Alma eucarística, padre de familia y emperador: Carlos de Austria a los altares

Juan Pablo II presidirá la ceremonia de beatificación el domingo

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 1 octubre 2004 (ZENIT.org).- El amor a la Eucaristía y el deseo de cumplir la voluntad de Dios como esposo, padre de familia y soberano orientaron la vida de Carlos I (1887-1922), emperador de Austria y Rey de Hungría, cuyo testimonio propondrá Juan Pablo II a la Iglesia universal cuando le beatifique el próximo domingo, a tan sólo una semana del inicio del Año Eucarístico.

Carlos de Austria nació el 17 de agosto de 1887 en el Castillo de Persenbeug, en la región de Austria Inferior. Sus padres fueron el archiduque Otto y la princesa María Josefina de Sajonia, hija del último rey de Sajonia. El emperador José I era el tío abuelo de Carlos.

Recibió una educación expresamente católica y desde su niñez estuvo acompañado con la oración por un grupo de personas, porque una religiosa estigmatizada le había profetizado grandes sufrimientos y ataques contra él, según apunta la biografía difundida por la Santa Sede.

De ahí surgió, tras la muerte de Carlos, la «Liga de oración del emperador Carlos por la paz de los pueblos», que en 1963 se convertirá en una comunidad de oración reconocida en la Iglesia.

Muy pronto creció en Carlos un gran amor por la Sagrada Eucaristía y por el Corazón de Jesús. De hecho —-subraya la Santa Sede– todas las decisiones importantes provenían de la oración.

El 21 de octubre de 1911 se casó con la princesa Zita de los Borbones de Parma, a quien dijo en el día de su boda: «Ahora tenemos que llevarnos el uno al otro al cielo», recordó el cardenal José Saraiva Martins –prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos– el pasado abril en la promulgación del decreto que reconoció un milagro a su intercesión. De diez años de vida matrimonial feliz y ejemplar nacieron ocho hijos.

El 28 de junio de 1914, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono, Carlos se convirtió en el heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro.

Mientras se encarnizaba la Primera Guerra Mundial, con la muerte del emperador Francisco José, el 21 de noviembre de 1916, Carlos se convirtió en emperador de Austria. El 30 de diciembre fue coronado Rey apostólico de Hungría.

«Este deber Carlos lo concibe, también, como un camino para seguir a Cristo: en el amor por los pueblos a él confiados, en el cuidado por su bien y en la donación de su vida por ellos», constata la Santa Sede.

Carlos situó el compromiso por la paz «en el centro de sus preocupaciones a lo largo de la terrible guerra»; de hecho «fue el único, entre los responsables políticos, que apoyó los esfuerzos por la paz de Benedicto XV», prosigue.

Su comportamiento hizo posible al final del conflicto una transición a un nuevo orden sin guerra civil. A pesar de ello fue desterrado de su patria.

Por deseo del Papa, que temía el establecimiento del poder comunista en Centroeuropa, Carlos intentó restablecer su autoridad de gobierno en Hungría. Pero dos intentos fracasaron, porque él quería en cualquier caso evitar el estallido de una guerra civil, recuerda la Santa Sede.

En cuanto a la política interior, incluso en tiempos extremadamente difíciles, abordó una amplia y ejemplar legislación social, inspirada en la enseñanza social cristiana.

«Fuertemente influenciado por la encíclica de León XIII “Rerum Novarum”», «fue el primer jefe de Estado, en Europa y en el mundo, que creó un Ministerio para la ayuda social y para la salud», recordó en los micrófonos de «Radio Vaticana» el príncipe Lorenzo de Hasburgo, nieto del futuro beato.

El emperador y rey «hizo planes para una reforma agraria –explica–, introdujo el control de los precios para proteger a los trabajadores, aumentó los salarios a los pobres e introdujo las pensiones, instituyó las cocinas populares y creó un fondo para la distribución de alimento para cinco millones de necesitados», y hasta «combatía la corrupción incluso entre los propios miembros de la familia».

Carlos fue enviado al exilio en la Isla de Madeira (Portugal). «Como él consideraba su misión como un mandato de Dios, no pudo abdicar de su cargo», explica la Santa Sede.

Sumergido en la pobreza, tuvo que vivir con su familia en una casa bastante húmeda. Enfermó gravemente, pero lo aceptó como un sacrificio por la paz y la unidad de sus pueblos.

Soportando su sufrimiento sin queja, Carlos perdonó a todos los que no le habían ayudado. Murió el 1 de abril de 1922 con la mirada puesta en el Santísimo Sacramento. Tenía 34 años.

Él mismo recordó en el lecho de muerte el lema de su vida: «Todo mi compromiso es siempre, en todas las cosas, conocer lo más claramente posible y seguir la voluntad de Dios, y esto en el modo más perfecto».

Así lo pudo confirmar la esposa del último emperador de Austria cuando dio testimonio en el proceso de beatificación. «Fiat voluntas tua» («Hágase tu voluntad») fueron las palabras con las que murió.

Lorenzo de Hasburgo recuerda también a su abuelo como alguien que «entendió que el ideal de un soberano era amar y sufrir hasta dar la propia vida por los pueblos que Dios le ha confiado». Carlos de Austria tenía «una gran devoción por la Madre de Dios» y «comulgaba todos los días», añade.

Un «mensaje de optimismo» transmite a la sociedad actual el futuro beato, concluye su nieto: «Al final, sucede siempre lo que quiere Dios. También en las situaciones difíciles, por lo tanto, el abandono en la Providencia lleva a un resultado positivo».

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ZENIT Staff

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