CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 8 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II se hizo portavoz del grito de los niños ofendidos y violados por la violencia de los adultos y elevó una plegaria por las víctimas de la escuela de Beslán, en Osetia, durante la audiencia general de este miércoles.
El sufrimiento de los pequeños, «no puede, no debe dejar indiferente a nadie», afirmó con voz triste y cansada a los ocho mil fieles que se congregaron en el Aula Pablo VI del Vaticano.
La audiencia tuvo características totalmente inesperadas. Se convirtió en un acto de oración que tuvo por marco la fiesta litúrgica que celebraba la Iglesia en este día, la fiesta de la Natividad de María.
El Santo Padre comenzó ofreciendo una meditación en la que contempló a María siendo aún niña y, ante esta visión, se preguntó: «¿cómo es posible dejar de pensar en los numerosos pequeños indefensos de Beslán, en Osetia, víctimas de un bárbaro secuestro y bárbaramente asesinados?».
«Se encontraban dentro de una escuela, lugar en el que se aprenden los valores que dan sentido a la historia, a la cultura y a la civilización de los pueblos: el respeto recíproco, la solidaridad, la justicia y la paz», recordó sin ocultar la impresión que le ha provocado la tragedia vivida en el Cáucaso.
«Por el contrario –constató–, entre aquellos muros, experimentaron, el ultraje, el odio y la muerte, nefastas consecuencias de un cruel fanatismo y de un malsano desprecio de la persona humana».
A continuación la mirada del Papa pasó a abarcar a «todos los niños inocentes que, en todas las partes de la tierra, son víctimas de la violencia de los adultos».
«Niños obligados a empuñar las armas y a los que se les enseña a odiar y matar; niños inducidos a mendigar en las calles, de los que se abusa por fáciles ganancias», denunció.
«Niños maltratados y humillados por la potencia y la injusticia de los grandes; niños abandonados a su suerte, privados del calor de la familia y de una perspectiva de futuro», siguió constatando.
«Niños que mueren de hambre, niños asesinados en tantos conflictos en diferentes regiones del mundo», reconoció.
El tradicional encuentro del pontífice con los peregrinos se convirtió por último en un acto de «oración por la justicia, por paz y la solidaridad en el mundo».
Un colaborador papal comenzó rezando por los fallecidos en la escuela de Beslán, tanto por los niños, como por sus padres y maestros, «para que Dios, en su misericordia, abra de par en par para ellos su casa, roguemos al Señor».
Se oró después por los heridos, y por los familiares de las víctimas del atentado, para que con la ayuda de Dios y de la solidaridad de todo el mundo «sepan perdonar a quienes han cometido el mal contra ellos».
La plegaria se elevó también «por todos los niños que, en tantas partes de la tierra, sufren y mueren a causa de la violencia y de los abusos de los adultos: para que el Señor les permita experimentar el consuelo de su amor y pliegue al dureza de corazón de quien les hace sufrir».
Tras rezar por todos los secuestrados en Irak, en especial las dos cooperantes italianas, los presentes clamaron «justicia y paz en el mundo».
«Que el Señor ilumine las mentes de quienes quedan subyugados por el hechizo de la violencia –decía la oración de los fieles– y abra los corazones de todos al diálogo y a la reconciliación para construir un futuro de esperanza y de paz».
El pontífice concluyó la súplica con una plegaria que tenía expresiones poco comunes del lenguaje litúrgico, tomadas del lenguaje común.
Pidió a Dio que los hombres comprendan que «todo niño es una riqueza de la humanidad y que la violencia contra los demás es un callejón sin salida que no tiene futuro».