CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 8 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II hizo este lunes un apremiante llamamiento a la investigación científica a liberarse de los condicionamientos económicos e ideológicos, al encontrarse con investigadores de varios continentes.
«Los hombres y mujeres de ciencia deben afrontar el reto de poner su creatividad cada vez más al servicio de la familia humana, trabajando por mejorar la calidad de vida en nuestro planeta y promoviendo un desarrollo integral de la persona humana, tanto espiritual como material», afirmó el pontífice.
Escucharon el llamamiento del Santo Padre los participantes en la Academia Pontificia de las Ciencias, entre los que se encuentran varios galardonados con el Premio Nobel, quienes habían celebrado su asamblea plenaria en el Vaticano, desde el 5 de noviembre, sobre el tema «Las sendas del descubrimiento».
«Si la creatividad científica quiere beneficiar al progreso humano auténtico, debe permanecer desligada de cualquier forma de condicionamiento financiero o ideológico, para que pueda dedicarse por completo a la búsqueda imparcial de la verdad y al servicio desinteresado de la humanidad», añadió el Santo Padre.
«La creatividad y los nuevos descubrimientos deben promover la unidad, tanto en la comunidad científica como entre los pueblos del mundo –siguió proponiendo–, en un clima de cooperación que da más importancia a la capacidad generosa de compartir el conocimiento que a la competencia o a los intereses individuales».
El Papa recordó asimismo que la investigación científica puede suponer también un camino para el descubrimiento de Dios.
«Los científicos contemporáneos, que tienen que afrontar nuevos hitos del conocimiento y de los descubrimientos, con frecuencia experimentan que se encuentran ante un horizonte infinito», subrayó.
«De hecho, la inagotable prodigalidad de la naturaleza, con su promesa de nuevos descubrimientos, puede verse como una señal que apunta al Creador, que nos la ha dado como un don y cuyos secretos quedan por explorar», indicó.
«Al tratar de comprender este don y de utilizarlo con sabiduría, la ciencia tiene que vérselas constantemente con una realidad que los seres humanos «encuentran». En cada fase del descubrimiento científico, la naturaleza se presenta como algo «dado»».
«A pesar de la incertidumbre y del esfuerzo que entraña cualquier tentativo de interpretar la realidad, no solo en el ámbito de la ciencia sino en el de la filosofía y de la teología los senderos del descubrimiento son siempre senderos hacia la verdad», indicó en su discurso en inglés.
«Y todo el que busca la verdad, sea consciente o no, sigue un sendero que en último término lleva a Dios, que es la Verdad misma», concluyó.
La Academia Pontificia de las Ciencias fue fundada en Roma en 1603 con el nombre de Academia de los Linces (Galileo Galilei fue miembro), y está compuesta por ochenta «académicos pontificios» nombrados por el Papa a propuesta del Cuerpo Académico, sin discriminación de ningún tipo.
Tiene como fin honrar la ciencia pura dondequiera que se encuentre, asegurar su libertad y favorecer las investigaciones, que constituyen la base indispensable para el progreso de las ciencias.
La Academia se encuentra bajo la dependencia del Santo Padre. Su presidente, elegido por cuatro años, es desde 1993 Nicola Cabibbo, profesor de Física en la Universidad La Sapienza de Roma, y ex presidente del Instituto Nacional Italiano de Física Nuclear. El director de la Cancillería es el obispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo.