ROMA, domingo, 31 octubre 2004 (ZENIT.org).- El periodista vaticanista Fabio Zavattaro ha leído el pontificado de Juan Pablo II a través de los santos y beatos y ofrece en esta entrevista claves para entender el enorme interés de Juan Pablo II por la santidad.

Zavattaro acaba de escribir «Los santos y Karol. El nuevo rostro de la santidad» (I santi e Karol. Il nuevo volto della santità, editorial Ancora), con prólogo de Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio.

Zavattaro inició su carrera periodística en 1981 y ha trabajado en el periódico «Avvenire». Trabaja para el informativo televisivo de RAI 1, el de mayor audiencia en el país, y desde 1983 ha seguido todos los viajes del Papa.

--¿Qué ha cambiado en el mundo de los santos con Karol Wojtyla?

--Zavattaro: Ha cambiado el modo de «leer» a los santos, es lo que intento explicar en mi libro. Juan Pablo II, en solo 26 años de pontificado, ha dado a la Iglesia, a los cristianos, más de 1.300 beatos y 480 santos: son compañeros de viaje, en la alegría y en el sufrimiento. Son hombres y mujeres que han escrito una nueva página en su vida y en la existencia de tantas personas.

Por eso el Papa ha querido proponerlos. Trato de explicarme mejor: durante un tiempo, santos y beatos eran figuras casi inalcanzables, grandes doctores de la Iglesia, san Francisco, santa Clara. En cambio, el Papa Wojtyla ha sido innovador llevando a los altares a personas que todavía están en la memoria de sus con-ciudadanos, a veces tienen todavía hijos en vida, un marido: pienso en Gianna Beretta Molla o en los esposos Beltrame Quattrocchi.

Son hombres y mujeres de nuestro tiempo, les hemos conocido, quizá hemos compartido con ellos un camino, una breve página de historia común. En fin, que son santos y beatos de la puerta de al lado.

Y este es el mensaje del Papa: la santidad no es un don reservado a pocos. Todos podemos aspirar a ella, porqué es una meta a nuestra medida. Una gran lección reafirmada por el Concilio y que ha abierto la estación de una Iglesia que se abre siempre más al mundo.

--¿Es posible trazar un modelo de santidad «a la Juan Pablo II», si me permite la expresión?

--Zavattaro: Creo que el modelo «a la Juan Pablo II», por usar su expresión, es el de una santidad vivida en el día a día: el santo es el hombre auténtico, concreto, como dice el Papa Wojtyla. Su testimonio de vida atrae, interpela y arrastra porque manifiesta una experiencia humana transparente, llena de la presencia de Cristo.

Para el Papa, la llamada a la santidad no excluye a nadie, no es el privilegio de una elite espiritual.

Son santos, beatos, que no intentan pasar por héroes ni asombrar o provocar. El santo es una persona común, un médico, un joven universitario, una religiosa que había sido esclava, un sacerdote que ha sufrido los gulags soviéticos, una pareja de esposos, un catequista. Amigos.

--El Papa fue ordenado sacerdote el día de Todos los Santos. ¿Ve en esta coincidencia una profecía?

--Zavattaro: Ciertamente es un dato del que no se puede prescindir. Toda su vida --las figuras que ha tenido al lado, la decisión del lugar de la primera misa, Wawel (la catedral de Cracovia, ndr.), el día de la ordenación…-- hace pensar que Juan Pablo ha prestado gran atención a la presencia de santos y beatos en su vida y también en la vida de la Iglesia.

Lo explica el mismo Papa en «Don y misterio», cuando dice que había una especie de valencia teológica en el hecho de haber escogido el lugar y la fecha de su ordenación y de su primera misa. En la catedral de Wawel están enterrados los reyes, los príncipes, cardenales y obispos, y los grandes maestros de la Palabra que han tenido una importancia enorme en su formación cristiana y patriótica. Cómo no ver, pues, una especie de camino ya señalado, un diseño ya trazado.

--¿Qué piensa de quienes critican a este Papa acusándole de haber creado una «inflación» de santos y beatos?

--Zavattaro: Es difícil responder a una pregunta como ésta. A simple vista podría parecer que ha exagerado con todos estos santos y beatos. Pero intentemos reflexionar en el sentido del argumento: la clave está en encontrar un guía, un maestro capaz de acompañarte en el recorrido de vida que estás haciendo, una persona que en cierto modo te resulta próxima, un rostro conocido, quizá encontrado.

Un sacerdote, un laico que ha dejado una huella tangible de su presencia quizá en lugares en los que vivimos --cuantas veces oímos decir «esa persona, ese sacerdote es realmente un santo»-- pueden ser de mayor ayuda en la vida que las historias edificantes de los libros.

Entre dos testimonios --los libros o los santos conocidos y cercanos--, ¿cual resulta más fácilmente un compañero de viaje? Entonces, ¿es posible hablar de inflación de santos y beatos?

--Seguramente no. ¿Se atrevería a decir cuáles son los santos preferidos del Papa?

--Zavattaro: No. No me atrevería a trazar una clasificación, entre otras cosas porqué creo que no se pueda hacer ya que todos lo santos y beatos tienen una gran importancia, para el Papa. Son testigos, puntos de referencia para cada hombre y mujer: ninguna lista, por lo tanto. Pero si puedo proseguir esta reflexión, no me parecería cometer una herejía si dijera que las figuras que más aprecia este Papa son los santos y beatos simples, humildes.

Son figuras que quizá están en un segundo plano en relación a fundadores de órdenes, papas o emperadores. Pero esto no significa que se tengan que menoscabar. También hay entre ellos sacerdotes que han pagado con la vida su fidelidad al Evangelio y a la Iglesia.

Me vienen a la memoria sacerdotes perseguidos por regímenes opresivos, obispos encarcelados y reducidos al silencio, jóvenes catequistas y sacerdotes comprometidos en tierra de misión. Una humanidad que «ha tirado siempre la carreta» sin esperar premios o reconocimientos, y por esto figuras de primer plano en la historia de la cristiandad.

El mundo necesita más testigos creíbles que maestros. Juan Pablo II, con su decisión de proclamar tantos beatos y santos, ha querido ayudar a identificar figuras capaces de acompañar esta estación de la vida. Él mismo es testigo de que a través de su sufrimiento y cansancio comunica un mensaje extraordinario al hombre de hoy: un mensaje hecho a partir de cosas auténticas y esenciales, de la voluntad de vivir no obstante dificultades e impedimentos.