TOULOUSE, martes, 28 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Un enamorado de Jesús, un joven monje que se dejó guiar, alguien que sabía buscar la paz, un sacerdote de Cristo que se inmoló en el altar: así describe a Zenit el abad de «Santa María del Desierto» al padre Joseph-Marie Cassant (1878-1903), a quien Juan Pablo II beatificará el próximo domingo.
De origen francés y fallecido a los 25 años, el futuro beato, monje profeso de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (Trapense), demuestra hoy la importancia de contar con una comunidad de vida y de dejarse orientar para enfrentar las dificultades.
Así lo subraya el padre Jean-Marie Couvreur, abad de «Santa María del Desierto», la abadía de la diócesis francesa de Toulouse donde el padre Joseph-Marie Cassant pasó los nueve años de su breve vida monástica.
–Juan Pablo II beatificará a un monje de la abadía de ustedes, Joseph-Marie Cassant. ¿Qué orientó a la apertura de su causa de beatificación? ¿Cuál es el milagro atribuido a su intercesión?
–P. Jean-Marie Couvreur: Después de la muerte de Joseph Cassant, el 17 de junio de 1903, un gran silencio se dejó caer sobre el monasterio. El padre abad de la época, don Candide, hizo presión en la comunidad para que fuera así. Sostenía que la vida de un monje debe permanecer escondida en Dios.
Con todo, sin conocimiento del abad, algunos hermanos comenzaron a dedicar un culto a su hermano. El padre André Mallet, que había sido su maestro desde el noviciado y después su padre espiritual, impresionado por las virtudes del padre Joseph, había preparado una «relación». Fue solamente después de la elección como abad del padre André, sucesor de don Candide, que se empezó a considerar escribir una biografía que aparecería en 1926 y después en 1931 bajo el título «Fleur du Désert» («Flor del Desierto»).
Estas obras contribuyeron a dar a conocer mejor al hermano Joseph. Y beneficios cada vez más numerosos se atribuyeron a su intercesión. En 1936 se consideró la idea de poner en marcha su causa.
El milagro tomado en consideración por Roma, ocurrido en 1936, al principio se «puso aparte» (tras el profeso informativo en Toulouse: ¡no se sabe bien por qué!). Se refiere a un niño de 9 años, Jean Delibes, afectado por una meningitis cerebroespinal purulenta, a quien el doctor Pradel hizo hospitalizar el jueves 28 de mayo de 1936 con temor a un desenlace fatal.
El viernes por la tarde, el estado del enfermo había empeorado aún más. Tras esa visita, con el desconocimiento de todos, el doctor Pradel oró al padre Joseph-Marie para que invocara la curación del pequeño Jean. Imprevistamente, el sábado por la mañana, Jean sintió desaparecer la rigidez de la nuca y de los miembros y no advirtió más dolores de cabeza.
Los doctores no pudieron hacer otra cosa más que constatar el hecho: «El niño estaba en un estado excelente, los signos meníngeos habían desaparecido y la fiebre había bajado de golpe» (según la declaración del doctor Calvet). En cuanto al doctor Pradel, al regresar el sábado por la tarde para revisar a su pequeño paciente, se quedó completamente asombrado al comprobar una mejoría tan rápida y completa.
Diría más tarde a la madre del niño: «Aquí hay una fuerza superior a la medicina». El beneficiario del milagro vive aún y tiene buena salud, si bien sus años empiezan a dejarse sentir.
–¿Cómo fueron los años de su formación y cómo maduró su vocación monástica?
–P. Jean-Marie Couvreur: Entró en el monasterio el 5 de diciembre de 1894 a la edad de 16 años y 9 meses; murió de tuberculosis después de 9 años de vida monástica, cuanto tenía sólo 25. Sin considerar los dos años de noviciado, cuando fue iniciado a la vida monástica, el resto de su tiempo estuvo ocupado por su formación intelectual con vistas al sacerdocio (Filosofía y Teología).
Se fatigaba mucho para entender y recordar cualquier cosa de la formación que se le impartía. Fue para él un enorme tiempo de pruebas, suavizado solamente por su gran deseo de ser sacerdote. Los nueve años transcurridos en la abadía estuvieron marcados también por la presencia afectuosa, llena de tacto y de sabiduría, de su maestro de novicios, el padre André Mallet, quien se convirtió y permaneció toda la vida como su padre espiritual.
Se puede hablar de genuina amistad espiritual entre el maestro y el discípulo. El padre Mallet jugará un papel importante en la Orden de los Trapenses poniendo el acento en la contemplación. Él definía la vida sobrenatural de esta manera: «Una adhesión a Dios a través del conocimiento y el amor: una adhesión al Verbo encarnado a través del conocimiento y el amor, porque Cristo Jesús es el verdadero camino del alma».
Es en este clima en el que se fue abriendo la vida de nuestro hermano Joseph-Marie.
–En el monasterio, ¿qué caracterizó la personalidad espiritual del futuro beato?
–P. Jean-Marie Couvreur: Joseph tenía ya una vida espiritual intensa. Educado desde muy joven en el colegio [de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle. Ndr] de Casseneuil, había sorprendido a sus hermanos de las escuelas cristianas por la despierta espiritualidad, el gusto por la oración, la atracción por la liturgia, el amor por la Eucaristía y el precoz deseo de ser sacerdote.
