CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 19 abril 2004 (ZENIT.org).- El terrorismo no se combate con la pena de muerte, sino, por el contrario, con la educación en el respeto de la dignidad de la persona humana, considera Juan Pablo II.
Así lo expuso este lunes al recibir las cartas credenciales de la nueva embajadora de Filipinas ante la Santa Sede, la señora Leonida R. Vera, quien hasta ahora era presidente del Consejo de Administración de Lever Properties, Corp. y miembro del Consejo de Presidencia de Caritas Manila, así como directora de fundaciones benéficas de inspiración católica.
El Santo Padre, en el discurso que le dirigió en inglés, hizo un llamamiento a todos los grupos en Filipinas «a acabar con el terrorismo que sigue causando tanto sufrimiento a la población civil y a emprender la senda del diálogo que permitirá a la gente de la región crear una sociedad que garantice justicia, paz y armonía para todos».
Para ello, aclaró, «es esencial que el Estado sigua promoviendo el diálogo en la sociedad, fomentando el entendimiento mutuo y el aprecio entre las diferentes religiones».
«Este proceso es mucho más efectivo cuando todos los niveles de la educación pública incluyen elementos que ayudan a la gente a reconocer el valor de la tolerancia y a esforzarse por promover una cultura basada en la paz y justicia auténticas», afirmó.
«Podemos eliminar juntos las causas sociales y culturales del terrorismo enseñando la grandeza y la dignidad de la persona humana, y difundiendo un sentido más claro del carácter único de la familia humana», recalcó.
Tras pedir el respeto de la Constitución filipina, «que reconoce explícitamente la santidad de la vida familiar y la protección del no nacido desde el momento de su concepción», el Santo Padre reiteró su oposición a la pena de muerte.
«Consciente de que la cuestión del castigo capital y su recurso se ha vuelto a convertir en un argumento importante en vuestro debate nacional, quisiera reiterar que el objetivo de la justicia en el mundo de hoy parece servirse mejor sin recurrir a la pena de muerte», afirmó.
«La sociedad moderna cuenta con las posibilidades para reprimir eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente de la posibilidad de redimirse», afirmó, repitiendo su enseñanza expuesta en encíclica «Evangelium Vitae», número 27.
«Si bien las sociedades civiles tienen el deber de ser justas, tienen también la obligación de ser misericordiosas», concluyó.