesucristo, Señor y Salvador, única esperanza de la humanidad», concluye.