Su primera comunión –el 15 de junio de 1890– le marcó para toda la vida. Su comportamiento era el mismo también en familia, y su hermano Emile dirá: «El Sagrado Corazón fue toda su vida».
Sin saberlo, su devoción por la Misa, el Santísimo Sacramento, el Sagrado Corazón, le reunía con la tradición cisterciense vivida por una gran mística como fue Santa Lutgarda. Será en cualquier caso dentro del monasterio donde desarrolló sus intereses.
Es necesario añadir que la devoción al Sagrado Corazón impregnaba también la vida y la enseñanza del padre André, quien prometió a su discípulo Joseph-Marie trazarle el camino del Corazón de Jesús. En torno a esta espiritualidad del Corazón de Jesús, los dos monjes se estimularon el uno al otro, en profunda armonía.
–¿Cuáles eran las tareas que se le encomendaban?
–P. Jean-Marie Couvreur: No tenía ninguna, salvo la más importante de todas y la única válida para toda la vida: aprender a amar «sin preferir nada al amor de Cristo». Él podía verdaderamente decir al Señor: «No tengo otra felicidad más que Tú».
Según el testimonio de su maestro de novicios, «la trama de esta vida se parece a la trama de muchas vidas. Nada de extraordinario, excepto el modo extraordinario en que hacía las cosas ordinarias; nada grande, excepto la grandeza con la que hacía las cosas pequeñas», en el ardor de su amor por Cristo, con el apoyo clarividente del padre André Mallet, en el centro de su comunidad.
¡Él no tuvo tiempo de «hacer» algo, sino de «ser»!
–¿Cuál es el mensaje que el nuevo beato puede comunicar a los jóvenes?
–P. Jean-Marie Couvreur: Me parece que nuestro hermano Joseph-Marie responde a las fuertes expectativas de los jóvenes y de los menos jóvenes de hoy. Tenía pocos recursos humanos. No tenía nada de un joven que es agraciado, fuerte, brillante, capaz de gustar y de atraer. Su «gracia» fue la de fiarse y acoger la mano extendida y el corazón amante de guías seguras, primero de su párroco en Casseneuil –su ciudad natal— en Lot-et-Garonne, y después sobre todo del padre André Mallet.
Sin este sacerdote, sin la orientación espiritual de la abadía, frente a sus limitaciones personales para afrontar la vida humana y la de un monasterio cisterciense ciertamente se habría desalentado. Más que nunca, los jóvenes tienen necesidad de los adultos, de personas espirituales que les ayuden a aceptars
e y a afrontar la vida, cualquiera que sea, sin desanimarse.
Además, el hermano Joseph-Marie se benefició de una comunidad de vida. En un mundo profundamente marcado por el individualismo, los jóvenes necesitan encontrar un grupo, una comunidad que les dé el valor de afrontar el día a día, en el gozo de una vida compartida.
–¿Cuántos viven en el monasterio y cuál es su carisma?
–P. Jean-Marie Couvreur: El carisma de nuestra comunidad, según nuestros huéspedes, es el de la fraternidad. Nuestros huéspedes, nuestros amigos –que no faltan en «Santa María del Desierto»– aprecian mucho el clima fraterno y la sencillez que se ponen de relieve en la acogida en la hospedería, pero también en un servicio litúrgico abierto que permite participar fácilmente en la oración de los monjes, durante todo el arco de las jornadas monásticas.
No somos muy numerosos; ¡somos una treintena de hermanos de 96 a 32 años! Pero todos en línea con nuestro hermano Joseph-Marie: sin pretensión alguna, estamos deseoso de buscar al Señor Jesús con los hermanos. Todo, bien entendido, siguiendo la Regla de San Benito, de acuerdo con la tradición de nuestros Padres de Cîteaux.
–¿Qué desearía añadir a la figura que Juan Pablo II ofrece a toda la Iglesia como modelo de amor por Cristo?
–P. Jean-Marie Couvreur: Querría proponer sencillamente una pequeña síntesis escrita por nuestro abad general, don Bernard Olivera. En una carta dirigida a todas las comunidades de la Orden, escribió: «El mensaje del padre Joseph-Marie Cassant es discreto, como fue siempre su persona, pero su mensaje es con todo, para nuestros tiempos y para nuestra orden, el de un maestro espiritual. En tiempos como en estos en que vivimos todo tipo de precariedad, el padre Joseph Cassant puede ayudar a los que sufren por sus limitaciones. Él es la prueba de que el camino de la santidad está abierto también para ellos».
«Joseph era: un pobre que se aceptaba como tal; un discípulo de Jesús que se dejó instruir; un joven monje que se dejó guiar; Joseph sabía: buscar la paz y seguirla; era capaz de olvidarse de sí para servir a los demás; logró renunciar a su voluntad precisamente para abrazar la del Señor».
«Joseph es: un enamorado que se dejó crucificar; alguien en quien se reconoce que se transformó en acción de gracias (eucaristía); un sacerdote de Cristo que se inmoló en el altar…».
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