ROMA, viernes, 7 mayo 2004 (ZENIT.org).- La percepción del cristianismo como algo institucional y no como un encuentro con Cristo ha llevado explica el hecho de que hoy día deje de verse como fuente de alegría, constata el cardenal Joseph Ratzinger.
El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe considera que «el cristianismo hoy se presenta como una antigua tradición, sobre la que pesan antiguos mandamientos, algo que ya conocemos y que no nos dice nada nuevo, una institución fuerte, una de las grandes instituciones que pesan sobre nuestros hombros».
«Si nos quedamos en esta impresión, no vivimos el núcleo del cristianismo, que es un encuentro siempre nuevo, un acontecimiento gracias al cual podemos encontrar al Dios que habla con nosotros, que se acerca a nosotros, que se hace nuestro amigo», afirma el purpurado en declaraciones concedidas al último número del semanario católico italiano «Vita Trentina».
«Es decisivo llegar a este punto fundamental de un encuentro personal con Dios, que también hoy se hace presente y que es contemporáneo», reconoce.
«Si uno encuentra este centro esencial, comprende también las demás cosas; pero si no se realiza este acontecimiento que toca el corazón, todo lo demás queda como un peso, casi como algo absurdo», añade el purpurado bávaro.
Por lo que se refiere a la situación actual de la Iglesia, el cardenal Ratzinger considera en la entrevista que todavía queda «mucho» por asimilar del Concilio Vaticano II (1962-1965), pues, como reconoce, «me parecería difícil para una generación asimilar verdaderamente la herencia del Concilio».
«Desde mi punto de vista –opina–, quizá en los últimos diez años, hemos dado un paso adelante para hacer realmente propia la reforma litúrgica, que no es algo arbitrario ni se reduce a gestos exteriores, sino que consiste en entrar realmente en un diálogo de fe».
«Otro elemento fundamental del Concilio que estamos llamados a asimilar mejor afecta a la necesidad de comprender el cristianismo de manera personal, desde el punto de vista de un encuentro con Cristo», subraya.
«El carácter central de Cristo era, diría yo, el corazón del mensaje del Concilio Vaticano II –revela–. Por desgracia, nos quedamos en muchas cosas exteriores de modo que este carácter central del personalismo cristiano queda todavía por descubrir», indica.
«El Concilio, de hecho, quería mostrar que el cristianismo no está contra la razón, contra la modernidad, sino que por el contrario es una ayuda para que la razón en su totalidad pueda trabajar no sólo en las cuestiones técnicas, sino también en el conocimiento humano, moral y religioso», revela.
En un mundo dominado por una economía regida por «principios materialistas» y por el liberalismo, según el cardenal Ratzinger, quien queda excluido es «el corazón», es decir, «el punto más elevado de la inteligencia humana, esto es, la posibilidad de ver a Dios e introducir también en el mundo del trabajo, del comercio, de la política, la luz de la responsabilidad moral, del amor y de la justicia».
«Si por una parte es importante que los sacerdotes anuncien bien el centro de la fe cristiana, por otra parte tiene que haber personas que en los diferentes ámbitos del mundo se comprometan para hacer presentes los principios de la fe cristiana, que transformen desde dentro las realidades humanas», concluye.