Los no creyentes acaban el Camino de Santiago planteándose cuestiones religiosas

El prior del Monasterio de Monte Irago cree que es «una oportunidad evangelizadora»

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SANTIAGO DE COMPOSTELA, domingo , 12 septiembre 2004 (ZENIT.orgVeritas).- Más del 70 % de los que inician el Camino de Santiago no son creyentes pero la mayoría acaba planteándose cuestiones religiosas, revela el prior del Monasterio Benedictino de Rabanal del Camino.

Esta comunidad lanzó en el año 2001 el proyecto evangelizador del Camino de Santiago, en respuesta al interés que en los últimos años despierta entre personas del todo el mundo el recorrido de las rutas de los peregrinos a la tumba del apóstol en Galicia.

«Éramos conscientes de que no se trataba simplemente de atender las necesidades espirituales o sacramentales de los creyentes que peregrinaban por el Camino de Santiago. Se trataba, más bien, de compartir con ellos la alegría de nuestra fe», reconoce el padre José Antonio Torres.

Al intervenir en las X Jornadas de Teología que se han celebrado esta semana en el Instituto Teológico Compostelano¬, Torres explicó la peculiar vocación de estos «monjes misioneros», que encontraron su vocación en el resurgimiento del Camino de Santiago durante los últimos años.

Los monjes del monasterio del Monte Irago viven su vocación monástica, «invitando a participar de ella a cuantos han pasado junto a nosotros».

Según el Prior, «durante este tiempo, miles de personas han participado en las distintas celebraciones litúrgicas del Monasterio». Algunos, añade, «se han quedado varios días con nosotros, para profundizar en su experiencia de fe y tratar de poner nombre a cuanto les estaba sucediendo».

«Sin duda alguna, los monjes de Monte Irago somos unos afortunados: hemos podido contemplar el gran milagro de la actuación transformadora del Espíritu Santo en tantas y tantas personas, ante las que a primera vista diríamos que están totalmente alejados de la Iglesia», añadió.

Entre las conclusiones que los monjes han extraído de su experiencia en estos años, el prior destacó que «el Camino de Santiago constituye una oportunidad evangelizadora de primer orden para la Iglesia en nuestro contexto occidental».

La Iglesia «ha de ser un signo, ha de seguir siendo lo que por esencia es: anuncio de Cristo, presencia del amor salvador de Dios entre los hombres. Ha de aportar el rico patrimonio de nuestra tradición espiritual a la indigencia materialista de nuestro entorno. Defraudar este sentido conllevaría degradar su mensaje», sostuvo.

Los monjes han constatado que «probablemente, un 70 o incluso un 80% de cuantos comienzan a recorrer el Camino no son creyentes. Ahora bien, hay que completar este dato con otra afirmación: un alto porcentaje de estas personas, después de recorrer a pie el Camino, aceptando su ascesis y su dimensión de ejercicio no sólo físico sino, sobre todo, eminentemente espiritual, llega un momento en el que se plantean cuestiones radicalmente existenciales e, incluso, claramente religiosas, en el sentido más cristiano del término».

El prior afirmó que la oración ha sido su «medio fundamental de apostolado» y sostuvo que «lejos de rechazarse de plano por personas, en principio, poco o no creyentes, ha sido la celebración litúrgica del Oficio Divino y de los Sacramentos, y la creación de un marco de silencio propicio para la oración personal, lo más valorado, buscado y aceptado en nosotros de cuantos pasan por el Camino».

En este sentido, Torres dijo que también «el testimonio de vida, materializado externamente, por ejemplo, con el uso del hábito, nos ha servido para iniciar el acceso a la fe, más que la presentación meramente intelectual del mensaje cristiano».

Según el Prior de Monte Irago, el caminante de hoy, a diferencia de los primigenios peregrinos cristianos, «suele partir de la no-fe, para barruntar a lo largo del Camino, entendido éste como experiencia espiritual de purificación, un destino más allá de la propia ciudad Compostelana».

«El potencial humanizador del cristianismo despliega aquí todas sus virtualidades –añade–. Sólo descubriendo una felicidad más plena al alcance del ser humano, no circunscrita a la mera existencia zoológica, puede el homo urbano de nuestra civilización constatar sus carencias y sus pobrezas».

«Aún sin saberlo, creo que finalmente, los caminantes que recorren el Camino de Santiago acaban siendo peregrinos, que desean imperiosamente, tal vez furiosamente, el soplo refrescante del Espíritu Santo, para poder sobrevivir en un mundo tan lleno de incógnitas, tan perfecto y a la vez tan indigente», dijo.

«Posiblemente, el gran milagro de Compostela no sea, como puede ser en Lourdes, o era en los santuarios de la Antigüedad, la curación del cuerpo: el Camino está curando al ser humano de hoy de su preocupante inhumanidad; está infundiendo dosis de esperanza en nosotros, esperanza nacida del gran regalo que Dios nos ha hecho en la persona de Jesucristo, nuestro mejor compañero de Camino», concluyó.

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ZENIT Staff

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