El Concilio Vaticano II ha significado un regreso a las fuentes, un regreso a la tradición original, constató el purpurado alemán. En término de la unidad de la Iglesia representada en la Eucaristía, el Concilio significó una vuelta a los tres elementos que se deben tener en cuenta al hablar del tema: las Sagradas Escrituras, los Padres de la Iglesia y los grandes teólogos escolásticos.

Entre quienes entendieron en profundidad la relación de Eucaristía e Iglesia, se encuentra san Agustín. Llama a la Eucaristía «signo de unidad y vínculo de la caridad», recordó Kasper. Este llamado ha tenido eco a lo largo de la historia y representa un reto para la Iglesia de nuestros días. De la Eucaristía como signo de unidad debemos extender el pensamiento y la práctica de la Iglesia como signo e instrumento de la unidad con Dios y de la unidad así como de la paz del mundo.

«Hoy --dijo el cardenal--, el discurso del pluralismo está en boca de todos (…), es el dogma fundamental de la filosofía posmoderna: que la pluralidad es la única manera como se nos da el todo». Lo que no es pluralidad cae en el territorio de la sospecha de totalitarismo, añadió.

La Unidad es una categoría fundamental tanto de la Sagrada Escritura como de la Tradición. La Eucaristía tiene una dimensión universal que «debe ser rescatada ante reduccionismos individualistas y la nueva reducción de la Eucaristía a una obtusa perspectiva comunitaria», dijo el cardenal Kasper.

La unidad de la Eucaristía y la Iglesia pueden sanar a un mundo enfermo y disperso, opinó. «La salud del mundo se encuentra, para nosotros los cristianos, en el signo de la cruz».

«La unidad es una categoría esencial de la Biblia y el mandato explícito de Jesús --concluyó--. Jesús ha querido una única Iglesia y Él nos ha dejado como testamento en la última noche su dolor y esfuerzo, la oración y la preocupación por la unidad. El ecumenismo es, por tanto, el mandato del Señor que tenemos que seguir».