ROMA, lunes, 18 octubre 2004 (ZENIT.org).- El rechazo de la candidatura del comisario europeo Rocco Buttiglione por parte de la Comisión del Parlamento Europeo para la Justicia, las Libertades Públicas y la Seguridad –por el hecho de que manifestara sus convicciones católicas sobre la homosexualidad– cuestiona el respeto a la diversidad en Europa y evidencia un «fundamentalismo laicista».
Así lo alerta en esta entrevista concedida a Zenit Giorgio Salina, vicepresidente de la Convención de Cristianos por Europa.
La edición europea del «Wall Street Journal» del pasado 13 de octubre, aludiendo al «caso Buttiglione», afirmó que basta con leer atentamente las transcripciones de la reunión ante la asamblea europea para entender el extremismo laicista de los propios acusadores del filósofo católico, rechazado por el Parlamento europeo por presunta homofobia y extremismo.
–En España se busca el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción de niños por parte de personas gays; en Francia un sacerdote ha sido expulsado de un instituto por ir a clase con sotana; en Bruselas se discrimina al comisario Rocco Buttiglione porque ha dicho que la familia está formada por un hombre y una mujer. ¿Qué ocurre en Europa? ¿Ha comenzado la caza al católico?
–Giorgio Salina: Me parece un momento particularmente serio porque lo que ha ocurrido es grave. Buttiglione no ha dicho nada que pudiera dar pié a reacciones tan intolerantes. Se está concretando lo que se había dicho en la Comisión de Cultura del Parlamento Europeo al presentar el plan quinquenal.
No tengo a mano el texto, pero el contenido era éste más o menos: la riqueza de Europa es la diversidad de las culturas, que ha podido florecer después del Iluminismo porque antes la hegemonía católica la sofocaba. Así que libertad para todos, incluso para los católicos, a condición de que éstos no pretendan tener derecho a opinar en materia socio-política, porque ya han hecho bastantes daños.
Aparte de la arbitrariedad de esta interpretación histórica, sobre estas posturas antidemocráticas y preconcebidas cuajan los laicistas europeos (liberales, socialistas, radicales, etc.) aliados contra la cultura católica. Es evidente que el respeto de las diversidades es aplicable sólo cuándo y dónde interesa.
–¿La resistencia a introducir las raíces cristianas en la Constitución Europea entonces no era sólo un hecho de laicidad, sino de verdadera aversión a la cultura católica?
–Giorgio Salina: ¡No hay duda, es exactamente así! Laicidad de las instituciones quiere decir actitud neutral y apoyo a todas las posiciones culturales respetuosas de los derechos fundamentales del hombre. Esto en cambio es fundamentalismo laicista, peligroso como todos los fundamentalismos: ostracismo a una cultura equivale a querer imponer otra. Los riesgos para la libertad son evidentes.
–¿Cuál ha sido la reacción de los católicos presentes en el Parlamento Europeo?
–Giorgio Salina: Contrariamente a cuanto ha ocurrido frecuentemente con ocasión de otros ataques a la Iglesia y a la cultura católica, la cuestión es tan grave que ha habido reacción. Educada, correcta pero firme, tanto por parte de los diputados católicos como por parte del Partido Popular Europeo.
–¿Qué piensa hacer su asociación, Cristianos por Europa?
–Giorgio Salina: Además de un mensaje inmediato de solidaridad al comisario Buttiglione y de manifestar total desaprobación al presidente Josep Borrell Fontelles por sus palabras, estamos trabajando para plantear una campaña para explicar que una parte consistente del pueblo europeo ha sido ofendido, y para sensibilizar a esta parte de la ciudadanía europea a dar voz a su sentimiento.
–¿Por qué tanto hastío hacia la familia tradicional dentro del Parlamento Europeo?
–Giorgio Salina: Como ha sucedido o está sucediendo en otros Estados europeos, por ejemplo en Francia además de España, y en el Reino Unido, algunas fuerzas políticas han presentado en el país y al Parlamento el Pacto Civil de Solidaridad (PACS) por la identidad jurídica, derechos fiscales, sanitarios, laborales, de previsión y sucesorios para todas las parejas que han optado por estar juntas (homosexuales o heterosexuales).
Se trata de conceder todos los derechos típicos de una familia fundada sobre el matrimonio entre hombre y mujer. No se puede excluir que entre los partidarios haya alguno de buena fe convencido de que ello sea tolerancia y respeto al otro, sin valorar en cambio las consecuencias de opciones tan radicales para el futuro de la sociedad. Pero no puedo dejar de pensar que el motivo consista por lo menos también en el intento de acaparar un número consistente de votos.
No pocos en Italia –y no sólo– a propósito de la guerra citan a menudo frases del Santo Padre, explicando que se remiten a su altísima autoridad moral.
Muchos de éstos son los mismos que en el Parlamento Europeo en otras ocasiones han votado para denunciar al Papa al Alto Comisionado de la ONU por violación de los derechos humanos, y se justifican diciendo que ellos saben discernir cuándo el Papa tiene razón y cuándo no.
¿Pero qué autoridad moral existe que merezca ser denunciada por violación de los derechos humanos? También aquí se trata, creo, inequívocamente de un expediente para pescar votos, sobre todo en el campo católico.