CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 19 julio 2004 (ZENIT.org).- ¿Cuál es la línea que no puede cruzar la investigación científica sobre el ser humano? «La frontera es «el ser», la esencia del hombre; ¡No se puede menoscabar el ser! Ante todo, que se respete el ser del hijo, el ser del padre y la madre», responde el obispo Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida.
El prelado ha afrontado en un artículo publicado por la agencia vaticana «Fides» en respuesta a los interrogantes planteados por el doctor Edmund Pellegrino, ex presidente de las Universidades Católicas estadounidenses, en un programa televisivo transmitido en Italia.
«¿Nos dominará una nueva raza humana construida en laboratorio? ¿Quién será mañana padre y madre, ¿yo? ¿Tú? Y mañana, ¿de quiénes seremos hijos?», se preguntaba el doctor.
Monseñor Sgreccia recuerda que «la llegada de la era del neolítico en la historia de la humanidad sacó al hombre de las cavernas y lo lanzó a la conquista de la tierra; el hombre se convirtió en pastor y campesino, aprendió a trabajar los metales y a construir ciudades, inventó la rueda y dio principio a la agilización del movimiento y del tiempo; expandió el comercio por tierra y mar empleando la moneda, hizó florecer las grandes civilizaciones en Oriente, Asia y en América Latina».
«Después de la era agrícola llegó la industrial que permitió al hombre un ulterior dominio sobre la naturaleza cósmica con la invención de la máquina, a partir del motor de vapor hasta el avión supersónico –sigue recordando el prelado–. Las ciudades antes pobladas de campesinos, se rodearon de edificios industriales».
«En la cumbre de esta era se descubrió la energía nuclear y el hombre se adueñó de esta nueva energía innata en las arcas de la materia –sigue explicando–. Los peligros durante este largo camino son conocidos porque la invención de la escritura durante la era agrícola y pastoril ha permitido fijar la memoria en la piedra, en el pergamino, en el papel, en la prensa, pero un surco rojo de guerras y matanzas cada vez más atroces ha acompañado estos pasos del hombre dentro de los secretos del cosmos porque el dominio del cosmos no siempre ha respetado la dignidad del ser humano».
«Ahora ha iniciado, con las tecnologías biológicas, el dominio del hombre sobre la vida, sobre sus secretos, sobre sus orígenes, incluso allí donde la vida de un nuevo ser humano inicia su recorrido orgánico con la concepción, en el encuentro de amor entre el padre y la madre», considera.
«¿Cuál es la frontera para que el hombre continué siendo humano y el principio de humanidad permanezca íntegro, antes bien sea promovido por todos?», se pregunta.
«La frontera es «el ser» –responde–, la esencia del hombre; ¡que no se quiera menoscabar el ser! Ante todo, que se respete el ser del hijo, el ser del padre y la madre».
«La amenaza existe y corresponde a nuestra época indicar el peligro y evitarlo. Ser hijo significa ser un regalo del amor de Dios a través del don del amor de los padres. La generación de un hijo implica, para que sea realmente humana, que el esposo se haga padre a través del don personal del propio amor conyugal a la esposa y que la esposa se convierta en madre por el don de sí y del propio amor al esposo».
«En esta conjunción la vida se une en el amor y el don de Dios se hace visible en la criatura humana, como ha recordado recientemente el Santo Padre» en su discurso a la Academia Pontificia para la Vida del 21 de febrero de 2004.
«La intervención sustitutiva de la tecnología reproductiva constituye una amenaza para el ser de la criatura y, en palabras de un filósofo, es por tanto un acto «descreatural» ».
«La libertad humana –concluye– al no ser responsable con el ser se convierte en rebelión y manifestación de prepotencia. Hay que indicar a la era biotecnológica el horizonte del respeto ético de la naturaleza y del ser, hay que recordar el objetivo de la ciencia y la técnica que es ser soporte y ayuda para el ser humano en cada hombre y en todos los hombres».