Cuatro recetas para responder al «confesionalismo laicista»

Según el arzobispo de Pamplona, monseñor Fernando Sebastián

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PAMPLONA, lunes, 13 septiembre 2004 (ZENIT.orgVeritas).- Monseñor Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona-Tudela, ha publicado una carta pastoral en la que ofrece cuatro rectas para responder al «confesionalismo laicista» que, según constata, está imponiendo el gobierno español.

Sus propuestas son: no tener miedo a los defensores del laicismo, vivir con coherencia las exigencias del cristianismo, ir a lo fundamental de la fe olvidando debates sobre cuestiones no fundamentales, y participar en la vida social.

Respecto al primer consejo, monseñor Sebastián afirmó que «la Iglesia ha vivido siempre entre dificultades y los cristianos han padecido con frecuencia por presentarse y actuar como discípulos de Jesús. Estos sufrimientos nos purifican y fortalecen», y añadió que las argumentaciones del laicismo «no deben hacernos dudar de la verdad y del valor de nuestra fe ni de las instituciones y actuaciones de la Iglesia».

Es necesario, para el prelado, «no desanimarse por ser pocos o por quedar excluidos de las zonas de poder. Nuestra fuerza está en la fuerza de su Palabra y de su vida. Precisamente en estas circunstancias es cuando más tenemos que anunciar con sencillez y fidelidad el mensaje de Jesús, conservado y actualizado continuamente por la Santa Madre Iglesia. Este es el mejor servicio que podemos hacer a nuestros conciudadanos».

En cuanto al segundo consejo, para monseñor Sebastián, «la fuerza de la Iglesia está en la fe, en la piedad, en la ejemplaridad de los cristianos. Si vivimos de verdad nuestra fe, el testimonio de nuestra vida aclarará muchos malentendidos y más tarde o más temprano convencerá a los hombres y mujeres que buscan la verdad».

El arzobispo pide a los fieles «que vayan a misa los domingos», así como el testimonio de las familias: «La familia cristiana, estable y fecunda, es signo elocuente de la fuerza humanizadora y santificadora del amor de Dios, presente y actuante en las raíces del amor humano. A partir de aquí podremos ofrecer el testimonio de una vida sobria, alegre, justa, generosa, amante y defensora de la vida y del mundo, sin desmayos, que busca de verdad el Reino de Dios y el bien de los hermanos, sin quedarse en apariencias engañosas o en intereses oportunistas».

La coherencia debe darse también en la unidad interna de la Iglesia: «Un verdadero testimonio de vida cristiana requiere la unidad en la fe, en la aceptación integral y equilibrada del evangelio de Jesús, tal como lo han vivido los santos, como lo anuncian y predican los pastores de la Iglesia, en comunión espiritual y visible con el Papa. La disidencia, las divisiones, las condescendencias injustificadas, debilitan la credibilidad del evangelio y dan argumentos a quienes, de una manera o de otra, pretenden ocultar la luz que ha venido a este mundo».

El arzobispo pide también «ir a lo fundamental»: «no se trata de si los curas y los obispos mandamos mucho o poco, ni resolveríamos nada con una Iglesia más tradicional o más moderna. Lo que de verdad se debate en nuestra sociedad, aunque no se formule claramente, es, si para vivir auténticamente nuestra condición humana, tenemos que tener en cuenta la presencia del Dios de Jesucristo cerca de nosotros, o más bien hemos de prescindir de cualquier referencia religiosa como perteneciente a un estadio anterior del desarrollo humano».

Por último, el prelado pide a los cristianos una mayor participación social. En respuesta a quienes acusan a la Iglesia de querer influir en la política, el prelado responde: «Evidente».

«Al menos como cualquier otra institución –aclara–. Pero la influencia de la Iglesia en la vida política no es de naturaleza política, sino eclesial, es decir, de naturaleza religiosa y moral. Anunciando la doctrina de Cristo, educando las conciencias y animando a sus fieles a vivir santamente, la Iglesia influye en el comportamiento global de las personas, y de esta manera influye también en el ejercicio de sus actividades profesionales y en sus actividades sociales, públicas y políticas».

«Como actividad humana, toda acción política tiene que ser moral y justa y esta justicia no le puede venir en última instancia de sí misma, ni de los consensos circunstanciales o de las presiones de un grupo determinado, sino que le ha de venir de la conformidad con una referencia objetiva, ya sea de naturaleza religiosa o simplemente ética. La Iglesia contribuye de forma importante a la clarificación y fortalecimiento de esta conciencia moral de los ciudadanos que quieren escucharla. No impone sino que propone. Así es como ella contribuye al bien común temporal y político, dentro de un marco legal estrictamente democrático», concluye.

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ZENIT Staff

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