WASHINGTON, domingo 19 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Los valores femeninos podrán florecer si al mismo tiempo se valorizan los masculinos, afirma Mary Shivanandan.
Publicamos la segunda parte de la entrevista concedida a Zenit por la profesora del Instituto Juan Pablo II de estudios sobre el matrimonio y la familia, en la Universidad Católica de América (Washington, Estados Unidos) y autora de «Cruzando el umbral del amor: una nueva visión del matrimonio a la luz de la antropología de Juan Pablo II»– («Carta» de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Si el hombre y la mujer están mutuamente orientados por su naturaleza, los valores femeninos en la sociedad sólo podrán florecer en una sociedad que también valore auténticamente los valores masculinos.
En su reflexión sobre la carta de san Pablo a los Efesios (5, 21-33), Juan Pablo II, al igual que otros comentadores, subraya el papel del marido como iniciador. La sumisión a la que está llamada la mujer es una respuesta a su amor. Cuando la mujer toma la iniciativa de manera agresiva, el hombre asume un papel pasivo y se echa para atrás.
Esto se ha convertido en un problema en nuestra sociedad desde todos los puntos de vista. Sin una adecuada guía masculina, en ocasiones definida como «guía al servicio de los demás», los valores femeninos no pueden prosperar.
Cristo es ciertamente el auténtico modelo de esta «guía al servicio de los demás». Y el reciente documento ofrece una indicación en este sentido al referirse al camino de Cristo que «no es el del dominio ni el del poder, como es comprendido por el mundo».
Efesios 5, 21-33 es un texto clave para redescubrir el papel del esposo. En su «Carta a las familias», Juan Pablo II define este pasaje como «como el resumen, la «suma», en cierto sentido, de la enseñanza sobre Dios y sobre el hombre, llevada a cabo por Cristo».
C.L. Rossetti ha resumido de este modo sus puntos principales: la existencia de un dado orden en el que Cristo o el marido es el iniciador y la Iglesia o a la mujer la que recibe; la total reciprocidad y la mutua sumisión; el carácter «kenótico» (de Kénosis, «desnudamiento», «abajamiento», ndr.), el desprendimiento voluntario del papel de guía masculino; la igualdad y la unidad de los dos en la que no influye la distinción de papeles; y la mujer o esposa como representante de toda la humanidad en la relación con Dios.
Son principios que, según el documento vaticano, deben llevar a la colaboración entre el hombre y la mujer en la familia, y en la sociedad. El documento subraya intensamente la necesidad de una «colaboración activa», que significa transmitir a la sociedad los dones propios del hombre y de la mujer.
–¿Qué implica la «colaboración activa»?
–Shivanandan: En su obra filosófica «Persona y acción», Karol Wojtyla, el futuro Juan Pablo II, define lo que implica una cooperación mutua.
Participación es la palabra que utiliza para describir la modalidad de esta colaboración. La auténtica participación tiene lugar cuando el sujeto, al actuar junto a los demás por el bien común, encuentra su propia realización. Los hombres y las mujeres tendrán éxito en la colaboración y, al colaborar juntos por el bien de la familia y de la sociedad, se realizarán plenamente.
El documento ha trazado los caminos por los que las mujeres, casadas o célibes, pueden encontrar su realización, participando en el trabajo de la sociedad.
El papel maternal de la mujer, unido a su actitud de relación, debe ser valorado, permitiéndole permanecer en casa para atender a los niños. La presencia en casa de la mujer confiere una atmósfera que favorece la cultura, que representa de por sí una importante contribución a la sociedad.
En cuanto lugar en el que el trabajo se desarrolla libremente por amor, la casa representa la antítesis de nuestra cultura comercial, en la que todo tiene un precio. La casa es un lugar en el que la originalidad de cada una persona es valorada y en la que se cultivan los valores espirituales, pues es una «iglesia doméstica».
–¿Cómo enriquece la Iglesia los valores femeninos?
–Shivanandan: El documento menciona en particular la fe de María y su obediencia a Dios como modelo para todo creyente. Su «fiat mihi» no es ni mucho menos pasivo.
En la encíclica «Redemptoris Mater», Juan Pablo II dice que, en la respuesta al ángel, María aparece como «auténtico sujeto», como persona. Se encuentra con una impresionante decisión y la toma libremente. Su valor es completamente independiente de la confianza en Dios. Los hombres pueden aprender de la mujer esta fe humilde y valiente.
Las mujeres filósofas y teólogas están dando contribuciones preciosas a nuestra comprensión del hombre y la mujer. Los dos excelentes libros de Prudence Allen, «Concept of Women», demuestran la contribución que las mujeres son capaces de dar a la filosofía, especialmente en el campo de la analogía o del simbolismo. La autora define a Hildegard de Bingen como la «fundadora» de la idea de la complementariedad de los sexos.
Monica Migliorino Miller ha escrito trabajos profundos sobre la sexualidad y la autoridad en la Iglesia católica («Sexuality and Authority in the Catholic Church»), aclarando el significado de autoridad como «fuente» y no como poder arbitrario.
Cristo quiso redimirnos a través de su relación esponsal con la Iglesia. En esta relación, el elemento femenino representa a la esposa. Admitir la ordenación sacerdotal de mujeres sería falsear esta analogía. Miller percibe el papel de la mujer en la Iglesia como un llamamiento a la responsabilidad de los hombres. Cita el movimiento favorable a la vida como un ejemplo particular, en el que las mujeres han estado siempre en la vanguardia.
Estos son dos ejemplos de mujeres filósofas y teólogas entre las muchas que están dando contribuciones significativas. El último libro de sor Timothy Prokes, «At the Interface: Theology and Virtual Reality», ofrece análisis agudo de un tema importante.
En su libro «Women in Christ: Towards a New Feminism», Michele Schumacher cita la doctrina de algunas mujeres para confutar los errores de fondo del feminismo radical e indica
r el camino que hay que seguir.
Janet Smith ha dedicado toda su vida profesional a difundir y comprender la enseñanza de la Igelsia sobre la paternidad responsable.
–¿Qué se puede hacer para ayudar a las mujeres y a los hombres a comprender el llamamiento de la Iglesia a la «promoción de la mujer»?
–Shivanandan: Uno de los medios más eficaces de alcanzar una genuina promoción de la mujer es difundir lo más posible el planteamiento adoptado por este documento y por la teología del cuerpo formulada por Juan Pablo II.