CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 20 octubre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II alertó este miércoles ante la tentación de quien piensa que con dinero puede comprar todo, incluso la muerte, recordando que las riquezas no sirven de nada en la tumba.

El pontífice dedicó la semanal audiencia general, en la que participaron unos 19.000 peregrinos, a comentar el Salmo 48, dedicado a la «vanidad de las riquezas», argumento que Jesús retomó en varias ocasiones.

«El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece» dice en su conclusión la composición poética judía. «En otras palabras --añadió el obispo de Roma--, las "inmensas riquezas" no son una ventaja, sino todo lo contrario. Es mejor ser pobre y estar unido a Dios».

El Papa presentaba un estado de salud como el de las últimas semanas. A pesar de que se le veía sereno, tuvo que hacer esfuerzos para leer el discurso, que comenzó con voz débil, para después hacerse más fuerte y clara.

Como ya es habitual, el Santo Padre leyó algunos párrafos del texto previsto y al final de la catequesis saludó en once idiomas a los peregrinos, congregados en la plaza de San Pedro, en una apacible mañana de otoño.

«Una profunda ceguera se adueña del hombre cuando cree que evitará la muerte afanándose por acumular bienes materiales», advirtió en su catequesis.

«El tema será explorado también por todas las culturas y todas las espiritualidades y será expresado de manera esencial y definitiva por Jesús», añadió, citando la famosa pregunta: «¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?».

El rico está convencido «de que puede "comprar" incluso la muerte, tratando así de corromperla, como ha hecho con todas las demás cosas de las que se ha apoderado: el éxito, el triunfo sobre los demás en el ámbito social y político, la prevaricación impune, la avaricia, la comodidad, los placeres».

Pero se trata de una ilusión «necia», explicó Juan Pablo II. «Al igual que todos los hombres y mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, un día será llevado a la tumba, tal y como les ha sucedido a los poderosos, y tendrá que dejar su tierra y ese oro tan amado, esos bienes materiales tan idolatrados».

La intervención concluyó citando a san Ambrosio de Milán (obispo fallecido en el año 397), quien recordaba que Dios «promete el perdón con la generosidad de su misericordia, para que el culpable deje de tener miedo y, con plena conciencia, se alegre de poder ofrecerse como siervo al Señor bueno, que ha sabido perdonar los pecados, premiar las virtudes»

La advertencia del Salmo, reconoció el sucesor del apóstol Pedro, es como un «tratamiento» prescrito por el Señor «para que los hombres lo escuchen y todos corran con confianza a recibir el remedio de la curación».

Con su reflexión, el Papa continuó con la serie de comentarios a los cánticos y salmos que conforman la Liturgia de las Vísperas, oración de la Iglesia al anochecer. Pueden consultarse en la sección «Audiencia del miércoles» de la página web de Zenit (www.zenit.org).