Relación entre evangelización y promoción humana

Por el obispo Julian Charles Porteous

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SYDNEY, viernes, 22 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del obispo Julian Charles Porteous (auxiliar de Sydney, Australia) pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el pasado 4 de octubre sobre «La actividad misionera de la Iglesia».

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Relación entre la Evangelización y la PROMOCIÓN Humana
Obispo Julian Porteous

«…no es posible aceptar «que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo»» (EN31). Estas palabras del Papa Pablo VI, aunque hayan sido escritas hace aproximadamente treinta años, no han perdido un ápice de su imperativo. El 11 de septiembre de 2004 el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en su discurso durante el encuentro «Hombres y Religiones», organizado por la Comunidad de San Egidio y la archidiócesis de Milán, comenzó su alocución con la siguiente observación:

«Tras el fin de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín, hubo esperanzas de un período de paz y de desarrollo pacífico y democrático en el mundo. Pero ahora sabemos que la esperanza era ilusoria. La nueva escoria de la humanidad y el nuevo reto que se plantea a toda la civilización es el terrorismo – junto con el hambre y la pobreza en el mundo. Sin lugar a dudas esto representa un desafío para todos los Estados civilizados que caracterizará seguramente el siglo que acaba de comenzar».

«Evangelii nuntiandi», párrafo 31, reconoce el profundo vínculo que existe entre la evangelización y la promoción humana; vínculos de orden antropológico, teológico y evangélico. «Gaudium et Spes» (número 3) subraya que la persona humana es la clave hermenéutica para encontrar el camino hacia la auténtica promoción humana: «el hombre entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad». Cada persona representa su papel en el «escenario de la historia humana» (GS n 2) como sujeto con cuestiones sociales y económicas, herido por el pecado pero que ha recibido la gracia del plan de Redención de Dios, y está llamado en su fuero interno a la vocación humana universal de una cultura personal del amor (caritas), al compañerismo humano, y a contribuir a la formación de la civilización del amor.

El cardenal Walter Kasper, en su discurso, indicó además:

«El choque de civilizaciones se puede evitar solamente mediante el diálogo de culturas y religiones. El diálogo respeta la herencia común de todas las religiones y en primer lugar respeta profundamente lo sagrado. Sin embargo, diálogo no significa de ninguna manera sincretismo y abdicación de la propia identidad, una identidad que conocen [y] estiman, y por la que se comprometen mediante las armas del espíritu».

En el presente clima de amenaza del terrorismo como consecuencia del choque de civilizaciones el aspecto de diálogo que tiene la evangelización deviene algo más urgente. La Iglesia debe dialogar desde la convicción de su propia identidad. Si la persona humana es, y debe seguir siendo, la clave hermenéutica para encontrar el camino hacia este diálogo por la promoción humana, la Iglesia ha declarado claramente su convicción de que su propia identidad está fundada al mismo tiempo y de manera igual en los órdenes antropológicos, teológicos y evangélicos que se reúnen en la clave hermenéutica de la persona de Jesucristo. «Gaudium et Spes» (número 22) lo indica claramente al enseñar que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». Jesucristo «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación». El es «el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones» (n 45).

La Iglesia permanece fiel a su dimensión misionera esencial sólo cuando continúa dialogando desde la convicción de que su identidad está fundamentada en el misterio de Jesucristo. El diálogo exige entrar en él con un espíritu de convicción pero sin imposición. De esta forma la Iglesia puede permanecer fiel a su carácter misionero y al mismo tiempo a la promoción humana.

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ZENIT Staff

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