CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 12 julio 2004 (ZENIT.org).- En tiempos de aldea global, es más importante que nunca rezar por las vocaciones a la vida consagrada, asegura Juan Pablo II.
Es la consigna que deja en un mensaje enviado al capítulo general de la Congregación de los padres Rogacionistas del Corazón de Jesús que se celebra tras la canonización de su fundador, san Annibale Maria di Francia (1851-1927), que tuvo lugar el 16 de mayo pasado.
Surgidos en 1926 con el carisma de vivir y propagar el mandato de Jesús de orar por las vocaciones poniéndose al servicio de los más pequeños y de los pobres, especialmente en tierras de misión, los Rogacionistas son hoy más de 360 religiosos esparcidos en varios países.
«Esta misión es más actual que nunca al inicio del tercer milenio y exige buenos y operosos apóstoles, y vosotros debéis y queréis ser los primeros», constata el Santo Padre.
«La aldea global en la que se ha transformado el planeta, gracias a la red de las comunicaciones y de los intereses políticos, económicos y sociales con frecuencia en conflicto entre sí, registra una necesidad urgentísima de obreros de la reconciliación, testigos de la Verdad que salva y constructores de la única paz verdadera y duradera, fundada en la justicia y el perdón», explica.
«Si después oteamos los abismos de los corazones, el deseo y la expectativa de la vida que viene de lo Alto se revelan todavía más amplios y profundos», sigue indicando el obispo de Roma.
«Ante urgencias tan enormes, nuestras fuerzas resultan impares», reconoce el mensaje pontificio, reflejando la misma impotencia que experimentaron los discípulos de Jesús ante la muchedumbre hambrienta.
El Santo Padre constata que «el pan de la justicia y de la paz sólo puede venir de lo Alto: por este motivo, la necesidad que se encuentra en la raíz de todas las necesidades es la de «obreros» de los que habla Jesús».
Hacen falta, indica, «hombres y mujeres que no ahorren energías para transmitir al mundo la Palabra de la vida, llamando a los corazones a la conversión, ofreciendo el don divino de la Gracia para construir puentes de solidaridad y condiciones de justicia, en la que pueda expresarse la dignidad plena de toda existencia humana».
«La oración es la raíz fecunda y el alimento indispensable de toda acción que quiera ser eficaz por el Reino de Dios», constata.
«Rezando se pueden alcanzar del Señor obreros que aren el terreno, echen la semilla, velen por su crecimiento y recojan el fruto de espigas maduras», concluye.