Juan Pablo II: La meta última del ser humano, la intimidad con Dios

Comentario a «Las bodas del Cordero» (Apocalipsis, 19)

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 15 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el cántico que del capítulo 19 del Apocalipsis, «Las bodas del Cordero».

Aleluya.
La salvación y la gloria
y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios
son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor,
sus siervos todos,
los que le teméis,
pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor,
nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos
y démosle gracias.
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

1. El libro del Apocalipsis está salpicado de cánticos que son elevados a Dios, Señor del universo y de la historia. Ahora hemos escuchado uno con el que nos encontramos constantemente en cada una de las cuatro semanas en las que se articula la Liturgia de las Vísperas.

Este himno está salpicado por el «aleluya», palabra de origen hebrea que significa «alabad al Señor» y que curiosamente en el Nuevo Testamento sólo aparece en este pasaje del Apocalipsis, repetida cinco veces. La liturgia sólo selecciona del texto del capítulo 19 algunos versículos. En el marco narrativo del pasaje, están entonados en el cielo por una «muchedumbre inmensa»: es como un imponente coro que se eleva de todos los elegidos, quienes celebran al Señor en la alegría y en la fiesta (Cf. Apocalipsis 19,1).

2. Por este motivo, la Iglesia, en la tierra, acompasa su canto de alabanza con el de los justos que ya contemplan la gloria de Dios. Se establece de este modo un canal de comunicación entre historia y eternidad: tiene su punto de partida en la liturgia terrena de la comunidad eclesial y tiene su meta en la celeste, adonde ya han llegado nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en el camino de la fe.

En esta comunión de alabanza se celebran sustancialmente tres temas. Ante todo, las grandes características de Dios, su «salvación», «gloria» y «poder» (versículo 1; Cf. versículo 7), es decir la trascendencia y la omnipotencia salvadora. La oración es contemplación de la gloria divina del misterio inefable, del océano de luz y de amor que es Dios.

En segundo lugar, el cántico exalta el «reino» del Señor, es decir, el proyecto divino de redención del género humano. Retomando un tema del gusto de los así llamados salmos del Reino de Dios (Cf. Salmos 46; 95-98), aquí se proclama que «reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo» (Apocalipsis 19, 6), interviniendo con suma autoridad en la historia. Ciertamente, ésta es confiada a la libertad humana, que genera el bien y el mal, pero tiene su último sello en las decisiones de la divina providencia. El libro del Apocalipsis celebra precisamente la meta hacia la que es conducida la historia a través de la eficaz obra de Dios, a pesar de las tormentas, heridas, devastaciones cumplidas por el mal, el hombre y Satanás.

En otra página del Apocalipsis se canta: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado» (11, 17).

3. El tercer tema del himno es típico del libro del Apocalipsis y de su simbología: «Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido» (19, 7). Como tendremos oportunidad de profundizar en ulteriores meditaciones sobre este Cántico, la meta definitiva a la que nos conduce el último libro de la Biblia es el encuentro nupcial entre el Ángel, que es Cristo, y la esposa purificada y transfigurada, que es la humanidad redimida.

La expresión «la boda del Cordero» se refiere al momento supremo –como dice nuestro texto «nupcial»– de la intimidad entre la criatura y el Creador, en la alegría y en la paz de la salvación.

4. Concluyamos con las palabras de uno de los discursos de san Agustín que ilustra y exalta el cántico del Aleluya en su significado espiritual: «Cantamos al unísono esta palabra y, unidos en torno a ella en comunión de sentimientos, nos alentamos mutualmente para alabar a Dios. A Dios le puede alabar con tranquilidad de conciencia aquel que no ha cometido nada que le disguste. Además, por lo que se refiere al tiempo presente en el que somos peregrinos en la tierra, cantamos el «Aleluya» como consolación para fortificarnos a través de la vida; el «Aleluya» que pronunciamos ahora es como el canto del caminante; al recorrer este cansado camino, tendemos hacia esa patria en la que está el descanso, en la que, desaparecidas todas las ocupaciones de ahora, no quedará más que el «Aleluya» (n. 255,1: «Discursos» –«Discorsi»–, IV/2, Roma 1984, p. 597).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, se leyó esta síntesis de la intervención del Papa en castellano]

El cántico que hemos escuchado está acompasado del Aleluya, término que significa «alabad al Señor». En esta alabanza, la Iglesia en camino se une a los justos que ya contemplan la gloria de Dios para cantar al unísono su inmensidad y omnipotencia. Se ensalza también su Reinado, es decir su intervención en la historia para salvar al género humano, guiándolo en las dificultades, para llegar al final dichoso de las bodas del Cordero, es decir, el encuentro nupcial entre Cristo y la humanidad redimida y purificada, que es la esposa. Un momento supremo de intimidad entre el Creador y la criatura en la paz y el gozo de la salvación.

[A continuación, el Papa pronunció su saludo en castellano]

Saludo a los peregrinos de lengua española. A la Orquesta Sinfónica Juvenil de Costa Rica, al grupo de la Compañia «Stanhome», así como a los demás grupos de España, México, Chile, Argentina y otros Países latinoamericanos. Os deseo el gozo de alabar a Dios con la oración y con las obras de cada día.

Muchas gracias por vuestra atención.

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ZENIT Staff

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